Maldiciones de libros

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-El chico de las pesadillas-

Estaba en un rincón, con las piernas contra el pecho. No sentía mi pulso, no tenía calambres, ni comezón. Podría decir que incluso avanzaba volando, aunque sería muy poco descriptivo.

Afuera llovía. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaba caminando dentro de mi escuela. La lluvia se convertía en rayos azules, como trazas de crayón, gelatinosas, que a la vez, podían cruzarse como si de aire se trataran.

Sentía angustia. Me dolía la cabeza. Por un lado de la escuela, en una avenida grande, no había carretera. En su lugar, contemplaba un río grande, a tres metros por debajo de la acera. No tenía color, pero sabía que era un río.

Un crucero lo navegaba, al tiempo que sonaba una campanita para que los pasajeros abordaran el transporte. Había un faro a lo lejos, del otro lado del agua.

Se difuminó la escena, y ahora estaba en un autobús del transporte público. Al exterior se veían rayitos de que nos encontrábamos avanzando, pero nada más. El conductor gordo conducía con un cigarrillo en la boca y una boina azul en la cabeza canosa.

Unas chicas me comenzaron a hablar. Parecía que nos llevábamos muy bien, aunque nunca les entendí ninguna palabra. Eran amistosas, y podría decirte que bonitas.

Antes de bajar en mi parada, les mandé un saludo.

-Espero que nos volvamos a encontrar pronto -les dije. Ellas sonrieron y dijeron que esperaban lo mismo.

Parecía una escena triste, pero yo la sentí alegre, alentadora.

Al bajar del bus sentí aire fresco, lleno de vida.

Al menos ahí aún podía sentirlo. Una vez bajé, estaba caminando junto a una chica, una bella mujer con atuendos de estudiante, que tenía su cabello recogido, y que parecía ayudarme. Tenía un aura de ser una vieja amiga.

Parecía que salimos de una clase. Sentía la presión en mi pecho, al tiempo que íbamos decididos a leer un libro para poder hacer nuestra tarea.

En mi cabeza vagaba la idea de mi tarea, que consistía en armar algo, que serviría para regar plantas, aunque cuando tuviera la oportunidad de hacerlo, seguro parecerían tuberías con productor raros.

-Necesito ir por un libro -dije.

-No puedes ir, solo yo puedo caminar por la biblioteca, ¿no has visto lo que les pasa a los que van? -me espetó ella.

-¿Qué cosa?

-No vuelven. Además, la tormenta ya está acabando con todo. Ya no veo casas cerca, ni siquiera los salones de la escuela. Estamos rodeados de soledad.

-Pero necesito que me ayudes a ir, tengo que ir por un libro.

En ese momento volteé a ver la gran biblioteca central, y me topé con cientos de personas atrapadas en su interior. Estaban unas pegadas como metales a un imán, en el exterior. Otros más parecían estar apretados en algunos cuartos del edificio, que era bastante grande.

-Ya nos está jalando. Lo puedo sentir amiga -le volví a decir a la chica, que no me había respondido nada aún.

-Mira, vayamos a la biblioteca pequeña. El libro especial puede estar ahí. Yo te llevaré -pronunció al fin, y me llevó de la mano hasta la entrada. Había una mesa de madera enmedio del salón, y a los lados los muebles con montones de libros.

Sin más, mis ojos voltearon a la izquierda, como sabiendo bien lo que encontrarían. Había libros grandes, gordos y de pasta gruesa, con sus respectivos títulos, escritos en letras doradas en el lomo. Me encontré uno más alto que los demás, y lo saqué.

EL PODER, se podía leer en su portada arena. Tenía un ojo dibujado, con perímetro grueso y azul, parecido al maquillaje que usaban los egipcios. El amarillo y naranja le daban el aspecto de brillar. Lo hojeé de rápido, y pude ver que estaba repleto de letras pequeñas, y diagramas a color de fuerzas extrañas.

Mi amiga había desaparecido, y aunque el poder del edificio aledaño se acrecentaba y capturaba ramas de árboles y demás, no pude evitar quebrarme por el hecho de saber que no podía despegar los pies del suelo. Incluso parecía que me estuviera absorbiendo.

Me decidí a salir, y si pasara algo malo, era lo que tenía que pasar.

Unos tentáculos invisibles me capturaron y me arrastraron lentamente hacia la gran biblioteca. En su interior había antorchas y oscuridad. Dejé atrás el ambiente de pesar y soledad del exterior, donde ya no había nada por qué luchar.

Había telarañas, y libros que volaban. Entonces la luz se apagó, y con ella, mi último aliento. Adiós amiga, espero que tú si hayas sobrevivido.

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Casi podría decir que había despertado de ese sueño, pero desperté en mi habitación de manera extraña. Un ser estaba sobre mí, con un libro a lado mío. No podía moverme.

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Entonces desperté. Mi pulso estaba acelerado, y escuchaba pasos afuera de mi habitación. Pero descubrí que no podía moverme.

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¿Alguna vez desperté?

Pesadillas Aún No PlaneadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora