Cato era el niño más querido de toda su clase, pero solo fue un día, un momento, un segundo, en que eso cayó.
-Te veo un poco decaído, Cato, ¿Qué pasa? –Le preguntó un día la maestra a Cato para animarlo un poco. Ella era muy divertida, siempre intentaba animar a los niños.
-No pasa nada, estoy bien.
-Puedes decírmelo, Cato.
-Bien, te lo diré. Pero es un secreto. Nadie sabe lo que me está pasando, mis amigos ya me preguntaron, pero me da vergüenza decirles.
-Dime.
-Es la niña nueva. Esa… Clove. Esa torpe niña me venció en Pelea con los torpes cuchillos. Antes de que ella viniera todo estaba bien.
-No digas eso, Cato. Es una niña, como tú, como todos.
-Pero… yo era el mejor. Y ahora ya no lo soy.
-Cato… no te sientas mal. Tienes mucha fuerza y destreza con la espada, te he visto muchas veces. Eres buenísimo. Todos hacemos cosas diferentes, tú usas la espada, Clove los cuchillos. Son sus especialidades, y los dos son muy buenos. ¿Ves? Tienes más cosas en común con Clove de lo que crees, muchacho. Tal vez algún día termines enamorado de ella.
-¡Qué asco, no! –Dijo Cato, y la maestra sonrió –Eso jamás.