El legado familiar (Parte I )

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Rebosante de juventud y con los pelos crispados de curiosidad, se asomó a la buardilla Endrigo Pacini, la luna ni siquiera figuraba en aquel paisaje toscano y había electricidad en el aire.

Puso un pie de fuera, trepó las tejas, dio volteretas hábilmente y trastornó por el techo de la vivienda colindante, estuvo a punto de perder el equilibrio un par de veces, saltó y cayó de espaldas sin infligirse daños considerables, se sobó los raspones y sacudió sus ropas antes de continuar, corrió sin mirar atrás, paso a paso dejó las casas de su calle en un punto lejano, tan rápido que sus músculos ardían, así lo contaría a sus bisnietos más tarde, a sus noventa y un años.

Con aquella acción aceptaba que jamás se convertiría en un gran militar, como anhelaba su padre, como todos, como su exprometida Gia, cuyo nombre, irónicamente evocaba la misericordia de Dios.

El nacionalismo exacerbado de esos años lo empujaba a marcharse, estaba cansado de esos aires, de caminar entre tanta gente, de las consecuencias de la guerra civil.
Varios habían sido exiliados a otros países, mientras unos cuantos simplemente se marchaban por cuenta propia con destino al continente americano.

No, no seguiría "la senda familiar", abriría una propia, aún si para eso debía quedar espinado, sin duda pronto les llegarían noticias de él, estaba decidido.

Esta descarga inesperada de determinación lo hizo tomar un empleo de ayudante de químico farmacéutico, una oferta que llegaba inesperadamente de un amigo al que no veía hace mucho, su nombre era Moro y planeaba comenzar un negocio prácticamente desde cero en un lugar desconocido. Endrigo estaba al tanto de que ese no era su sueño dorado, mucho menos su objetivo en la vida; ayudar a preparar mezclas para curar personas no era para lo que había estudiado, lo suyo era parecido, pero diferente a la vez, la medicina, sin embargo si para incrementar sus capacidades debía a liberarse de sus miedos al tomar un barco para cruzar el Atlántico, era un riesgo que valía la pena.

Después de batallar con entrevistas y papeleos durante un par de meses, Moro y Endrigo lograron hacerse con las visas, posteriormente se trasladaron a Génova para embarcar, junto a otros 1700 pasajeros, al interior de "L'INIZIATIVA".

Con la experiencia Endrigo se dio cuenta de que odiaba viajar y carecía de espíritu aventurero, tuvo que aprender a lidiar con la enfermedad del mar y el malestar estomacal constante que venía acompañado de un fuerte dolor de cabeza, sin embargo, lo más difícil fue la sensación de soledad que trasmitía el océano cuando se hacía de noche, era un manto blando y traicionero, una amenaza constante de morir ahogado, sólo podía escapar de esa realidad atosigante en sus sueños, persiguiendo un haz de luz. Durante su tiempo a bordo no tuvo mucho contacto con nadie, charló con Moro un par de veces, una de ellas lo descubrió observándolo de reojo con cara de quien planeaba algo sórdido.

Ambos tenían la misma edad, sin embargo, a pesar de coincidir siendo vecinos y compañeros de estudios, no crecieron perteneciendo a la misma clase social. Moro era hijo natural de un comerciante portugués con Marietta Balzamo, una humilde lavandera. El muchacho logró sus estudios en bioquímica gracias a una pequeña fortuna heredada a su madre, la historia sobre la obtención de la misma no era muy compleja, durante muchos años Marietta desempeñó su labor como lavandera hasta que conoció a un inmigrante, con quien más tarde contrajo matrimonio.

La vida al lado de este individuo fue difícil para Moro, no sólo debía tolerar el abuso de los niños del vecindario por su condición pobre y sus enormes dientes, también resignarse a ser víctima de las golpizas de su padrastro. Así fue hasta que cumplió diez años a finales de enero, cuando, como un regalo divino, se libraría del martirio gracias a que su torturador enfermara de cólera y muriera sobre sus heces fecales. Después se enterarían de que este individuo era el hijo de un español de clase alta, y que doña Marietta era la heredera universal de sus bienes.

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