Cuando el invierno asomaba sus primeras ventiscas, la tristeza sobresalía de las profundidades del bosque de Vastlalva. El viento que rodeaba los árboles y bajaba junto al río registraba el silencio que cubría las anchuras, y dejaba sus susurros como un modo de amortiguar el peso. Las aves nocturnas apenas se escuchaban cantar sin el aullar de los lobos acompañándolas, como si un luto guardaran, y los flautines y tambores de los Månens söner eventualmente se dejaron de tocar.
Una señal de paz para los pueblerinos que más errados no podían estar. Las consecuencias de sus actos eran cada vez más claras, pero desconocedores de la culpa, preferían beber y bailar. Encerrados en sus tabernas e inmersos en su júbilo, eran incapaces de distinguir como la luna se escondía tras las nubes para mezquinarles de su plena luz. Mientras, donde sus adoradores descansaban, les brindaba hasta el más mínimo rayo sin escatimar.
Se compadecía de ellos. Sentía sus lamentos ante cada rapto, los veía proteger a sus preciados compañeros que les devolvía el gesto con tanta lealtad y les escuchaba rezarle antes de dormir en busca de un deseo complicado.
A la caída del sol en la capital del reino y en su taberna más famosa, entraron dos cazadores cargando sobre su espalda el premio de la semana. La queja del dueño estaba a punto de ser gritada, pero las palabras quedaron enredadas en la punta de la lengua cuando los vio tomar asiento tirando el par de cuerpos sobre la mesa. Se les veía agotados, sudados a pesar del frío y cubiertos de rasguños. Uno de ellos apenas podía ver con claridad y ser consciente del lugar donde se hallaba, si no fuera por la ayuda que le brindó su hermano a medio camino.
—¿Se pelearon directamente con los lobos? —El cantinero les hizo llegar una jarra de cerveza a cada uno y se sentó a un lado. La mirada del que se mantenía en sus sentidos no tardó en juzgarlo mientras el otro decidía apoyar su cabeza sobre la mesa.
—Los Trollkarlar están comenzando a atacarnos.
El temor se coló por la ventana junto a la ventisca para adueñarse de los corazones presentes. Las voces de todos enmudecieron ante la mención de los brujos, y los músicos que se preparaban para continuar tocando bajaron sus instrumentos.
—¿No se supone que la iglesia los había ido a buscar en la mañana? —preguntó uno de ellos, atemorizado y con las manos junto al pecho.
—¿Y ustedes creen que ellos no conocen el bosque de memoria? No pudieron encontrar ni el rastro de las fogatas —murmuró el otro desde su posición—. Aunque... estoy seguro de que también habrán usado magia, así como hicieron conmigo. —Alzó sus comisuras antes de emular una risita tintada de rabia—... Al menos ya puedo ver un poco más allá de mis manos.
—Así lleven sus cruces bajo la ropa, cuídense. Nunca antes se había escuchado de Trollkarlar atacando. Debimos suponer que algo así pasaría tarde o temprano si desde el año pasado se empezaron a dejar ver.
Y así era, los Månens söner solo dejaban el bosque para dirigirse a las zonas comerciales y establecer su puesto. Nadie sabía quienes eran o de donde provenían. La única pista que salía de sus labios era: pertenecemos a un pueblo del norte y viajamos por todo el reino comerciando. Como los cazadores, vendían abrigos para sobrellevar el crudo invierno, mas esperaban la muerte de sus preciados lobos y ciervos para usar sus cuerpos; mientras, tejían con la lana que adquirían de los granjeros o de las ovejas que en ocasiones criaban.
—¡Qué querrán! ¿Usarnos para sus rituales? No sabemos de lo que son capaces. ¡Debemos impedir que los niños se acerquen a las orillas del bosque antes de que empiecen a raptarlos para sus brujerías!
Hechizos malignos, sacrificios por hora, rituales de sangre... El bullicio de uno y otro se transformó en la algarabía que representaba los pensamientos más oscuros de todo un pueblo. A lo desconocido le era lanzada una flecha, y ante la incertidumbre comenzada por los cazadores, no tardaron en manchar el nombre de Månens söner. ¡Son unos salvajes! ¡Son una amenaza!
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Huellas de Alfa
WerewolfVon Fermonsel ha sido acogido en una nueva manada a pesar de cargar con el destierro como castigo. La nueva esperanza que le ha brindado la luna se ve opacada cuando descubre que su familia ha sido la culpable del asesinato del Alfa Melvaz Gallur. A...