Más o menos desde que me deshonraste

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—El padre de tu novio es sheriff, seguro que, si me la cargo, me libra de la cárcel.
—No creo que Providence esté dentro de su jurisdicción, pero te agradezco el gesto.
Aguanto el móvil entre el hombro y la oreja mientras meto un montón de libros y libretas en la mochila. El reloj dice que son las seis y media de la mañana, lo cual
significa que, si salgo ya, podré pasar un rato considerable en la biblioteca. Encontrar una mesa libre ya es harina de otro costal; se lo pediré a alguien como un favor o lo
sobornaré con las reservas de Kit Kat que me quedan.
Se nota lo desesperada que estoy por encontrar una mesa libre, ¿verdad?
—Oye, si las arpías estas siguen dándote por saco, tienes que contárselo a Cole. No es justo que te traten así, tiene que decirles que te dejen en paz.
—No necesito que me ayude. Además, las arpías son el menor de mis problemas ahora mismo.
Me pongo las botas de pelo sintético y una bufanda alrededor del cuello. Llevo la típica ropa de mitad de semestre: sudadera, mallas gruesas y anorak por encima.
Tanta capa me hace andar como un pingüino, pero aun así me obligo a salir a la calle.
—Ah, claro. ¿Cómo va el infierno académico de la Ivy League? Dios, no lo echo nada de menos.
Me río y acelero el paso. No hay absolutamente nadie por la calle, lo cual me preocupa. Nunca he sido tan lista como Megan, pero más o menos voy tirando. Aún
estoy aquí, ¿no? Claro que en esta universidad no hay nadie que no sea inteligente, lo cual hace que te replantees si realmente deberías estar aquí.
Ahora mismo no tengo tiempo para deprimirme. Tengo tres exámenes finales en cuestión de un día y medio y aún no he estudiado lo suficiente como para aprobar.
—Es un infierno, tienes razón, pero todavía me queda una semana para asegurarme de que no tiro a la basura mi primer año en la universidad, así que hasta ahí bien.
Quizá baje a veros este fin de semana, para concentrarme.
—Claro, así podremos investigar sobre los muñecos de vudú.
—Te lo tomas más en serio que yo.
—Porque tú no tienes intención de hacer algo al respecto. Entiendo que te has hecho mayor y eres más valiente desde que te enfrentaste a Nicole, pero estas chicas de
la universidad tienen un objetivo completamente diferente y tú les estás permitiendo que te amarguen.
—No es verdad, es que no quiero seguirles la corriente. Estamos en la universidad, por el amor de Dios.
El campus está en silencio; aún es pronto o muy tarde, según se mire. La gente está durmiendo, pero solo los que no han tenido que trabajar muy duro para entrar en
esta universidad. Solo esos pueden permitirse el lujo de dormir. Sé que tengo razón cuando entro en la biblioteca y me encuentro más de la mitad de las mesas
individuales ocupadas. Me escondo de la bibliotecaria y sigo hablando con Beth mientras ordeno los libros encima de la mesa que he elegido. Luego salgo otra vez y me
dirijo hacia la cafetería en busca de ese café largo que tanto necesito.
—¿Qué haces levantada a estas horas? —le pregunto a Beth mientras espero en la cola.
Se le escapa un bostezo.
—He trabajado hasta tarde en el restaurante, así que aún no me he metido en la cama. Creo que he bebido demasiado café y ahora no puedo dormir.
—Y Travis está roncando como si no hubiera un mañana, ¿verdad? —pregunto, segura de la respuesta, y es que mi hermano y yo compartimos los mismos genes.
—He de decir en su defensa que se ha quedado casi toda la noche despierto conmigo, así que le voy a dejar que hiberne tranquilo. Es el novio perfecto.
Se me escapa la risa. Me alegro de que Beth esté cuidando de él.
—Recuerda que la semana que viene bajamos para Acción de Gracias, ¿eh? Qué ganas tengo de veros.
Mi voz transmite una nota melancólica que a Beth no se le escapa.
—Se supone que estás en el mejor momento de tu vida, Tess, no dejes que esas brujas te lo estropeen. Cole es tu novio y no se va a ninguna parte. Acéptalo y
restriégaselo por la cara.
—Entonces tú prefieres un enfoque directamente agresivo en lugar del pasivo-agresivo que tanto me ha costado perfeccionar, ¿no?
—¿Tengo pinta de saber qué quiere decir pasivo?
—Bien visto.
Nos despedimos, tras lo cual me pido un capuchino largo y un bagel, que me zampo antes incluso de llegar a la biblioteca. Las siguientes horas las paso allí encerrada.
Empiezo con historia; soy consciente de que la asignatura es un hueso en toda regla, pero al menos si estudio el golpe será menos doloroso. Sigo con los apuntes de
economía y estadística, y me pregunto por qué Cole no está estudiando conmigo; se le da bien cualquier cosa que tenga que ver con las matemáticas. Saco el móvil. Ya
son las diez de la mañana, lleva un par de horas levantado. Empiezo a escribirle un mensaje, pero cambio de idea y le mando un correo electrónico a Megan. Quedamos a
menudo por Skype para estudiar juntas, o, lo que es lo mismo, para que me explique cosas que yo también sabría si hubiera hecho las mismas clases de preparación que
ella. Ha hecho tantas a lo largo de los años de instituto que la universidad está siendo un paseo para ella.
Estudio cuanto puedo y almaceno toda la información que mi cerebro es capaz de procesar. Dejo literatura inglesa para el final porque sé que se me da bien sin tener
que arrancarme los pelos.
Cuando por fin salgo de la biblioteca, seis horas más tarde, me ruge el estómago. Saco el móvil para ver si tengo algún correo y veo que tengo varios mensajes, uno de
ellos de Cole.
Cole: «¿Desayunamos?».
Cole: «Si quieres te llevo esas tostadas francesas de chocolate con avellanas que tanto te gustan».
Cole: «Bizcochito...».
Cole: «En serio, me estoy empezando a preocupar. ¿Dónde estás? En la residencia no».
Lo llamo, y cuando me contesta, noto que le falta el aliento.
—¿Dónde te habías metido? Llevo toda la mañana intentando localizarte.
Oigo risas de fondo, pero las ignoro; Cole siempre tiene a alguien riéndose alrededor.
—Estaba en la biblioteca, creía que te lo había dicho.
Estoy temblando de frío, así que aprieto el paso hacia la residencia. El plan es dormir más o menos una hora y luego seguir estudiando. A Cole no le va a gustar.
—Pues no me lo has dicho. Dios, bizcochito, casi me da un infarto.
Se le nota en la voz que está preocupado.
—¿Dónde estás? Podríamos comer...
—Espera un momento.
Oigo que habla con alguien, alguien con la voz aguda, y aprieto los dientes. Cada vez que tiene que juntarse con alguien para un proyecto de clase resulta que es una
chica. No soy una psicópata, y ya sé que no todas intentan quitármelo, pero algunas lo hacen de una forma tan evidente...
—Cariño, luego te llamo —me dice, y suspira—. Por lo visto, el alcaide de la prisión no permite ni descansos para comer.
Oigo que la voz aguda grita algo y no puedo evitar alegrarme. A fastidiarse: fresca, no quiere estar contigo.
—Vale, voy a echarme una siesta. Luego podríamos estudiar juntos, ¿no?Por lo visto, la duda le ofende.
—¡Pues claro! Los dos sabemos que, si no te ayudo, suspenderás estadística.
—Porque, claro, tú eres la única persona en todo el mundo capaz de ayudarme.
—Puede que no, pero sí tengo los mejores incentivos. Si aciertas una pregunta, te...
Me pongo colorada, lo cual es un milagro y una bendición con este frío.
—¡Ni se te ocurra acabar esa frase en público!
Cole se ríe.
—Iba a decir que te daré ositos de goma, de los rojos. ¿Qué tiene eso de malo?
Pongo los ojos en blanco y sé que se está imaginando mi reacción.
—Ya sé que ibas a decir eso y me voy a ocupar de cumplirlo a rajatabla. Solo ositos de goma, Stone.
De repente, parece indignado, como si se hubiera ofendido.
—No te metas con mis habilidades como profesor, bizcochito. Mis métodos son muy efectivos.
Me dispongo a contestarle cuando la chica que lo está esperando lo llama y él suspira, derrotado.
—Sí, tengo que irme. Cuanto antes empiece, antes acabaré.
Esto último lo dice en voz muy alta y a mí se me escapa la risa. La pobre chica va a tener que vérselas con el Cole más cascarrabias.
Me despierto y noto unos labios acariciándome el cuello y un par de brazos fuertes alrededor de mi cintura.
—Sigue durmiendo, Tessie. Solo quiero abrazarte un ratito más.
Suspiro, cierro de nuevo los ojos y me dejo llevar.
Estamos en el Café Rock, la cafetería del campus, fingiendo que estudiamos. Bueno, yo al menos he sacado los libros y estoy preparada para aprender, pero Cole está
distraído. No para de poner caras raras e intentar besarme, mientras que a mí lo que me apetece es hacerle tragar los doscientos dólares de libro de texto que descansan
sobre la mesa. La presencia de Cami no ayuda, y que se lo esté pasando bomba con las tonterías de mi novio, tampoco.
—¿Sabéis qué podríamos hacer? —pregunta Cami, y da un puñetazo sobre la mesa como si acabara de tener la mejor idea del mundo—. Salir de fiesta, coger una
buena cogorza y acabar con una resaca mortal.
—Suena bien, pero no.
¿Salir del campus antes y durante los exámenes finales? ¡Pero qué locura es esta!
—Ah, pero es que te concentrarías mucho mejor si pudieras liberar toda la diversión que llevas acumulada. ¡Al menos no estarías sentada por ahí, sola, almacenando
toda esta basura en el cerebro! —sentencia Cami, y da otro puñetazo sobre la mesa.
—Entonces qué, ¿te apetece salir?
Cole arquea una ceja y me pasa un brazo alrededor de los hombros.
—¡Sí! Por el amor de Dios, sácame de aquí.
—¡No, ni pensarlo! No vamos a ningún sitio. Tengo un montón de trabajo pendiente y...
—Bizcochito —interviene Cole, y me hace callar con un beso—, creo que a los dos nos iría bien salir una noche por ahí, desmelenarnos un poco. Prometo que luego
te explicaré todo lo que no entiendas y sin incentivos, que te distraes.
—¿Te estás ofreciendo un soborno en forma de clases particulares, pero amenazándome antes con quitármelas?
—Visto así...
—Venga, Tessa —protesta Cami—. ¿De verdad no te apetece salir del campus y quitarte de encima a esas...?
La interrumpo a media frase, pero ya es demasiado tarde. Cole nos mira con recelo.
—¿Quitarte de encima a quién?
Le doy un codazo a Cami disimuladamente y agito una mano, como quitándole importancia al asunto.
—Las tareas, montones y montones de ellas.
No parece muy convencido.
—Sabes que acabaré descubriéndolo.
—No hay nada que descubrir.
—Eso es lo que quieres que piense, ¿verdad?
—No sé qué crees que quiero que pienses.
—Diría que sé lo que sabes que quiero que pienses que pienso.
—Vale, ya está, chicos. ¡Soy incapaz de seguir la conversación y mucho menos de tuitearla!
Cole y yo suspendemos el concurso de miraditas y nos giramos hacia Cami, que no levanta la cabeza del móvil.
—¿Tuiteas sobre nosotros?
—Al menos tres veces al día. Vuestros fans quieren saber cómo va la relación.
—¿Tenemos fans?
—Pues claro. La semana pasada fuisteis elegidos pareja del semestre en el grupo de Facebook. Subí un discurso de agradecimiento en vuestro nombre, no os
preocupéis.
—Te vamos a coger miedo —dice Cole, y se arrima a mí.
—¡De eso nada! Soy vuestra fan más fiel.
Me giro hacia mi novio.
—Salimos con una condición: que me emborraches pero a base de bien, ¿vale?
Dejo la copa de Martini sobre la barra y le hago una señal al camarero para que me sirva otra. Junto a mí, Cami silba y se bebe un chupito de golpe. No paramos de
reírnos sin motivo y la sensación es genial. Cole nos controla y, mientras, habla con uno de sus amigos. Parker, su compañero de equipo, se ha unido a la fiesta y no le
quita los ojos de encima a Cami ni un segundo.
—¿Por qué no le das una oportunidad al pobre? —pregunto cuando ya tenemos las copas llenas y hemos dejado de reírnos.
Cami se pone colorada.
—¿A Parker? No es... No somos...
—Venga, no me vengas con esas. Os gustáis, ¿por qué no salís juntos?
—Porque, Tessa —suspira Cami, y mira a Parker—, sinceramente, sería incapaz de lidiar con la clase de malicia que destilan las chicas del club de fans del equipo sin
cargarme a alguna.
El alcohol amplifica la punzada de dolor que me atraviesa y la eleva hasta la superficie. Miro a Cole y luego la copa vacía que tengo en la mano.
—Aprendes a vivir con ello y seguir con tu vida.—Sabes que apoyo vuestra relación seguramente más de lo que debería, pero ¿no te vuelves loca? ¿Con la cantidad de atención negativa que recibes?
—Ya, pero es que por Cole vale la pena. No es que no me lo haya cuestionado nunca, sobre todo esta última semana, pero prefiero tener una visión más amplia.
—Y menuda visión.
Cole se dirige hacia nosotras con un brillo de depredador en los ojos. Me coge de la mano y se dirige hacia la pista de baile.
—¿Te he dicho alguna vez que me encanta ese vestido?
Es corto, ajustado, negro y con encaje; es imposible que no le guste.
—Un par de veces solo —respondo, y le paso los brazos alrededor del cuello.
Bailamos un rato muy pegados. Intento olvidarme de la larga lista de tareas pendientes y de los desencuentros con Allison y su grupo de matonas con aspecto de
Barbies. Solo saben hacer maldades y contar mentiras para que me sienta insegura, pero últimamente lo he estado meditando y he llegado a la conclusión de que me
importan un comino.
De repente aparece uno de los amigos de Cole para llevárselo otra vez y yo me quedo sola en la pista. El equipo de baile de la universidad es alucinante; siempre que
los veo actuar, pienso que me gustaría ser más valiente y apuntarme. Aquí la gente no me conoce, para ellos Tessa la Obesa no es nadie, así que, si me presentara a las
audiciones, no la verían a ella, que es lo que me ha pasado siempre, y seguro que no se reirían de mí. Últimamente he pensado mucho en ello. Si me apuntara a un club,
no me sentiría tan aislada.
Estoy enfrascada en estos pensamientos tan motivadores cuando, de pronto, empiezo a oír voces.
—¡Eh! Esa es la chica del flyer, ¿verdad?
—Es verdad, la rubia. Joder, está más buena en persona.
Al principio los ignoro, al menos hasta que uno de ellos se acerca tanto que se me ponen los pelos de punta.
—¿Quieres probarla y saber si es verdad lo que promete?
Sus voces suenan cada vez más altas y siento que se me acelera el corazón. Es imposible, no pueden estar hablando de mí. Pero entonces siento una mano que se posa
en mi culo y empieza a magreármelo y no puedo evitarlo: grito tan alto que mi voz se oye por encima de la música. Esto ya lo he vivido antes, no es la primera vez que
me meten mano. Aún tengo pesadillas cuando recuerdo lo que me pasó con Hank en aquel lavabo a principios de mi último año en el instituto. Sé lo que se siente
cuando alguien te toca sin tu consentimiento, el asco que te invade, la sensación de violación y la humillación absoluta.
—Eh, nena, no grites todavía. En el anuncio decía que me harías pasar un buen rato por cien pavos, estoy dispuesto a pagar. ¿Por qué no vamos a algún sitio donde
podamos estar solos?
Levanto el codo y le doy en toda la nariz. El tipo aparta la mano de mí y retrocede, pero su colega se dirige hacia mí tambaleándose. Retrocedo al ver la expresión de
su cara, como si estuviera hambriento. Me da miedo. Miro hacia la barra, pero hay mucha gente, tanta que nadie se ha dado cuenta de lo que está pasando. Sacudo la
cabeza; esto es absurdo, es surrealista.
¿Qué está pasando aquí?
—Os equivocáis de chica. ¡No sé de qué me estáis hablando!
—Eres la del flyer, estoy seguro.
Me mira el pecho con evidente lascivia y yo empiezo a temblar. Puedo defenderme sola, no soy tan inútil como antes, pero...
—¿Tessie? ¿Dónde leches se ha metido? —oigo que grita la voz de Cole. En cuestión de segundos, se abre paso entre la multitud, visiblemente enfadado, y en cuanto
ve a los dos tipos, se dirige hacia ellos como una bala—. ¿Se puede saber qué coño estáis haciendo?
No tienen nada que hacer contra Cole, es mucho más alto y fuerte que ellos, así que en cuanto lo ven, salen disparados. Sin embargo, la cara de Cole no se relaja; me
coge del brazo y me lleva hacia una sala privada. El vigilante que la custodia le hace un leve gesto con la cabeza y nos deja pasar.
Entramos en un espacio más privado. El suelo está enmoquetado, hay un enorme sofá beige y la iluminación es más tenue. Lo único que me apetece ahora mismo es
tirarme al suelo y desaparecer, pero Cole me señala la pantalla de su móvil y, de repente, me encuentro con mi cara, pero unida al cuerpo de una mujer mucho más
exuberante y bastante más ligerita de ropa que yo, cuya única vestimenta se reduce a un trocito de tela que le cubre las partes pudendas.
—¿Se puede saber quién ha hecho esto? —me grita, colorado como un tomate.
—No... —respondo, incapaz de articular palabra—. No sé...
—¡Y una mierda! Dime la verdad.
Me estoy cabreando por momentos con tanto grito. ¡Yo no tengo la culpa! En todo caso, la tiene él.
—¿Por qué no se lo preguntas a tus compañeras de clase? Seguro que ellas lo saben.
Intento abrirme paso hacia la puerta, pero me coge de la muñeca y me atrapa contra su pecho.
—¿Qué quiere decir eso? ¿Crees que ha sido una de ellas?
—Una no, todas, idiota. Para ellas soy como una diana móvil, y no sé por qué, pero les he dejado que me hicieran cosas como esta. No quería que lo descubrieras, que
te sintieras obligado a proteger otra vez a la pobre Tessie de antes.
Noto que se le hincha el pecho contra mi espalda. Está furioso, pero no puedo evitar contárselo.
—Me lo tendrías que haber dicho.
—Lo tenía controlado.
—Ah, ¿sí? ¿Así es como lo tenías controlado? ¿Sabes que se me acaba de acercar un tío para enseñarme una foto de la cara de mi novia pegada al cuerpo de una
bailarina de estriptis? Me ha preguntado si es verdad que te dedicas... —De pronto, empieza a temblar—. Las voy a matar.
Me retuerzo entre sus brazos hasta que consigo que me suelte. Me doy la vuelta, le sujeto la cara entre las manos y la atraigo hacia mí.
—Deja de comportarte como si fueras mi héroe, Cole, y limítate a ser mi novio. Sus bromas de parvulario no me afectan.
—Esto no es una broma de parvulario, Tessie, es algo muy feo que nadie se merece. Se han pasado.
—Y pienso hablar con ellas. Podrías venir conmigo, así tendrán algo interesante que contemplar mientras yo amenazo sus vidas académicas.
Me mira y en sus labios se dibuja una media sonrisa.
—Sigo pensando que el asesinato múltiple es una buena opción, pero, dime, ¿desde cuándo eres tan madura?
—Más o menos desde que me deshonraste —respondo, y me abraza y se ríe.
—Sé que todo esto es culpa mía y lo siento.
—Ya, la verdad es que sí. Ojalá fueras más feo.
—No seas tan buena conmigo.
—Yo siempre soy buena.
—¿Por qué no me tiras un secador a la cabeza como cualquier mujer normal y corriente?
—Bah, si quisiera atacarte con un electrodoméstico, elegiría el robot de cocina.
Su corazón ya no late tan rápido como antes; por fin se ha distraído. Misión cumplida.

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