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A/N: ¡Hola, caracola!
¿Sabéis qué día es hoy? Sí, sí, viernes. ¿Y sabéis lo que pasaba los viernes cuando empecé a publicar esta historia? Exacto, que también subía capítulo este día. Pues vengo a darlos una —creo y espero— buena noticia, y es que, a partir de hoy, vuelvo a mi rutina de subir dos capítulos a la semana. Como entonces, ¡nos vemos (leemos) cada martes y viernes!

Aquí os dejo el capítulo de hoy, ¡espero que lo disfrutéis!

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Si hay algo que caracteriza a las fiestas es que son impredecibles. Ya sea un evento importante, una reunión más íntima o la coronación por todo lo alto de la mismísima reina, siempre hay algo que puede salir mal o, sencillamente, de una manera distinta a la planeada. Un desliz, un olvido, un comentario inadecuado. Un secreto. Cuanto más altas brotan las expectativas respecto a lo que tiene que suceder, más probabilidades hay de que el resultado no sea el deseado.

Algo parecido ocurrió en el gran reencuentro.

Ya estaban todos en Madrid; los que faltaban habían ido llegando a lo largo de la tarde anterior y de esa misma mañana, parejas incluidas, y posiblemente era la primera vez que volvían a ser tantos en un mismo espacio desde la fiesta tras el final del concurso. No solo habían acudido los propios triunfitos, sino también gran parte de los bailarines, algunos profesores y gente del equipo que trabajaba tras las cámaras. Incluso Martí había vuelto ese fin de semana para ver a todo el mundo.

Debido a la insistencia de Ana y a las para nada sutiles miradas suplicantes de Amaia, Alfred no se había trasladado al piso de Agoney, como habían quedado hacía un tiempo. Según el catalán, las chicas ya se habían tomado demasiadas molestias cuidándole y ya no hacía más que estorbar en casa de Ana, pero aun así había salido perdiendo en esa discusión. No tenía mucho que hacer contra una Ana quizá demasiado obstinada ni contra los ojitos de cordero de Amaia.

—Me quedo por ti —le había dicho a Amaia en un momento en que Ana se había ido al lavabo—. Ya habéis hecho suficiente por mí, estoy bien. Así que si me quedo es porque quiero estar contigo.

Ninguno de los dos mencionó el detalle de que en cuanto terminara el fin de semana y la quedada llegara a su fin, cada uno volvería a casa. Era una conversación que tenían pendiente pero que, aun sabiéndolo, evitaban. No querían tener que hablar de un futuro incierto, de despedidas, ni de sentimientos que dolían como puñaladas. Amaia deseaba evitar la conversación a toda costa, pero al mismo tiempo sabía que tendría que llegar. La temía con toda su alma. Cada vez que pensaba en ello, el aire en su pecho se comprimía hasta dejarle sin, se agobiaba instantáneamente, le quemaba la garganta. No podía escapar del tiempo; al final terminaría encontrándola.

Para la fiesta habían tenido la suerte de contar con la finca de los abuelos de una de las bailarinas. Estaba situada cerca de la ciudad, tenía un amplio jardín donde podían reunirse todos y una piscina cubierta. Ellos mismos se habían encargado de comprar todo lo que iban a necesitar para comer y beber, y Ricky y Ana ya se habían puesto manos a la obra con la barbacoa.

Alfred y Amaia habían llegado juntos, cogidos de la mano, y aunque se habían llevado más de una mirada sorprendida por parte de los demás, nadie había hecho ningún comentario. Era como si verles juntos tuviera sentido.

Estando todos enfrascados en diferentes conversaciones, nadie parecía querer ser el primero en atacar la mesa de los aperitivos. Amaia no se atrevía a coger nada, pero el rugido en su estómago pudo con ella, así que alargó la mano lo más discretamente que pudo para hacerse con unas bolitas de queso. Justo entonces, alguien le dio unos toquecitos por la espalda que le hicieron dar un brinco y girarse rápidamente, sabiéndose descubierta. Agoney la estaba mirando con ojos grandes y esa sonrisa que a Amaia le había llamado la atención desde el primer día en los castings.

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