Pequeña Bastarda

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Deduje que la caja roja de madera adquirió cierto poder del que yo no tenía conocimiento, desde sus bordes, irradiaba fosforescencia escarlata en la oscuridad. El pasillo que enfrentaba ambas habitaciones alcanzó temperaturas diferentes en sus dos extremos. En mi sector, la pared mantenía una temperatura normal, incluso cálida, a medida que iba avanzando sentía que la superficie se tornaba fría, helada, como si la caja fuera un refrigerador abierto.

Una noche salí a la puerta, tentada por la curiosidad de comprender lo que se encerraba en aquel espacio, descalza, estaba tan oscuro que no divisaba mis manos, salvo que las pusiera a contraluz de la caja, apenas di un paso, pero fue suficiente para escuchar una especie de golpe que parecía provenir de aquella, esto me hizo retroceder. En su momento, no se lo comenté a nadie, allí empezaron los secretos...

Los sueños recurrentes se fueron haciendo más extraños y vergonzosos, pero me acostumbré; hasta que las últimas noches apareció un nuevo personaje, que una vez integrado a mi subconsciente ya no salió de él nunca más, un hombre que entre su nariz larga, labios extraños y mirada penetrante hacía que yo albergara sentimientos contradictorios, entre horror y un enorme deseo de poseer, con una sola palabra de su voz grave conseguía que cuestionara mi autoconcepto. Era enfermizo.

Pretérito me había pedido que llevara un recuento de mis sueños durante mi confinamiento, esa especie de diario estuvo completo hasta la aparición de aquel individuo, no me atrevía a escribir sobre él, lo abandonaba en un rincón de mi cabeza donde tenía prohibido ser verbalizado, pero al mostrarme renuente a su imagen lo único que conseguía era que surgiera con mayor frecuencia en mi día a día, le ponía trampas para ignorarlo, tratando de enterrarlo o cubrirlo con libros, cocina, ropa terminada de planchar y ejercicio.

Cuando pensaba en lo que haría al finalizar mi tiempo allí, me llenaba de pavor e inseguridades, después de todos los incidentes mi vida se había quedado en pausa, pero la del resto no, tenía cosas inconclusas que podrían ser un problema para mí, al haber quedado alejada de lo mundano me convertía en un ser improductivo o una mujer estancada.

Ya con las heridas de la cara totalmente cerradas y sin costras, opté por mantener la calma y enfocarme en los problemas inmediatos, mi salud. Mi masa muscular no era suficiente para realizar ejercicios físicos pesados, era un limitante difícil de asumir para alguien como yo, pues con mi estilo de vida me había acostumbrado a hacer deporte o estar en movimiento constante.

Después de haber practicado mi equilibrio ejecutando el Yam Saam Khum, sin que haya existido intromisión de ningún tipo por ser una actividad que no requería tanto esfuerzo, devoraba un pedazo de pescado que Pretérito había cocinado la noche anterior, tenía buena sazón la mayoría de las veces, pero al parecer cualquier carne a la parrilla no era su especialidad.

En la habitación que quedaba justo frente a la cocina, atravesando el patio, pude ver a Anónimo, sentado en el piso, con las manos extendidas y envueltas en lana, imaginé que Pretérito le había pedido ayuda para convertir una madeja en un ovillo.

Me asomé a la puerta y me quedé parada, observando con detenimiento a Anónimo, quien me sonrió dulcemente, cerrando los ojos. Le señalé un oído, pero el inclinó la cabeza hacia un costado, como si no hubiera comprendido a lo que me refería.

Puse las manos en los bolsillos del buzo. Pretérito me miró mientras le daba vueltas a la lana. Me parecieron dos seres hermosos...

Con respecto al libro verde, ninguno de los tres mencionó nada, y aunque traté de devolverlo sin terminar de leer, Anónimo negó con la cabeza... aun lo veo, tenía las manos cruzadas sobre el pecho y una sonrisa de labios cerrados.

Esa era su historia familiar, y me la había compartido con toda premeditación, pero aun no entendía bien porqué, quizá en otro punto nunca hubiese dado crédito al montón de hechos fantasiosos que englobaban aquel relato, pero en mis condiciones ya no podía ser escéptica, aunque eso equivaliera a que el orden de las cosas tal cual las conocía se quebrara. Por otro lado, no sabía si seguía siendo la niña, adolescente y joven de las imágenes nítidas que fluían dentro de mi cabeza de vez en cuando, aún tenía una serie de lagunas mentales que radicaban en la oscuridad y que supuestamente se mostrarían con el paso del tiempo.

Los Cuatro AstutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora