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Tras una segunda ducha en condiciones, ya que la primera poco había tenido de higiénica, Alfred y Amaia no tardaron en salir a la calle. No tenían un rumbo fijo y tampoco un destino, así que anduvieron sin fijarse mucho en las calles. Aunque, de todos modos, intentaron evitar las zonas demasiado concurridas; una cosa era encontrarse con una pareja de fans que les pidiera una foto y un autógrafo, y otra muy distinta, que medio Madrid sacara sus móviles para inmortalizar su encuentro con ellos.

Ya no les importaba demasiado la prensa, puesto que desde aquel primer artículo revelando su reencuentro, había habido otros que ni siquiera se habían tomado la molestia de leer. En cualquier caso, si en alguna de las revistas se dijera alguna barbaridad sobre ellos, María Jesús y Javiera no perderían ni un segundo en llamarles para hablar con sus hijos y tratar de relativizar la situación, normalizarla, como habían hecho siempre. A veces, la prensa no sabía qué más inventar y se iba de tema, hurgando en ridículos detalles de sus vidas hasta darles la vuelta completamente y crear así nuevas historias que poco tenían que ver con la realidad. Eso sí; Javiera ya se había encargado de llamar a Amaia para reprocharle que se hubiera tenido que enterar de ese reencuentro con Alfred a través de la cutre foto de una revista.

Pasearon por calles que tenían más que vistas y por otras que todavía estaban por descubrir —nunca se podía pasar el suficiente tiempo en Madrid como para conocer cada recodo de la ciudad—, contemplando los escaparates de las tiendas aunque sin llegar a comprar nada. Visitaron unas cuantas librerías y entraron en absolutamente todas las tiendas de música que encontraron, probando todos los instrumentos que estaban disponibles e improvisando melodías sobre la marcha.

Sin un objetivo fijo, Alfred propuso jugar a una cosa que se había inventado con dos de sus amigos de toda la vida, Marta y David, cuando habían quedado para sencillamente pasar el rato. Se trataba de no dejar de caminar en ningún momento, sobre todo no se podía parar ante un semáforo. Si se encontraban con uno que tuviera la luz roja para peatones, tendrían que continuar con el paseo por otro camino que no fuera cruzando la calle. La cosa era no detenerse nunca hasta que transcurriera el tiempo pactado. La única excepción era, en su caso, si les paraba algún fan.

Así que eso hicieron. Comenzaron el recorrido por el barrio de La Latina, sacándose fotos de vez en cuando —siempre en movimiento— para que quedara constancia de los lugares por los que habían pasado gracias al juego. Amaia no podía evitar reírse con cada broma de Alfred y ella misma trataba de aportar temas de conversación ligeros y risueños que desencadenaran más anécdotas o recuerdos compartidos. Las discusiones con Alfred de esos últimos días quedaban muy lejanas en su mente, como si tan solo hubiesen sido un espejismo cuya existencia Amaia estaba empezando a cuestionarse. Algo parecido le ocurría con esos años que habían estado separados, ya que ahora le parecía que estaban emborronados como las acuarelas al mezclarse con el agua. Ni siquiera le importaba saber cuál había sido el verdadero motivo de la partida de Alfred; tan a gusto estaba ahora con él que hasta eso había sido relegado a un tercer o cuarto plano. Eran cosas que ahora le resultaban intranscendentales.

A media mañana, Amaia recibió un mensaje de Miriam, que le avisaba de que llegaba a Madrid, para la quedada, ese mismo día sobre la hora de comer. Le propuso quedar para ir a tomar algo y ponerse al día, por lo que Alfred y ella tuvieron que detener el juego para poder dirigirse hacia el restaurante donde habían quedado, parándose muy a su pesar ante los semáforos si no querían ser atropellados.

La comida fue divertida y estuvo llena de sorpresas por ambas partes. Por un lado, la leona no consiguió ocultar su cara de asombro al verlos entrar juntos en el restaurante, ajena a toda la historia que había tenido lugar en Madrid esos últimos días. Miriam siempre había sido una chica directa, así que no se anduvo con rodeos al preguntarles qué era todo eso y por qué solamente les faltaba tomarse de la mano para terminar de ser evidentes. Amaia y Alfred contestaron a todo, aunque siempre alertas de no revelar demasiado y de no entrar en detalles acerca de lo que iba a ser de ellos en unos días. Todavía no habían discutido ellos ese tema, así que no era buena idea hacerlo ahí, con terceros delante, cuando lo más probable era que fuera a terminar en doloroso desastre.

Volverte a ver || AlmaiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora