Testigos

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El semáforo dio la luz y cruzaste sin tocar el suelo.
Yo me quedé congelado.
Olor a galletitas recién horneadas, el café se sentía en el aire, vendedores ambulantes y policías vigilantes, todos eran testigos del reencuentro.
Me miraste y pude leer tu expresión, no esperabas verme.
No tenía un puto cigarrillo, ningún puto duro para invitarnos a un café.
-Hola dijiste con tu rostro desencajado
-Hola le contesté con distancia (solo por los nervios)
Nos acercamos y nos dimos un abrazo falso; ella me pegó unas palmaditas en la espalda lo que interpreté como señal de lástima. Desde ahí estuve a la defensiva.
Recordé todos nuestros momentos juntos, las noches de los martes que cocinábamos, tus quejas por qué nunca reparaba el colgador de ropa, tus series de mierda en Netflix y tú empeño en atender a mis amigos vagos con cositas ricas para comer y tomar.
Pude leer que eras feliz y no conmigo, que seguro estabas con alguien emprendedor, exitoso a tu altura, no con un pintor fracasado que nunca conoció el  éxito u que menos tuvo réditos vendiendo sus obras en grandes museos.
Desde que te fuiste de casa la cadena del baño se rompió, las perillas de la cocina se quebraron, la luz del refrigerador se quemó para siempre, hasta las pilas del control remoto se agotaron.
Me cambié a un departamento pequeño cerca de acá para algún día verte y acá estoy, odiándote, mientras me pegas palmaditas en la espalda.
En pocos segundos pude desvelar tanta verdades de todo este tiempo, incluso me sentí un perdedor.
- ¿Me aceptas un café?, dijo con tono de querer hablar.

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