Capítulo 6

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Tom caminó por el pasillo, con el andar de quien había ganado una batalla, y abrió la puerta que Laura le había indicado. Entró a un cuarto grande, luminoso y blanco, bañado intensamente por la luz de la mañana; los pocos muebles que lo ocupaban se recortaban bajo los rayos del sol: una cama en el centro, un gran armario contra una de las paredes, un largo espejo en un rincón y un ventanal que ocupaba totalmente una de las paredes. Era su nueva habitación.

Se asomó por las blancas cortinas, y abriendo una de las hojas de vidrio, se encontró con un balcón que se asomaba a la parte trasera de la casa. No podía ser mejor. Se sintió feliz y tranquilo, como hacía mucho tiempo no lo estaba. Quizás era la tranquilidad del lugar, la casa hermosa, o quizás era por Laura, a quien sentía la necesidad de conocer. Deseaba saber más de ella, saber de qué estaba huyendo. Ella ya sabía de qué estaba huyendo él. Deseaba tocarla; había paseado sus ojos por su piel suave, salpicada de pecas por el sol, siempre sonrosada. Quería saber cómo se sentía acariciarla, mirarla a los ojos sin sentir que ella estaba a la defensiva. Pensó que quizás estaba delirando, y que su deseo era simplemente la necesidad de abrazar a alguien como hacía tiempo no lo hacía, de fundirse en otro cuerpo con la pasión que tanto anhelaba. El amor con su mujer se había terminado hacía tiempo, y la tranquilidad en la casa hacía mucho que había desaparecido.

Abrió su bolso y sacó lo que había traído, acomodándolo en los estantes que encontró vacíos en el armario; miró el cargador de su teléfono, en el fondo del bolso, y sacudió la cabeza. Recogió el jabón, el shampoo, su cepillo de dientes y una toalla, y salió por la puerta, hacia el baño. La curiosidad le hizo abrir una a una las puertas del pasillo. Se encontró con el cuarto de Laura, muy parecido al cuarto donde él estaba, austero y blanco, luminoso. Olía a jazmines, y vio una jarra llena de aquellas flores en un rincón. Cerró la puerta y pensó que ella olía un poco a jazmines también, y le gustó pensar en el aroma de su cuerpo. Por fin llegó hasta el baño, y se quitó la ropa sucia mientras abrió la ducha. Gruñó de placer al sentir el agua tibia cayendo por su cuerpo.

Laura escuchó desde la cocina el agua de la ducha caer, y se mordió el labio inferior mientras lavaba lo que había quedado del desayuno. Se había imaginado el cuerpo de Tom varias veces desde que lo había visto por primera vez, y saberlo escaleras arriba, desnudo, le quemó en la piel. No sintió vergüenza de sentirse así, pero trató en vano de controlar sus pensamientos. No era prudente desear a este hombre, y no quería hacerlo. Pero una y otra vez, mientras enjabonaba las tazas, se descubrió imaginando cómo serían los tatuajes que apenas había podido ver asomarse por debajo de la remera, cómo sería su pecho, que se le marcaba a través de la tela, o su espalda, ancha y fuerte. Sumergida en sus pensamientos, dejó caer una taza al piso cuando sintió una mano en su hombro.

-Hey, lo siento, no quise asustarte -le dijo Tom, agachándose para recoger los pedazos de cerámica del piso.

-Estaba distraída -Laura se agachó también, y se encontraron cara a cara. El olor a jabón la hizo cerrar los ojos, y Tom se dio cuenta. Sonrió para sí mismo, y le quitó los trozos de taza de la mano.

-Yo puedo con esto.

Laura se levantó rápidamente. El toque de sus grandes manos en la suya le había acelerado la sangre, y la sentía bombear en sus oídos. Se enojó consigo misma, y frunció el seño. Salió por la puerta principal, donde sus perros se levantaron de su siesta sobre la hierba húmeda y salieron a recibirla. Se rió mientras le saltaban, y mientras les acariciaba la cabeza escuchó la puerta de la casa nuevamente, y comenzó a caminar hacia el campo.

Tom aceleró sus pasos, y la alcanzó mientras los perros le saltaban.

-Te mostraré dónde están los frutales. Todas las mañanas salgo a hacer una recorrida por el campo, chequear que todo siga su curso normalmente, que las plantas no tengan ninguna plaga y que los pájaros no estén picando la fruta. En una o dos semanas será momento de recogerlas, y son unas semanas bastante arduas de trabajo. Quizás puedas ayudarme con eso. Mientras tanto no hay mucho más para hacer.

-¿Y todo eso? -preguntó Tom, señalando el amplio campo sembrado. Se veía un mar de maíz, cubriendo de verde y amarillo intenso toda la extensión.

-No es mi cultivo. Yo alquilo las tierras, y unas personas vienen, lo siembran, lo cosechan, y dejan la tierra lista para una nueva siembra más adelante.

-Es una buena opción.

-Lo es. Yo me ocupo de los frutales. Es algo complejo y delicado, pero me gusta mucho.

-¿Y vendes las frutas en el pueblo?

-Si. Y también dulces -le contestó Laura, y por primera vez se dio vuelta a verlo. Ya estaba temiendo enfrentarlo, volver a sentir el calor que la partía en dos como un rayo cuando lo miraba. Pensó que era casi ridículo sentirse así, como lo era pensar que él podía llegar a mirarla igual. Le sonrió mientras caminaban. Tom caminaba un poco más atrás, dejándola guiar el camino, y pudo observarla. Su cabello corto se movía con el aire caliente de la mañana. Sus hombros desnudos brillaban con el sol, y la larga pollera se ondulaba a medida que caminaba. Era casi una visión. Se mojó los labios, tenía sed, y no sabía bien si de agua o de ella.

Recorrieron los árboles, mientras Violet y Titán, sus perros, olían cada centímetro de tierra que se abría ante ellos. Laura le explicó cómo había plantado y cuidado cada uno de los quinientos árboles frutales, desde que se había mudado. Eran árboles hermosos, fuertes y frondosos, y verdes frutas comenzaban a madurar entre las copas. Manzanos, naranjos, perales. El aroma de los azahares de los limoneros les llenó los pulmones. Laura amaba este lugar como nada en el mundo, y Tom comenzaba a comprender el por qué. Había plantas que daban sus frutos en invierno, otras en verano, por lo que la cosecha era constante, como así también la manufactura de sus dulces. Tom la observó hablar, notando la pasión en su voz, la efervescencia en su sangre. Pensó que tenía ganas de sentirse así por su trabajo, y que hacía mucho que no le pasaba. Pensó que tenía ganas de tomarla del brazo, girarla hasta apoyar su cuerpo en el de ella, y lamer sus labios brillantes, recorrer con su lengua la suya, conocer su sabor, sus movimientos al besar, sus sonidos al sentir placer.

Laura sintió que estaba hablando demasiado, y simplemente siguió caminando delante de él, sonriendo cuando sus perros jugaban entre sí entre los árboles. Se pasó las manos por el pelo, revolviéndolo.

-Puedes recorrer lo que quieras hoy. Yo haré mis cosas. Siéntete... libre, ¿está bien? -le dijo Laura, dándose vuelta hacia él. Tom se detuvo y simplemente asintió con la cabeza. Laura regresó hacia la casa, seguida alegremente de Violet. Titán se quedó a sus pies, sentado, mirándolo mientras le movía la cola a toda velocidad.

-Creo que tú vendrás conmigo, ¿no es así? -le dijo al perro, que le ladró en respuesta.

Se paró en medio de los frutales, con las manos en la cintura, entrecerrando los ojos por el fuerte sol que ya lo golpeaba. A unos cien metros de la casa divisó lo que le pareció un enorme cobertizo, y decidió empezar por allí. Caminó entre los árboles, mientras Titán parecía saber exactamente hacia dónde iba, guiándolo con celeridad.

Abrió la pesada puerta corrediza, mientras se preguntaba cómo Laura podría abrir esa puerta por ella misma, siendo tan pesada. Acostumbró sus ojos a la poca luz, y se encontró con un lugar enorme. Hacia los costados se acumulaban algunas máquinas de cortar césped, un pequeño y muy viejo tractor, cajas de madera, baúles. En un rincón, algunos rastrillos y cepillos. Hacia el otro rincón, un enorme armario viejo, lleno de polvo. Caminó hacia dentro, mirando con curiosidad, hasta que llegó a una enorme repisa.

-Oh, si, Titán. Encontramos nuestra actividad del día -le dijo Tom al perro, mientras sacaba de un estante unas cañas de pescar -¿Vienes conmigo, muchachote? -y Titán movió su cola mientras Tom lo acariciaba con fuerza en la cabeza.

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