El Zorro

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Martes 10 de octubre de 2017

¿Qué era? ¿Una amenaza?

El reloj marca las 12:47 a.m. Acaba de llegar a casa después de celebrar el cumpleaños de un amigo, ya es martes, día laboral, no tener que preocuparse demasiado por esas cosas es un alivio.

Se apoya en la ventana de su departamento en el décimo piso, está tentado a soltar el vaso de whisky, sólo para verlo estrellarse contra la acera. ¿Tan pequeño en una noche tan oscura? ¿Podría percibir cómo se hace añicos?

Recuerda lo que dijo el cumpleañero, Edmundo, el domingo por la noche, cuando la fiesta apenas comenzaba: "Ustedes... Vos y tus amigos, esos tres ¡Son unos malditos! Mis respetos." Pero... Se podía ser maldito en varios sentidos ¿A cuál de todos se refería? 

El Satiricón de Petronio está sobre la mesa; después de mucho tiempo Edmundo optó por devolverlo con una expresión tranquila de "Ni lo leí", era demasiado cerrado con sus gustos.

Ese libro había pasado por muchísimas manos, "decentes" e "indecentes". ¿Alguna de ellas habría marcado a su celular hace unos minutos?

Conservaba la obra romana en su biblioteca personal desde la época de su titulación como historiador, un par de años antes de terminar Bibliotecología. Nunca fue el depositario de la fe de nadie, ni de la suya, era increíble que teniendo tantas limitaciones, terminara como Secretario de Culturas y Turismo. No le admiraba haberse ganado enemigos en todo ese tiempo de dizque "buena suerte", pero sí le inquietaba que alguien fuera tan temerario (o estúpido) para intentar amedrentarlo.

¿Cómo le decían en el orfanato? Tudor rima con manoseador, o con sudor. Tudor el oloroso. Ya no más, ahora era el adoctrinador, el que alecciona, el que corrige, el que curte.

Las personas, los escalones.

¿Y cómo logró hacerse con el cargo que tanto ostentaba? Comiendo de las entrañas de su antecesor, con la constancia de que en la vida era conveniente regirse por el egoísmo. El viernes 13 de octubre ya se cumplirían cuatro años de aquel suceso. Siente un sabor sanguinolento en el paladar, el olor de las tripas de don Guillermo Sosa sería vomitivo a perpetuidad.

Desde hace dos décadas la Casa Argandoña era el escenario de una fiesta a la que asistía principalmente, la comunidad artística, o más bien, un grupo muy selecto de ésta. La identidad de los verdaderos organizadores del evento era desconocida, los denominaban "La Élite". Durante la gala vestían trajes antiguos, los hombres con ternos oscuros y sombreros de copa forrados con aguayo, las mujeres con vestidos largos y corsés de bordados exquisitos de la cultura Jalka y Qara Qara.

Era un grupo de diez, nueve de ellos llevaban puestas unas caretas de madera, barnizadas y sin rasgos, provistas de dos agujeros pequeños para los ojos, pero ninguno para la nariz, de lejos podían semejar muñecos de dibujo. El décimo era diferente, era el mediador y también el de estatura más baja, su máscara era metálica y con grabados, dorada, poseía una nariz aguileña, puntiaguda y respingada, de sus fosas nasales salían bigotes largos de color turquesa y amarillo; poseía cejas espesas a tono, lentes cuadrados como ventanas de un par de ojos cerrados e hinchados, arrugas profundas en labios sonrientes, dentadura imperfecta de caninos afilados...

Tiembla con la imagen mental, le produce escalofríos.

"Es el único con una rosa en el sombrero... Comí de Sosa frente al mediador, en la fiesta. Él se acercó para acariciarme la cabeza mientras le arrancaba las vísceras al cadáver, y yo, yo me quedé petrificado al ver que... era un peón en una especie de juego infinito de ajedrez."

La hermenéutica siempre era la misma, los invitados y "anfitriones" debían permanecer abajo, mientras La Élite observaba desde arriba. Tudor podía aseverar que no eran humanos, pero su boca estaba sellada al respecto, era una idea muy descabellada para los ignorantes. Así pues, la mayoría de los asistentes tomaba la decisión de no cuestionarse y disfrutar de una celebración tan teatral, en la que se aproximaban dos elementos disímiles: En lo alto la inmortalidad, abajo, lo mundano luchando contra el olvido por minutos de trascendencia.

Suspira.

El único motivo para persistir era el de procurarse un legado. Cada individuo llegaba a la vida en profunda soledad, era una verdad innegable, aun existiendo el amor de esos seres biológicamente ligados a uno: "Padres" o "Progenitores", pero no, ese no era su caso, afortunadamente no le debía nada a nadie. Provenía de una especie que según los libros era sumamente protectora con sus crías, pero contrariamente a las leyes naturales, él fue abandonado, con el cordón umbilical mal cortado, en una bolsa de nylon, tal vez... ¿para que se ahogara?...

"Los zorros nacen ciegos, sordos y con escaso pelaje, en total vulnerabilidad." 

La palabra empleada por Edmundo, "amigos", provoca una sonrisa irónica, sus dientes afilados lucen alineados y amarillos. Afloja su corbata, se quita el saco para dejarlo caer al suelo.

"Los zorros no tienen amigos"

Mira su bebida por unos segundos antes de terminársela de un trago.

Domeniko sigue pareciéndole un crío bobo nacido en cuna de oro, tenía esta idea ridícula de ser la reencarnación de algún pianista históricamente reconocido ¿Cuáles fueron los nombres que mencionó alguna vez? ¿Rachmaninov? ¡Beethoven! ¡Chopin!. Suelta una carcajada y mueve la cabeza negativamente. De no ser porque su tía era una afamada compositora nunca hubiera podido formar parte de nada, su carácter de mierda y su actitud prejuiciosa eran una gran limitación. Tanto talento empañado.

El león. Pobre criatura, quizás ya era hora de expulsarlo, llevaba años trabajando en el mismo proyecto sin obtener resultados, fracasado y en búsqueda constante de quien lo mantuviera. Parecía ignorar que vivía en un país donde soñar estaba reservado para quienes tenían suficiente  dinero para huir de la ruina y la mediocridad. Si bien en el currículum de Ricardo figuraban un par de cursos o especializaciones en Estados Unidos, regresar, sin duda, fue una pésima decisión, se notaba que no era el mejor tomándolas, era demasiado corazón y poca cabeza.

En cuanto a Enoc, era un amante de cien, pasivo, lo hubiera creído un poco más "feroz" en la intimidad, pero su fama de amante extraordinario era una patraña o solamente aplicable a las  bobas con las que se metía. Era mucha fanfarria, demasiadas palabras, admirador de Bukowski y Viscarra. Se notaba claramente que "Ciclotímico" era el robo de la obra de alguien más, el lenguaje utilizado, la forma y fondo, distaban mucho de ser parecidos a "Los montes de Venus", ese poemario  que supuestamente vendía erotismo, con la utilización de términos rebuscados, cientos y cientos de cultismos, hojas llenas de pésimas construcciones, figuras mal logradas, un libro que era una ventana directa a un ser frívolo; y eso era mucho decir, al ser una crítica de alguien que se consideraba tan vacío como Tudor Leaño.

Pensar en lo correcto o lo incorrecto en plena madrugada e instaurarse como el juez de sí mismo y el de sus compañeros no es una tarea fácil, siente un leve hormigueo en el ojo derecho.

Si la labor de esa persona, era inquietarlo por teléfono, tenía que felicitarla, su cometido estaba cumplido.

"Encontramos zarzas cuando los malvados sólo recogen rosas.  ¿Por qué dijo aquello? ¿Cuáles eran sus implicaciones? No comprendo. ¿Advertir? ¿Era mujer u hombre?"

Saca el IPhone del bolsillo, busca la oración, el primer resultado es Justine o los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, no le dice nada, pero le trasmite decepción, sin embargo ninguna de sus conquistas tenía como vínculo la novela francesa, tampoco recordaba haberse acostado con ninguna Justina, mucho menos con alguien que fuera virgen o inocente.

"No puede ser pasional porque siempre he sido claro con mis intenciones: Un cargo o cierta fama a cambio de compañía y calor. Podré ver a todos como escalones, pero enredar sentimentalmente no es lo mío"

El cielo nocturno carece de estrellas, la luna no ha salido. El temor va apoderándose de él, ante el recordatorio mental de que La Élite jamás es remplazada, pero los anfitriones sí, y los Cuatro Astutos desempeñan ese rol.

Suelta el vaso, cae al suelo, no le asusta el sonido, enterrado en el tenue rumor de los autos, le aterra la silueta que ve en la esquina. Está parado, observándolo fijamente con esa sonrisa siniestra en la máscara, el mediador, también apodado por unos cuantos como "Charlatán".

Los Cuatro AstutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora