Miedo a sufrir

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Día 3: Reencontrarte me da miedo

Eran casi las doce del mediodía cuando Margaret Perry, la madre de Mel, golpeó a la puerta de su habitación avisándole que Sophie estaba de visita.

Mel algo disconforme buscó ropa para cambiarse, hubiera querido seguir durmiendo, necesitaba descansar y no pensar en nada de lo que le estaba sucediendo. Despertarse implicaba tomar decisiones y eso le daba miedo.

Bajó a saludar a su mejor amiga, vivían juntas en Princeton, pero, Sophie ese semestre había reprobado las materias y hacía casi dos meses que estaba en Nueva Orleans, por lo tanto, no estaba enterada en detalle de las novedades de la vida de Mel.

Eran amigas inseparables desde los siete años y tenían la costumbre de contarse todo, era algo que se había convertido en indispensable para sus vidas.

Mel la extrañaba terriblemente, verla se lo recordó y la conformidad volvió a su cuerpo, aún, no había podido contarle sobre la pelea con Sam y Sophie no sabía nada sobre el reencuentro con Ión.

De solo recordar todo lo que había pasado en esas semanas en su vida sentía asfixia y una revolución en su estómago. Mientras su corazón galopaba al doble de lo habitual, Mel, bajaba la escalera de su casa y el hipotálamo parecía que dejaba de regular su temperatura corporal haciéndola sudar y congelarse de un instante al otro.

Luego del interminable abrazo y de servirse una taza de café, comenzó a relatar con poco entusiasmo lo sucedido con Sam.

Hablaba de manera fastidiosamente lógica, parecía que se esforzaba por no ponerle emoción al cuento, parecía desconectada de sus emociones, contaba paso a paso cada suceso, en resumen, según había entendido Margareth que prestaba especial atención a la chara: él, había estado besando a otra, alguien los había visto y los había fotografiado. Al hablar su hija parecía que leía un apunte aburrido de la facultad, su madre estaba al acecho intentando descubrir qué le pasaba, porque era evidente que algo anda distinto en ella, pero la aburrió definitivamente el diálogo de esas dos futuras psicólogas reflexivas y monótonas que solo se entendía entre ellas, y decidió retirarse del salón.

Por fin Mel pudo confesarse en paz, luego de asegurarse que estaba a solas con su mejor amiga, en un tono alocado, completamente eufórica y casi a los gritos dijo:

―¡Vas a matarme cuando lo sepas!, me siento una porquería de persona pero nada me importa menos que todo lo que acabo de contarte de Sam, no es que no me haya dolido, es un maldito mujeriego, y ni pienso volver verlo, pero, ¡ me pasó algo inesperado y grandioso!, siento que me voy a quedar sin aire de solo recordarlo.

Sophie la miró sorprendida, abriendo sus pequeños ojos celestes con una expresión de alegría por ver a su amiga tan feliz, pero no entendía cómo Mel podía estar tan feliz, si Sam, la había engañado con otra. Mel sin dejarla decir una sola palabra y en voz algo alta soltó:

― ¡Me encontré a Ión Cameron en el vuelo de regreso a casa!

Dijo después y siguió hablando y dando detalles, como si el mismísimo demonio la hubiese poseído encendida con la pronunciación de cada palabra, intentando bajar el tono de voz para no llamar la atención en su casa, pero, acompañando el relato con contorsiones corporales y gestos elocuentes.

Sophie se sorprendió, creía que Mel se casaría con Sam, ella suponía hasta ese momento que nada era más importante en la vida de las personas que una desilusión amorosa para dar el siguiente paso y que a pesar de algún desliz que Sam pudiera tener, ella lo consideraba un buen chico, de esos que uno elige "para toda la vida", pero la novedad del regreso de Ión la dejó sin palabras y sin saber qué preguntarle primero.

Después de la MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora