Capítulo XIII

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Hell intentó, sin resultado alguno, permanecer tranquilo. Kiara no había dicho una sola palabra en el trayecto de vuelta al hotel, y una vez en la habitación, había comenzado a gritar como una desquiciada mental. No tuvo más remedio que meterla bajo la ducha de agua fría para que se calmase.

Ahora esperaba sentado en uno de los sofás de cuero del salón del hotel Paradise a que saliese serena y con el rostro relajado, tal y como quería que estuviese Kiara; aguantarse a sí mismo ya era bastante difícil como para aguantarla también a ella.

Había revisado los mensajes de su móvil y no tenía muy buenas noticias. Al parecer no solo se habían casado, sino que se habían dedicado a proclamarlo a los cuatro vientos. Había tenido la esperanza de ir a anular el contrato matrimonial (ya había estado en esa situación...) sin que nadie se enterase, y así ambos podrían borrar de sus mentes lo sucedido aquella noche. Hell, al menos, lo intentaba. Pero haber llamado a Rhett Capaldi no facilitaba las cosas.

“Definitivamente estoy muerto”, pensó frotándose los ojos cansados, “Tal vez Nick no me matase pero Rhett sí lo hará. Me pegará un tiro en cuanto me vea, y si es posible, hará desaparecer mi cadáver.”

Al mediodía ya estaban camino de la famosa capilla. Hell había desconectado el móvil a sabiendas de que su padre no tardaría en enterarse de la “feliz” noticia y, tal vez, tuviese tantas ganas de estrangularlo como papá Capaldi.

-Quiero morirme – dijo Kiara cubriéndose el rostro con las manos -. ¿Puedo quedarme en el coche? Por favor, me da mucha vergüenza presentarme delante de...

-Oye, esta gente ha visto cosas peores, ni siquiera se acordarán de nosotros – Hell aparcó en la calle contigua y rebuscó en la guantera – Enserio, no recuerdo haber firmado nada.

Kiara no contestó y bajó del coche con lentitud y recelo. Permaneció alejada un metro por detrás de Hell y él no se lo impidió; tampoco es que tuviese muchas ganas de discutir. Tenía una resaca de mil demonios y la herida le ardía horrores. Casi habría jurado que habían vuelto a dispararle.

-Déjame hablar a mí – dijo Hell en cuanto entraron.

-Qué remedio...

Y de nuevo Hell no dijo una sola palabra. Kiara se arrepintió en aquel preciso instante de haber pronunciado aquella frase. Seguía sintiendo un gran recelo y temor hacia aquel tipo con gafas de aviador y labio partido. No debía olvidar quién era; su apellido debía permanecer siempre junto a su nombre.

Una señora bastante estrafalaria los atendió. Llevaba el pelo largo a mechones de colores y unas largas uñas de porcelana barata. Hasta unos segundos después, Kiara no se percató de que era un travesti. Sonrió, incómoda.

-Hola, Rebbeca – saludó Hell con una sonrisa.

-Pero mira quién tenemos aquí... - la mujer frunció los labios pintados con un rojo muy llamativo - ¿Venís a buscar los papeles de la boda?

Kiara vio como Hell se tensaba. En aquella habitación pequeña y mal decorada con exceso de ornamentos, él parecía algo absurdo. No sabía porqué veía absurdo ver a Hell en un lugar como aquel hasta que se dio cuenta de que era condenadamente atractivo. Era, sin lugar a dudas, el tipo de hombre al que todas las mujeres volteaban a mirar por la calle, y tan solo la parte subconsciente de Kiara se había dado cuenta de eso. O al menos, la única parte de su cerebro que le había dado importancia junto a su ácido sentido del humor; sí, le gustaba el sentido del humor de Hell. El resto de su mente estaba muy ocupada pensando en lo malvados que eran los Capobianco, en lo bien que le quedaba a Hell su nombre, en el daño que le habían hecho... Pero sobretodo, pensaba mil y una formas de matarlo lenta y dolorosamente.

Cocaína (Saga Adrenalina I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora