28.

4.2K 205 26
                                    

El viaje en ambulancia era una mancha borrosa en la cabeza de Amaia. No recordaba cuándo había llegado la ayuda, quiénes habían atendido a Alfred o cuánto había durado el trayecto hasta el hospital. Ni siquiera se acordaba de lo que ella misma había dicho a los auxiliares o de cómo había conseguido pasarles la dirección correcta entre llantos. Lo único que brillaba vívidamente en sus recuerdos era el color de la sangre, hipnotizante pero terrorífico al mismo tiempo. Ahora, andando de un lado a otro en el pasillo frente a la habitación de hospital de Alfred, miraba con el corazón encogido los restos de esa sangre que habían ensuciado su móvil un rato antes. Los limpió con un trozo de papel mientras intentaba controlar las lágrimas que se arremolinaban en sus ojos. También su ropa tenía restos de lo sucedido, pero de esas manchas no podía deshacerse.

Girando rápidamente la esquina del pasillo, Amaia vio aparecer a Roi y Cris, que se acercaron sin perder ni un segundo. Solo se detuvieron cuando llegaron a su altura y ni siquiera entonces tuvo Roi el tiempo suficiente para frenar sin colisionar torpemente con ella.

—Amaia, ¿qué pasó? —preguntó el chico cogiéndola de los brazos, zarandeándola con cuidado—. ¿Cómo está?

Todavía sin fuerzas para hablar, Amaia apretó los labios y de paso contuvo una lágrima que habría caído si no se hubiese concentrado para evitarlo.

—Está bien —contestó, y sintió cómo una oleada de calma la invadía al pronunciarlo por primera vez en voz alta desde que los médicos se lo habían confirmado a ella—. Está sedado porque le han tenido que dar puntos en la cabeza, pero fuera de peligro.

Y, ahora sí, rompió a llorar. Era la primera vez que lo hacía desde que los médicos habían tenido que tranquilizarla para informarle de cómo habían intervenido y tratado a Alfred. Le había costado asimilar que no corría peligro tras haberlo tenido inmóvil entre sus brazos sobre un charco de sangre que ahora comprendía había sido más pequeño de lo que ella, sumida en un completo miedo, había creído. Su imaginación le había jugado una horrible pasada.

La doctora le había explicado con calma que Alfred se había desmayado debido al fuerte golpe y que la brusca caída al suelo probablemente hubiera contribuido a que la lesión fuera mayor de lo que podría haber sido, pero que afortunadamente no había daños cerebrales. La sangre había provenido de una brecha que se había abierto en el lado derecho de su cabeza, prácticamente a la alguna de la nuca, y que habían tenido que coser rápidamente para que no perdiera más sangre. Según le habían informado, ya que ella no podía recordar casi nada, Amaia tenía que haber presionado la herida de la cabeza, pues el personal de la ambulancia apenas había visto sangre cuando llegó.

Tenía todo lo sucedido tan borroso que, de no ser porque se encontraba en el hospital con Alfred dormitando tras la puerta como viva prueba, no habría sabido decir si se trataba de una aterradora pesadilla o de la mismísima realidad.

—Eh, Amaia —trató de tranquilizarla Roi envolviéndola entre sus brazos—, ya pasó, está bien. Solo tiene que reposar hasta que todo vuelva a la normalidad.

—Ya —sollozó ella, enterrando a su vez el rostro contra su pecho—, pero... —Las lágrimas no le dejaron continuar.

—Shh, Amaia, Amaia. —Roi le pasaba las manos por el pelo mientras ella trataba de estabilizar su respiración—. Tranquila.

Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo. Amaia agradecía la intención de Roi, por supuesto, pero él no había estado en su piel hacía un rato. No había visto cómo Alfred había mirado al infinito antes de perder el sentido y desplomarse de repente. No se había quedado paralizado a causa del miedo. No había pensado que ese golpe en la cabeza le acababa de costar la vida. Porque, por horrible que fuera de pensar, por la mente de Amaia había cruzado la posibilidad de que Alfred hubiera estado en el lugar y tiempo equivocados y que ya nunca más volvería a abrir los ojos. Si hubiese estado acompañada desde el principio, quizá no habría perdido los nervios de tal forma, pero lo cierto era que se había visto sola ante una situación que se escapaba completamente de sus manos y que la había superado.

Volverte a ver || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora