Prólogo -|Editado|

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“Me he quedado ciega”, fue lo primero que pensó entre la angustia de la oscuridad. Ropa rota, sollozos y ojos extremadamente abiertos. Kiara seguía sin poder ver nada. ¿Qué había pasado? ¿Por qué le habían pegado? ¿Por qué sentía como si todo se moviese a su alrededor? Se llevó una mano al pecho. El corazón latía de forma anormal y estaba empapada en sudor frío. No conseguía recordar. No conseguía recuperar el control de su cuerpo. Solo sabía que debía estar en la bolera con Lola, Carrie, Juno y Anne.

El suelo dio una fuerte sacudida y se estampó contra la superficie de metal. De repente, las puertas se abrieron y la luz entró a raudales. Un tipo gordo con camisa hortera y otro más alto y con traje aparecieron ante ella. Kiara sintió un ramalazo en la parte trasera de su cabeza y comenzó a recordar. Se arrastró hacia atrás impulsándose con las piernas al reconocerlos. El gordo le había pegado, aún podía sentir el ardor de su piel al impactar aquella manaza llena de anillos contra su cara, y el otro, el de gesto tranquilo era el que la había intentado asfixiar. “No es nada personal, preciosa”, le habían dicho, “Son solo negocios”. Negocios con su padre, por supuesto. Kiara casi se sentía estúpida por ser tan poco cuidadosa, por ser tan ingenua. “No debí haberme separado de mis amigas, no debí haber salido sola”, se lamentó interiormente.

El tipo del traje saltó al interior del camión y ella volvió a intentar retroceder a pesar de tener la espalda contra la parte trasera. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas, como nunca pensó que se podía gritar. Sintió el sabor de la sangre en su garganta cuando él la golpeó y la arrastró de los pies hacia el exterior. Su cuerpo contra el suelo de tierra levantó una fina polvareda y tosió mientras continuaban arrastrándola. Kiara no supo nunca cuánto tiempo estuvieron tirando de ella ni cuánto tiempo pasó llorando. A cada metro que avanzaban sentía todas y cada una de las piedras y los yerbajos clavándose en su espalda y sus piernas. No les importó cuánto suplicase ni cuánto pidiese que la dejasen andar, a todas ellas contestaban un simple “es lo mínimo que merece una Capaldi”.

Kiara terminó por perder la consciencia. Se sumió en un sueño oscuro y dañino hasta notar el frío rodeándole los tobillos. Debía ser una pesadilla, tenía que serlo. Pero cuando despertó lo único que vio fueron dos cadenas aprisionándole las piernas. Un escalofrío la recorrió de abajo y rezó con todas sus fuerzas porque su yo más primitivo la advirtió que esto tan solo era el principio.

Cocaína (Saga Adrenalina I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora