Capítulo 15

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Por primera vez en días, Moni cepilló su melena rizada después de darse un baño con agua hirviendo; maquilló su rostro con base, algo de rubor y delineó sus ojos con lápiz negro

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Por primera vez en días, Moni cepilló su melena rizada después de darse un baño con agua hirviendo; maquilló su rostro con base, algo de rubor y delineó sus ojos con lápiz negro. En su espejo se reflejaba la imagen de la chica que una vez fue; la que tanto echaba de menos, pero que no volvería. Sonrió con amargura y pesadez, bajó la cabeza y tomó una larga bocanada de aire, reprimiendo sus ganas de lanzarse a llorar.

La joven se dio una palmada en la mejilla, giró para darle la espalda a su espejo de cuerpo completo y tomó su gabardina roja antes de salir de su habitación. Procuró ser discreta, andando por los pasillos de su casa con calcetines para que no la escucharan sus padres. Llevaba en las manos sus botines cafés y en la espalda una mochila con todo lo que necesitaría el resto del día.

Cuando salió por la puerta principal y se encontró en el patio, miró por última vez la fachada de su casa. Se llamó a sí misma desagradecida por no haberse despedido o dejado alguna nota, se comparó con Gustavo, quien hizo lo mismo cuando se dio a la fuga después de su expulsión, de hecho, no se sabía dónde estaba o si continuaba con vida.

Moni retiró la imagen de su exnovio, pensar en él solo la lastimaba y la hacía recordarse el impacto que le dejó tener sobre su vida. Se encontraba harta de todo; del encierro al que se sometió, de su baja de la escuela, de los incesantes comentarios de sus progenitores sobre su indecencia, de no poder entrar a ninguna de sus redes sin tener un ataque de pánico pensando en que alguien que vio sus fotos la acosaría. También se hallaba cansada de la nueva presión de un proceso legal en el que tendría que compartir otra parte de su intimidad, pero con un abogado de poco tacto.

Tiró sus botines al suelo, metió los pies en estos y sin haber atado sus agujetas, giró sobre sus talones para huir de su calle de una vez por todas y no volver a pisar ese lugar que un tiempo formó parte de su cotidianidad. Le dio los buenos días por última vez al guardia de la entrada y se sintió libre una vez pisó la acera fuera de su fraccionamiento. A pesar de sentirse observada y juzgada por los transeúntes, se repitió un millar de veces que eso pronto dejaría de ser importante.

Le hizo la parada al camión que daba al centro. Se sentó en la parte trasera, ocupando el asiento que casi nadie elegía y se arrepintió de no haber cargado consigo sus audífonos o celular. Se entretuvo viendo a la ventana, el paisaje que se proyectaba no era más que uno desolador; el tráfico de Tollocan, los osados peatones que cruzaban la avenida sin usar los puentes y el aroma a café que desprendía una de las numerosas fábricas ubicadas en ese boulevard industrial.

A pesar de llevar toda su vida viviendo en esa ciudad, nunca se dio a la tarea de memorizar los lugares por los que pasaba a diario. Ese domingo por la mañana miró absorta cada uno de los sitios que el vehículo iba dejando atrás, rememorando instantes en los que pasó por ahí, en los que rio a carcajadas o lloró. En muchos de estos estuvo junto a Gustavo, andando a pie por el centro de Toluca, tomándose de la mano y tragándose las mentiras que él le soltaba para hacerla caer en su juego.

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