Después de despedirse de sus familias unos Agentes de la Paz llevaron a Clove y a Cato a un tren para ir al Capitolio. También los acompañaba Reeve. Solo tenían que estar ahí ocho horas. Los chicos se vistieron, al igual que Reeve, ella siempre llamativa, esta vez tenía el cabello verde esmeralda y un vestido hecho con rosas pintadas de verde azul. Como siempre, llevaba el pelo lacio que, si no usara zapatos con tacón, le llegaría hasta el suelo.
En el tren nadie hablaba. Ni siquiera Cato y Clove. Todo estaba en silencio. Se escuchaban pasos, utensilios de cocina que se golpeaban, los cocineros hablando, ellos eran los únicos que hablaban. Estuvieron así por una hora. Sin decir una sola palabra. Reeve movía la cabeza para todos lados. Buscaba a algo. A alguien. Clove y Cato se dieron cuenta, aunque no comentaron nada. Hasta que en un momento Clove dijo:
-Reeve, ¿A quién esperas?
-Oh, espero a su mentora. Una tributo de hace muchos años. Se ‘la’ considera mentora del Distrito 2, es la mejor. Hubo otros mentores después de ella. Pero para las personas más especiales está ella. ¿Entienden? Se los consideran fantásticos tributos. A los dos. Eso es bueno, chicos. Les va a gustar su mentora. Tiene una excelente experiencia en los Juegos. Hasta ganó los mini –Los chicos solo asintieron y se hicieron los interesados. En el Distrito 2 hay muchas noticias, casi nadie sabe quiénes son los mentores de cada año. Saben si murió la mascota del Alcalde o qué comida recomiendan para el día, pero no saben las noticias importantes. A nadie le importa. –Iré a buscarla. Esto ya me preocupa. A ver si la dejamos en el distrito –Reeve se fue por una puerta y al cerrarla, Clove y Cato estaban en otro mundo. Estaban solos, más que en otro mundo, que era diferente a lo normal.
-Esto es aburrido, Cato. ¿Quieres hacer algo?
-No estoy de ánimo, Clove. Tal vez luego.
-Luego estaremos en el Capitolio –Cato no decía nada. Solo tenía la cabeza baja. Como cuando estaban en primaria y Clove se le acercó a platicarle por primera vez.
-Perdón si interrumpo tus pensamientos. ¿Qué pasa, Cato? Estás como en la primaria.
-No pasa nada, Clove. Solo… estoy cansado.
-Ajá… -Clove se hizo la desorientada por unos segundos. Pero al ver que Cato no hacía nada, ella le continuó hablando. –Tampoco estoy de ánimo, Cato. Es la verdad. ¿A quién le gustaría ir a los Juegos del Hambre con su mejor amigo? Solo quiero pasar uno de mis últimos momentos contigo –Después de unos minutos, Cato le respondió:
-No es solo eso.
-Dime.
-Mi madre me fue a despedir, pero solo fue ella. Le pregunté dónde estaba mi padre pero… -Los ojos de Cato estaban llenos de lágrimas, no podía contenerlo. Tal vez inicie su propio levantamiento en el tren como hizo en el salón del Edificio de Justicia. –Mi padre murió, Clove –Y las lágrimas comenzaron a fluir. Clove abrazó a Cato y le dijo:
-No es necesario que me cuentes por qué. Vayamos a mi habitación, estarás más tranquilo –Se fueron a la habitación de Clove. Cada habitación ocupaba casi un vagón entero. –Siéntate en mi cama –Y Cato se sentó, y paró de llorar un poco.
-Mi padre intentó ofrecerse voluntario por mí para estos Juegos porque le pareció injusto que vayamos juntos. En la madrugada fue al Capitolio solo, se presentó con Snow, y éste le dijo que no era posible lo que quería hacer. De la ira provocó un levantamiento individual en la mansión del Presidente. Tiró todo lo que pudo al suelo. Luego hizo lo mismo afuera. Como era mi padre lo perdonaron a la primera, pero siguió. El castigo a eso fue… la ejecución –Clove se tomó el cuello con una mano como si a ella le clavaran un pinchazo en ese momento. Se sentía muy mal por su amigo, y por Acio también. En general, por toda la familia Plegiant. Cato empezó a llorar de nuevo, y Clove se sentó junto a él en la cama y lo abrazó. Clove también empezó a llorar un poco al rato, era bastante cercana a ese hombre. -¿Puedo usar tu baño? Quiero ver a nuestra mentora, y no quiero presentarme con los ojos hinchados.