Capítulo 10

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El Oxxo se encontraba a solo unos metros de la casa de Paula, y era siempre ella a quien le tocaba a hacer las compras para su hogar

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El Oxxo se encontraba a solo unos metros de la casa de Paula, y era siempre ella a quien le tocaba a hacer las compras para su hogar. Al ser un sábado en la mañana no se preocupó en cambiarse el pijama, solo se puso sus tenis rojos y encima una chaqueta de mezclilla. Caminaba arrastrando sus pasos por la acera, evitando tocar las grietas solo para distraerse pensando en algo que no fuera su vida o su futuro.

A pesar de que el asunto bajó en intensidad, todavía le quedaba un largo camino por recorrer para volver a poner todo en orden, si es que alguna vez lo tuvo.

La joven compró lo que le pidieron; el pan blanco, la mayonesa y también dos cajas de un litro de leche, pero cuando estaba a punto de pagar, un delicado brazo se interpuso entre ella y el cajero.

—Yo lo pago —expresó al instante Gabriela, miró a Paula por el rabillo del ojo y le sonrió. Lo que ella sostenía en sus dedos era la tarjeta de débito de su hermano.

La de ojos verdes no dijo nada, no era el momento de empezar otra discusión. Solo esperó a que el cajero cobrara y le entregara sus compras. Una vez llenó sus bolsas se marchó del lugar con celeridad.

—¡Espera! —exclamó Gabriela.

La joven de ojos verdes frenó, tensó su mandíbula y tomó una bocanada de aire. Escuchó los pasos de Gabriela aproximándose y después como su delicada mano se posaba en su hombro. Por reflejo Paula se movió con brusquedad, apartándola.

—Yo sé que me odias —admitió Gabriela—, y yo antes creía que te odiaba a ti —resopló, metió las manos dentro de los bolsillos de sus jeans—, pero en realidad siempre me odié a mí misma, por... Ya sabes.

—¿Y yo tenía que cargar con toda tu mierda? —le espetó sin voltearse.

Gabriela respiró hondo.

—No y no te estoy pidiendo que me perdones. —Caminó un par de pasos y se detuvo cuando estuvo frente a Paula para después girarse—. Solo quiero disculparme por toda la mierda que te hice.

La aludida dejó las bolsas en el suelo, junto a sus pies.

—Tus disculpas no sirven de nada —rio con cinismo—. Mi vida es una mierda y en parte es tu culpa —arguyó—, no hay palabras mágicas para arreglar este tipo de cosas.

—Ya lo sé —chilló y bajó la cabeza—, es más, el día que tengamos la cita en el comité voy a decir toda la verdad, porque merezco que me expulsen y es más... —Tragó saliva—. Si tú no dices todo, yo lo diré.

Paula se balanceó sobre sus talones, el viento frío de finales de octubre despeinaba todavía más su coleta baja.

—Solo quería decir eso —continuó—, que de mí no te preocupes, yo confesaré y si veo a alguien fastidiándote lo voy a callar.

—Muy tarde, muchos meses tarde.

—Me gustaría que me dejaras ayudarte y eso, pero tienes todo el derecho de mandarme a la verga.

Lo que se diga de Paula | ✅ |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora