Capítulo XIV

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-Dime que sabes lo que estás haciendo... ¡Joder, Daniel, esto no es una puta película! ¡No se ha chutado nada!

-¿Tienes una idea mejor? Mira, tío, es esto o llevársela a Rhett a que la entierre.

Hell contempló con el rostro descompuesto la aguja que sostenía Daniel en alto sobre el cuerpo inerte de Kiara. Estaba pálida, fría. “Está muerta”, pensó con un estremecimiento que le arrancó un grito ahogado. No, ella no. No podía estar muerta, tenía que ser otra cosa. Tal vez solo tuviese fiebre, seguro debía ser eso. Esas cosas pasaban, ¿no? Esas malditas cosas tenían que pasar porque sino iba a enloquecer.

-Hell, enserio, dime algo porque no puedo estar así todo el día, tengo cosas que hacer.

-¡No me pidas que te diga algo cuando tengo a la hija de Capaldi muerta en el suelo de tu casa, joder!

-¡Por eso mismo que esta muerta en el suelo de mi puta casa déjame a mí, ¿vale?! Apártate, necesito espacio.

Hell se apartó ligeramente pero no soltó la mano helada de Kiara. Sentía que si la soltaba iba a irse definitivamente. “No te atrevas a hacerme esto, niñata”, pensó aterrorizado.

-¿Has hecho esto alguna vez?

-Tío, es muy fácil, lo he visto hacer en Pulp Fiction.

Hell palideció de repente.

-¿Me estás diciendo que la vida de la hija de Rhett Capaldi está en manos de una maldita película?

-Una película de Quentin Trantino – puntualizó Daniel alzando de nuevo la aguja.

Y antes de que Hell pudiese impedírselo apuñaló a Kiara justo en el corazón con tanta fuerza que pareció que fuese a romperse en mil pedazos. La joven arqueó la espalda y se incorporó con un movimiento brusco. Sus ojos abiertos de par en par estaban dilatados y el sudor frío le confería un aspecto deprimente. Pero el subir y bajar de su pecho le pareció a Hell lo más hermoso del mundo.

-¡Sí, tío! - exclamó Daniel - ¡Sí, tío, soy un jodido genio!

Hell soltó una risa nerviosa y se tumbó en el suelo debatiéndose entre llorar o gritar. Kiara por el contrario, estaba en estado de shock. Se abrazó a sí misma al notar que iba en sujetador y se quedó muy quieta. Solo pudo mirar con ojos asustados cómo Hell y Daniel comenzaban a charlar y a elogiarse el uno al otro, como si hubiesen hecho un duro trabajo. Había sido su culpa. Se había ahogado por su culpa, ¿cómo tenía la poca vergüenza de echarse rosas?

Tras varios minutos de comentarios sobre lo que ambos pensaban que iba a suceder (tanto Daniel como Hell pensaban que no iba a despertarse), Daniel sacó una bolsa con polvo blanco de uno de los cajones de la cómoda. La habitación, pensó Kiara, debía ser un estudio por el escritorio elegante, la alfombra polvorienta y la gran cantidad de estanterías y cajas que se amontonaban por las esquinas. Quería un baño. Ya.

Pero lo único que Hell hizo fue drogarse junto a su amigo e ignorar completamente a Kiara, que necesitaba de nuevo urgentemente su inhalador.

Cocaína (Saga Adrenalina I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora