12.

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Pocas personas había en este mundo que tuvieran la capacidad de hacer que Amaia consiguiera evadirse de toda situación que pudiera preocuparle en algún momento. Dos de ellas eran los Javis. En las casi tres horas que llevaba con ellos en su casa, no había pensado ni una sola vez en Alfred ni en nada que tuviera que ver con él. En vez de eso, se había pasado la cena tratando de mantener la risa a raya para que no le entrara el hipo.

La mezcla de sus dos antiguos profesores de la academia y Martí daba como resultado un maravilloso cóctel de bromas, chistes y anécdotas que la tenían al borde de las lágrimas. Ojalá fuera cierto aquello de que la risa es la mejor medicina, porque en ese caso Amaia estaba curada de todo mal que pudiera afectarle de ahora en adelante.

Javi Ambrossi se recostó hacia atrás sobre la silla para mirar la hora y abrió mucho los ojos, interrumpiendo una discusión sobre suricatos que tenía a Amaia entre fascinada y asustada debido a la cantidad de información que sus amigos sabían acerca de dicho animal.

—¡Madre mía! Si ya casi son las doce, tenemos que salir ya si queremos llegar a tiempo.

—¿Las doce? —repitió Calvo mientras se levantaba de la mesa y empezaba a recoger los platos ante la atenta mirada de Amaia, que no entendía tanta prisa de repente—. Al menos no está muy lejos.

—¿A tiempo para qué? —preguntó entonces Amaia—. Da igual a qué hora lleguemos, ¿no?

Los Javis se detuvieron en su misión de quitar la mesa y se miraron el uno al otro con los platos sucios en las manos. Parecía como si se estuvieran comunicando con la mirada, cosa que ya había llamado la atención de Amaia tiempo atrás, durante el concurso.

—Es que también hemos quedado con los demás, con los que están viviendo en Madrid —aclaró Javi Calvo finalmente—. A las doce y media para entrar todos juntos, así que id preparándoos, que salimos en quince minutos.

Acto seguido, desapareció en la cocina junto a su marido, dejando a Amaia en el comedor con la compañía de Martí. No era tonta; sabía leer entre líneas, por lo que enseguida comprendió que cualquier idea que hubiera podido tener acerca de cómo podía surgir la noche acababa de cambiar radicalmente. En ninguno de sus escenarios había incluido a Alfred, y ahora estaba entrando por la puerta grande en todos ellos.

—¿En serio? —le dijo a Martí, que entendió a qué se refería sin necesidad de más explicación.

—Quizá no viene. —Martí se encogió de hombros antes de levantarse y retirar las copas—. Ya sabes que no le va mucho lo de salir de fiesta.

—Si nos han invitado a todos los que estamos en Madrid, claro que vendrá. Además, son los Javis. Los adora.

Era cierto. Los Javis habían sido dos pilares básicos en la vida de Alfred, no solo en cuanto a su formación interpretativa como artista, sino a un nivel personal que solamente él y los propios Javis llegarían nunca a comprender. Bueno, y Amaia también, pues ella había vivido con Alfred todo ese crecimiento, había sido su mayor apoyo durante unos años muy intensos en los que las carreras de ambos habían empezado a calentar motores para despegar. La chica sabía de primera mano lo importantes que eran Ambrossi y Calvo para él.

—Si quieres, no vamos —propuso Martí.

—No, no pasa nada. —El ruido que venía de la cocina indicaba que los Javis estaban a punto de salir—. Hemos dicho que iríamos a la fiesta. Paso de Alfred y ya está.

Martí asintió justo antes de que aparecieran Ambrossi y Calvo en el comedor. Se dio cuenta de que todavía tenía las copas en la mano, así que fue a terminar de recogerlas. Mientras tanto, Amaia se dirigió al baño para asearse y darse unos últimos retoques con el maquillaje. Su reflejo en el espejo le devolvía la mirada con supuesta calma; sin embargo, no iba a negar que por dentro estaba más alterada de lo que aparentaba. ¿Acaso no iba a conseguir despegarse de Alfred en todo el viaje? De alguna manera, al final siempre había algo que acababa uniéndolos, y eso la irritaba más de lo que admitiría.

Volverte a ver || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora