La camioneta arrancó moviéndose como una coctelera, y la música continuó sonando tan fuerte como hasta hacía unos minutos. Laura se sonrojó, y bajó un poco el volumen.
-Definitivamente eres una chica country, ¿verdad? -Tom encontraba gracioso que justamente esta chica de campo estuviera escuchando la típica música sureña. A Laura, sin embargo, no le causó tanta gracia.
-¿Siquiera sabes quién es Nick Cave? -le dijo sin mirarlo, apoyando el brazo en la ventanilla.
-Claro que lo sé.
-Esto -dijo Laura, señalando el stéreo en la consola de la camioneta -es Nick Cave.
Tom hizo un gesto de afirmación con la cabeza, y se dedicó a cerrar la boca. Podía decir sin temor a equivocarse que su nueva amiga no estaba tan contenta como él de tener compañía.
-No se tu nombre. Yo soy Tom.
-Si, ya me lo dijiste. Laura.
-Gracias por permitirme quedarme contigo.
-No te quedarás conmigo. -Laura marcó en su teléfono un número y se lo llevó a la oreja, sin siquiera mirarlo. Estaba fastidiada. No le gustaba nada ni nadie rompiendo su rutina, y menos un hombre de ciudad. Y menos un charlatán. -Billy. Hola. No te molestes en chequear el auto blanco, encontré al conductor... Sí, está bien, está conmigo en la camioneta, necesita un lugar donde quedarse esta noche... ¡No! Claro que sé lo que hago -murmuró por lo bajo, mirando de reojo a Tom que, sin disimulo, la escuchaba atentamente. -No, no es necesario. En serio... Ok. -Presionó el botón y arrojó el aparato sobre el asiento, entre ambos.
-¿Tu novio? -alcanzó a preguntarle Tom, antes de que Laura se girara y lo fulminara con la mirada. Tom tenía una voz profunda, casi ronca, y cuando hablaba sentía una cosquilla recorrerle la espalda.
-Mira, chico de ciudad. Aclaremos unas cosas. Uno, no me gusta entablar conversación. Dos, no tengo intenciones de conocerte ni que me conozcas, simplemente estoy ayudándote. Tres, deberías hablar mucho menos.
Tom silbó por lo bajo, mientras revoleaba los ojos.
-Ok, claro -dijo por lo bajo, y decidió que era mejor dedicarse a mirar el paisaje que pasaba velozmente alrededor de ellos.
El viaje siguió en silencio, hasta que entraron en un camino de tierra. La camioneta se detuvo frente a una tranquera. A través de ella nacía un camino, también de tierra, flanqueado por hermosos y tupidos árboles.
-Siento haberte hablado así -se disculpó Laura, mirando el volante. -No estoy acostumbrada a tener visitas. Llámame antisocial si quieres, es la realidad.
-No te preocupes. Yo he estado un poco alterado y mis revoluciones están bastante altas. Gracias por ayudarme.
Laura no levantó la vista del volante, pero sonrió de costado. Se bajó de un salto, y poniéndose en puntas de pie abrió la tranquera de par en par.
Recorrieron el camino mientras Tom miraba a su alrededor. El sol estaba ya a mitad de altura en el horizonte, y los árboles ofrecían una hermosa y fresca sombra. Más allá, hacia ambos lados, el campo sembrado se extendía hasta donde los ojos no podían llegar. Al final del camino de árboles se erguía una casa, antigua pero prolijamente pintada de blanco, rodeada de un césped verde y corto, y hermosas flores. Dos perros vinieron al encuentro del vehículo, y le saltaron con alegría a Laura apenas pisó el suelo, mientras se ponía sus zapatillas saltando en un pie y en el otro. Ella los acarició y les palmeó el lomo, y parecieron calmarse. Cuando Tom bajó, también corrieron a su encuentro, y lo recibieron con igual alegría, como si lo conocieran desde siempre. El se agachó y los acarició, dejándose lamer la cara mientras reía.
-Lo siento -le dijo Laura, tratando de contenerlos.
-Oh, no, déjalos. Amo los perros, y no puedo tenerlos.
-¿Por qué es eso?
-No permiten perros en mi edificio.
-¿Cómo pueden simplemente decirte que no puedes tener perros?
-Oh, no lo sé. Mierda de ciudad.
Laura le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que la siga, y caminó hacia la casa, restregándose las manos con nerviosismo. Trató de recordar si estaba todo en orden, o si había dejado la casa hecha un desastre. Tom la siguió detrás, mordiéndose los labios para no hablar de más. Si algo había aprendido en el camino, es que ella era una mujer de pocas palabras, y que apreciaba que él también lo fuera.
Subiendo unos escalones, llegaron al porche. Ella abrió la puerta, y una enorme sala de brillantes pisos de madera apareció frente a ellos. A la derecha estaba el comedor, un espacio con pocos muebles, todos de color claro, y sumamente luminoso, aún viéndolo con los últimos rayos de sol del día. Un gran ventanal se extendía por todo el largo de la pared. Al otro lado, una sala de estar ofrecía un gran sillón y un televisor gigante en una pared. Había muchos cuadros con fotografías en las paredes, una biblioteca gigante atestada de libros ocupaba toda una pared, y una vitrina llena de autos de juguete en un rincón. Laura se revolvió su cabello corto, nerviosa. Tom se frotó el brazo.
-El baño está arriba. Calculo que quieres darte una ducha -le dijo. Él le sonrió. Realmente era lo que más quería en ese momento. Tenía tierra por todos lados, y el cansancio estaba comenzando a pesarle. Lo vio subir las escaleras, con el gigantezco bolso colgando de su espalda fuerte. Podía adivinar sus músculos fuertes a través de la tela de la remera blanca, sus piernas firmes que se marcaban a través de la tela del jean. Se encontró mirándolo mientras él subía la escalera, y, sacudiendo la cabeza, se fue a la cocina.
Tom había tirado su bolso en el piso del enorme baño. Era blanco e inmaculado, y olía hermosamente. Una gran ventana se abría en una de las paredes, y a través de ella se veía el extenso y sembrado campo, acariciado por la última luz naranja del día. Pronto sería sólo oscuridad. Abrió la canilla, y dejó que el agua se entibiara mientras se quitaba la ropa. Cuando su cuerpo se puso debajo de la lluvia de la ducha, todos sus músculos se relajaron, y echó la cabeza hacia atrás, dejando que el agua corriera por su piel.
Recién en ese momento, cuando sólo el ruido del agua cayendo se escuchaba, se dio cuenta de cuán sumergido en su propia ira había estado. No sólo desde que saliera de la ciudad, manejando como un condenado a través de las calles y caminos que lo habían traído hasta aquí, sino mucho antes, incluso años antes. Se recordó empezando a trabajar, apenas luego de recibirse en la Universidad, y se preguntó dónde habían quedado las esperanzas e ideales de aquel joven que empezaba a abrirse camino en el mundo de la publicidad. Se había encontrado con un mercado voraz, extremadamente competitivo, y ahora se encontraba ahorcado, ahogado por la maraña que él mismo había tejido para llegar hasta ahí. Abrió los ojos y miró nuevamente por la ventana, mientras se quitaba el jabón del pelo y de la barba. Respiró hondo y pensó que quizás este viaje no estaba saliendo del todo mal.
ESTÁS LEYENDO
Escondidos
FanficElla vive sola en medio del campo, envuelta en la protección que le brinda su soledad. Él está huyendo de un presente caótico, que lo lleva a realizar un accidentado viaje y a encontrarse con ella. Una convivencia inesperada. Una amistad naciente. L...