33.

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La fiesta de Miriam resultó ser un éxito. Técnicamente no había sido 'la fiesta de Miriam' como tal, ni siquiera la había organizado ella, pero su más reciente noticia la convirtió en clara protagonista de la noche, volviéndola el centro de atención, el foco de preguntas. La colmaron de felicitaciones y enhorabuenas y brindaron por ella, por Pablo y por el futuro bebé que, por supuesto, iba a ser sobrino de todos.

Amaia lució su vestido rojo y Alfred estuvo comiéndosela con la mirada durante toda la cena. Se habían sentado cada uno a un lado de la mesa, enfrentados, fingiendo que había sido pura casualidad pero conscientes de que nadie de los presentes iba a creerse esa excusa. A esas alturas, incluso sus amigos a los que no les habían contado personalmente que había algo entre ellos se las apañaban para dejarles a solas cuando los veían juntos.

Amaia era consciente de lo que parecían: una pareja, como lo habían sido hacía mucho tiempo. Seguramente ella también lo habría pensado si hubiese sido una mera espectadora, pero no solo no lo era, sino que le tenía pánico a esa palabra. Pareja. La última vez que habían sido pareja, Amaia había terminado con un corazón roto y un negativo de recuerdos que no quería revelar pero que involuntariamente terminaba haciendo. Si se concentraba, todavía podía sentir el sabor amargo del dolor, del sufrimiento y de la pena en los recovecos de su boca, un constante recordatorio de lo que ser pareja le había costado. No quería tener que volver a pagar ese precio, aunque una irritante voz en su interior a la que de momento no le había prestado mucha atención le susurraba que iba en camino. Era como el murmullo de las aguas de un río: no se puede apagar pero muy fácilmente se puede pasar de él, desconectar de su sonido.

Durante la cena, Amaia y Alfred no se hablaron mucho; solo cuando participaban los dos en la misma conversación con la gente que tenían alrededor se contestaban e incluso se sonreían tímidamente. Sin embargo, por debajo de la mesa la situación era diametralmente opuesta: Amaia se había descalzado y no paraba de acariciar con sus pies desnudos los tobillos de Alfred, que no había podido evitar atragantarse la primera vez que había notado el roce. Cuando la contempló en silencio en busca de explicaciones, la chica le retó con la mirada a continuar con ese improvisado juego mientras en la superficie daban la apariencia de ser dos almas inocentes.

Alfred mantuvo muy bien la compostura, Amaia tuvo que admitirlo con bastante sorpresa, a excepción de un momento en que el empeine de la chica le rozó la parte interior del muslo. Fue un gesto breve, ya que el estiramiento de pierna que requería llamaba demasiado la atención, dando la impresión de que Amaia se estaba agachando para recoger algo del suelo. Pero valió la pena, ya que Alfred se encontraba explicando algo en ese preciso momento y de repente se puso a balbucear sílabas sin sentido y a repetir palabras que ya había dicho. Sus compañeros lo miraron, extrañados.

—Ahora... ahora vuelvo —consiguió decir, lo justo antes de arrastrar la silla hacia atrás y salir disparado hacia los baños del restaurante.

Sintiéndose maliciosamente culpable, Amaia trató de ocultar su sonrisa triunfal mirando la mesa. Pero no quería dejarlo ahí. Quería seguir.

—Voy a ver qué le pasa —dijo mientras retiraba la servilleta de su regazo, se calzaba y se levantaba para ir tras él. No dio tiempo para que sus amigos cuestionaran sus intenciones—. Quizá se encuentra mal.

Siguió la dirección que había tomado Alfred con el corazón bombeándole adrenalina en lugar de sangre. No habían hecho nada —apenas se habían tocado—, pero jugar así con él siempre había sido de sus cosas favoritas, esos roces y miradas que solamente ellos dos entendían, cuando pasaba mucho más entre ambos de lo que se podía ver a simple vista. Se comunicaban sin necesidad de palabras, siempre lo habían hecho, de alguna forma u otra.

Salió a un patio interior que había que cruzar para acceder al baño, pero no necesitó ir mucho más lejos, pues Alfred se había quedado ahí. La vio aparecer y esperó en el sitio hasta que llegara junto a él. Conforme se acercaba, Amaia vio cómo la sonrisa de Alfred se hacía más grande.

Volverte a ver || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora