Marica | KookV

1

Fui el mayor regalo para mis padres, o es lo que ellos solían decir cuando era pequeño, fui esperado por mucho tiempo y cuando nací solo alegré más sus vidas, mamá suele decir que era un bebé muy tranquilo y por sobre todo, alegre.

Al crecer, fui un niño feliz y lleno de amigos. Vivía como cualquier niño pequeño, con unos padres amorosos y siendo la imagen de una familia perfecta, con cada cumpleaños, sintiéndose más increíble que el anterior. Así fue, hasta ese acontecimiento que marcó todo en mí.

Con la tierna edad de cinco años, supe que yo no era como mi familia, que algo extraño sucedía en mi mente. Aquel día, en la boda de mi tío, fue cuando tuve la primera sensación de hundimiento, de que no iba a crecer siendo igual a ellos. Observaba fascinado cómo esas dos personas se unían con algo en común: el amor. A mi corta edad y gracias a los cuentos contados por mi madre cada noche antes de dormir, lo sabía y comprendía una parte del amor, la parte más hermosa de él.

Pero todo cambio ese día, no paraba de observar al niño que tenía en frente con aquellas flores en sus pequeñas manos, era muy lindo, y por algún raro motivo, deseaba acercarme a él y comprobar por mi mismo si sus manos eran tan cálidas como aparentaban ser.

Fue el primer momento, en donde me di cuenta que algo andaba mal conmigo, ese día supe que no iba a crecer siendo igual a ellos.

Sentí la señal que me indicaba que me detuviera, el primer sentimiento de culpabilidad que me obligaba a sentir cuán mal estaba actuando. No me detuve, quizá fascinando por el calor tan adictivo que había tomado por hogar mi corazón.

Y es ahí en donde a veces me preguntaba, que si solo hubiera ignorado la forma en la que el niño de las flores me hizo sentir, ¿habría salido justo como ellos? ¿Sería normal?