El Gato

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Martes 10 de octubre de 2017

Suelta las partituras, caen al suelo, desparramándose en la acera de la Iglesia Santo Domingo, las recoge con ese semblante serio y altivo de siempre, aún a la altura del suelo sigue teniendo ese porte elegante y orgulloso, Domeniko es un gato Oriental que por su delgadez parece mucho más joven de lo que realmente es.

Con una educación musical temprana, podía considerársele un ícono en la música de cámara de actualidad, no por nada siempre tenía aquella postura erguida, soberbia y orgullosa.

Era digno de respeto, había pasado toda la primaria y parte de la secundaria en la escuela Simeón Roncal, cuatro años acudiendo al taller de piano y órgano de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y otros tres en el conservatorio de música de La Paz.

Curiosamente, su hermana era sorda, y él lo detestaba, desde pequeño tuvo que tolerar una sensación inmensa de soledad por su culpa.

Tenía una obsesión maniaca por la pulcritud e higiene, suya y de su entorno. Era un gato de extremos, no sólo por su fisonomía filosa y alargada, también por su eterna necesidad de convertir cualquier interés en una especie de compulsión, así sucedía con sus dos horas diarias de práctica en el teclado e incluso su alimentación, odiaba la idea de verse gordo, prefería estar un par de kilos por debajo de lo normal.

Al gato le gustaban las actividades sociales, pese a que no era poco alergénico y además cuando se embriagaba solía volverse bochinchero, se jactaba de saber, era clasista e insultaba en dos o tres idiomas a los que consideraba ignorantes.

Guarda todas las hojas en el archivador y camina calle abajo. Una joven voluptuosa le sonríe, el no reacciona, o sí, de forma negativa, mirando hacia otro lado con el ceño indiferente.

Piensa que ojalá no haya llegado Enoc primero, como de costumbre, era inteligente y a veces entretenido, pero era la epítome del desorden y el descontrol, además de que los rumores de plagio entorno a su carrera de escritor eran incómodos y le generaban cierta predisposición a tratarlo mal.

"Alguien incapaz de recrear la realidad por sí mismo no debería estar en el grupo, o ni si quiera existir."

Cruza la acera y empieza a silbar con los papeles bajo el brazo y las manos en los bolsillos, simulando un aire relajado y despistado, nuevamente alguien lo sigue.

Los Cuatro AstutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora