Epílogo

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Mónica cumpliría dieciocho años un veinte de julio

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Mónica cumpliría dieciocho años un veinte de julio.

Cuando ella, Paula y Gabriela, tenían apenas dieciséis, se imaginaban las fiestas de la celebración por sus dieciocho como épicas; que harían una reunión catastrófica de tres días para conmemorar su mayoría de edad y el preludio a lo que sería su vida como universitarias.

No obstante, ese veinte de julio Paula no podía evitar sentirse melancólica y en parte decepcionada hacia lo que le deparó el futuro.

Cambiarse de estado a finales del año pasado no fue tan fácil como pensó, primero por los trámites de mudanza, después por el traslado, luego esa semana en la que tuvo que dormir en el suelo al estar todos los muebles empacados y, por último, las pláticas que tenían sus padres sobre la venta de la casa en Toluca y el préstamo para la renta.

Todo aquello hizo que Paula empezara clases en su nueva preparatoria igual de taciturna que siempre, pero con la motivación para mejorar sus notas y obtener un lugar en la universidad estatal. Se perdía entre libros de texto, guías de estudio, asesorías por las tardes y la terapia psicológica a la que sus padres continuaban insistiéndole que fuera.

Pronto el tiempo empezó a parecerle más corto, cuando llegaron invitaciones de compañeras de clase para estudiar los fines de semana o al no ser quien estuviera sola durante un trabajo en equipo. Ella continuaba encerrándose a sí misma, protegiendo lo endeble de su interior detrás de una capa de indiferencia y seriedad, aunque tenía que agradecer el sentirse integrada en un grupo de gente nueva. Ser solo una joven más y no una persona cuya historia de vida no le perteneciera del todo.

Así fue como terminó el semestre, con buenas notas que compensaron las anteriores, yendo a su ceremonia de graduación con el único deseo de marcharse y durmiendo hasta tarde en lugar de ir a la fiesta que se hizo por los graduados. Aquella conducta les preocupaba a sus padres, pero de acuerdo con la terapeuta, era natural después de todo lo vivido y que con el transcurso del tiempo se iría haciendo más sencillo.

Se trataba de ir poco a poco, dando un paso a la vez y no caer en desesperación cuando se retrocedieran un par. Ninguna evolución es lineal, al menos en lo que se refiere a la psique de las personas.

Paula sabía que tenía que reconocer cada uno de esos pasos que diera hacia adelante, celebrándose a sí misma por avanzar y no lamentarse cada vez que las lágrimas o la inseguridad le ganasen.

Por eso, a pesar de lo difícil que le resultaba volver a ver a Leo después de tantos meses, estaba decidida a no retractarse, quería celebrar el logro de poder tenerlo enfrente el mismo día que su amiga cumpliría la mayoría de edad. Se trataba de una media tarde, cálida y seca, el clima en Querétaro contrastaba con el de Toluca y, a decir verdad, echaba de menos su chaqueta de mezclilla o la ropa de abrigo.

Paula tenía una caja de cigarrillos de menta entre las manos y se encontraba sentaba en lo que era un pasamanos de metal. Miraba al frente, buscando entre las personas que caminaban por la acera a Leo o si alguno de los taxis que recorría la calle frente al parque se estacionaba y dejaba ahí al muchacho que tanto esperaba. El cielo se había tornado anaranjado, con distintos tonos de morado pálido y combinándose con las nubes grises.

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