Capítulo 11

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Leo no tenía muchos inconvenientes en pasar tiempo con su familia a pesar de que odiaba lo entrometida que podría ser su madre y lo poco participativo que era su progenitor durante las disputas

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Leo no tenía muchos inconvenientes en pasar tiempo con su familia a pesar de que odiaba lo entrometida que podría ser su madre y lo poco participativo que era su progenitor durante las disputas. La mayoría del tiempo el joven estaba bien escuchando a sus padres conversar sobre cualquier rumor que llegara a sus oídos. No obstante, desde aquel enfrentamiento en casa de Paula y de su suspensión, él prefería pasar el rato encerrado en su habitación o deambulando por las calles dejando solicitudes de empleo en cualquier local.

A pesar de estar convencido de lo que no quería y de que Paula tampoco lo deseaba, seguía tomando precauciones, en caso de que no los dejasen decidir y se vieran forzados a cargar con una responsabilidad que no estaban listos para afrontar. Por eso durante los desayunos el joven tenía que soportar los sermones de su madre en total silencio, porque si protestaba se armaría una riña.

La mañana del dos noviembre no parecía ser diferente a las demás; su padre bebía té de manzanilla en su taza de siempre mientras leía las noticias en su celular, del otro lado, su madre veía un programa de revista en el televisor. Leo solo esperaba a que una de las conductoras dijera algo relacionado con la maternidad para que su progenitora le soltase, de nuevo, el mismo discurso; por algo detestaba ese tipo de programas.

Aquello no tardó en suceder; presentaron una nota corta sobre cómo escoger nombres dependiendo del signo zodiacal, el joven consideró aquello una auténtica tontería y de ser otras sus circunstancias, hubiera hecho un comentario burlón que provocaría las risas de sus padres.

—¿Paula ya fue al doctor? —le preguntó ella—. ¿O prefiere ocuparse metiéndote en sus pleitos?

El mencionado solo siguió jugando con sus enchiladas, no tenía apetito y comía muy poco.

—Hay una buena clínica en Colón, sobre Tollocan, y ahí la pueden tratar —agregó su padre.

—Leonardo —ladró la mujer—, presta atención que esto es importante.

Leo tomó una bocanada de aire y buscó en su mente la mejor manera de confesarle lo que ambos estaban por decidir.

—Mamá, papá —carraspeó para aclararse la voz y sonar más seguro—. Paula y yo no vamos a continuar el embarazo —lo soltó con cuidado, haciéndose escuchar, pero procurando no sonar desesperado—. Ninguno de los dos quiere.

Leticia se quedó pasmada y arrugó la nariz, mostrándole a su hijo lo mucho que repudiaba su idea; David se limitó observar a Leo con severidad.

—¿Lo van a dar en adopción? —interrogó, estupefacta—. Leonardo, tienen que hacerse responsables de sus errores, además, los orfanatos en este país no dan para mucho.

Leo negó y mordió su labio inferior.

—Estamos considerando interrumpirlo —susurró, bajó la cabeza y comenzó a mover el pie con ansiedad—. Es legal en la Ciudad de México y todavía estamos a tiempo de que sea seguro.

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