17.

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—¿Qué? —dijo Alfred, echando la cabeza hacia atrás y frunciendo el ceño. Todavía tenía la mano sobre el pomo de la puerta, que había terminado de abrir de par en par impulsado por la sorpresa de tener a Amaia delante.

—Pues eso, Alfred —insistió ella entonces, molesta por que le estuviera haciendo repetir lo que había dicho hacía menos de diez segundos, y haciéndose a un lado para poder colarse en la habitación por el hueco que había entre Alfred y el marco de la puerta—. ¿En qué momento pensabas decirme que tenías novia? Aunque la pregunta era más bien si pensabas decírmelo algún día.

La estancia estaba totalmente ordenada, típico de Alfred. Por supuesto, el servicio de limpieza de las habitaciones habría hecho su parte, pero en esa pulcritud estaba grabado, sin ninguna duda, el sello del chico. El edredón de la cama no presentaba ni una sola arruga; sobre la mesa, pegada a la pared del fondo, solamente figuraba la lámpara que venía con la habitación por defecto; no había ni una sola prenda de ropa a la vista, lo que significaba que Alfred lo había guardado todo en el armario; y la maleta ni siquiera descansaba sobre el reposaequipajes, donde la dejaba todo el mundo, así que tenía que haber acabado debajo de la cama. Lo único que se podía decir que no estaba en su sitio era la guitarra, repleta de firmas, que se alzaba majestuosamente sobre la silla. Seguramente Alfred la hubiera estado tocando antes de la llegada de Amaia.

—Amaia, ¿qué haces aquí? —inquirió él por toda respuesta, suspirando y apartándose de la puerta que había cerrado ya y acercándose a la chica.

Al verlo aproximarse, Amaia dio un paso hacia atrás, manteniendo una distancia amplia entre ellos. Cuando lo tenía cerca se le nublaban las ideas; no le dejaba pensar con claridad y su mente era un barullo de reflexiones sin sentido que la hacían querer tirarse de los pelos. Nunca antes se había sentido de tal manera con nadie, ni siquiera cuando Alfred había empezado a gustarle en la academia y había tardado semanas en decidir qué hacer con esos sentimientos que iban cobrando forma sin remedio.

—¡No te acerques! —Alzó las manos, obligándolo a detenerse en su camino hacia ella—. No te acerques más y contéstame. ¿Tienes novia?

—Dios, Amaia, ¿pero qué más te da? —Ahora era Alfred quien estaba más alterado de los dos—. ¿Qué te importa si tengo novia? Tú y yo no somos nada, me lo dejaste clarísimo la mañana siguiente de la fiesta.

La sangre en las venas de la navarra empezó a hervir como si llevara un rato a fuego lento y por fin empezara a notar los efectos del calor. Sabía que esta discusión podía terminar en una gran pelea si ninguno de los dos encontraba la forma para calmarse, y no era precisamente como si se estuvieran mostrando abiertos al diálogo como dos personas racionales. Estaban navegando por un río cuyas aguas comenzaban a revolverse debido a la inminente desembocadura en los rugidos del océano. El temporal iba a ser fuerte.

—Claro que no somos nada —contraatacó ella, ahora furiosa. Se había olvidado por completo de la distancia de seguridad y había dado una zancada que la había situado justo frente a él—. Tú solito te aseguraste de romper lo que éramos hace tres largos años. —Le propinó un empujón con la mano derecha y Alfred tuvo que dar un paso atrás para no perder el equilibrio—. Y me parece bien que hayas pasado página, yo también lo he hecho, pero lo que no está bien, Alfred, es que quisieras comerme la boca en aquella maldita fiesta teniendo novia en Londres.

—¡No me lo puedo creer! —saltó Alfred, llevándose las manos a la cabeza y dando una vuelta sobre sí mismo antes de detenerse y volver a mirarla fijamente—. ¿Pero tú te estás escuchando? ¡No seas tan hipócrita, Amaia!

—¿Perdona? —Amaia no cabía en sí con tanto ataque, tanto de su parte como de la del catalán—. ¿Se puede saber qué estás diciendo?

Alfred no contestó enseguida. Se notaba que estaba tratando de no perder completamente la calma, aunque algún que otro tic nervioso que realizaba con el cuerpo evidenciaba que no estaba teniendo mucho éxito en su intención.

Volverte a ver || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora