Motel

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Si estás más solo que la luna, déjate convencer, Brindando a mi salud, con una que yo me sé Y, cuando suban las bebidas.....

Subieron las bebidas, nos sentamos en el borde de la cama, no hubo besos al inicio, risas, nervios y algo de complicidad.

Por la ventana, autos y personas en su diario quehacer, nosotros reconociéndonos después de tanto tiempo, tú ya no amabas mis manos y a mi ya no me gustaba tanto tu pelo.

Me abrace, te abrazaste, nos abrazamos, sus labios aún tenían sabor al cortado y desde el estómago nos salía el café que tantas veces tomamos junto unos cañitos antes de acostarnos y repasar nuestro día en el balcón de nuestro departamento.

Mis manos lentamente entraron por sus puentes, lentamente comenzó a sentir calor, siendo su chaqueta la primera en salir arrancado.
Solo de polera con un gran escote a la vista, a lo que inevitablemente no me pude resistir.

Desnudos completamente.

Sus pies, sus plantas heladas en mi pecho, mis manos con todas sus fuerzas tomaron su cintura, no dejamos nunca de mirarnos.

Nunca pude, tampoco quise descifrar qué pensaba, recorrí desde su cintura, piernas y pies helados hasta mi cuello, donde lamí cada uno de sus dedos, uno por uno. Los diez dedos fueron saboreados, devorados mientras mis pulgares hacían círculos en su planta.

Por alguna razón misteriosa no quería entrar en ese minuto.

Desde el nacimiento de su ombligo mi mano abierta lentamente deslizó atacando su sexo; mi pulgar hacia abajo fue el primero en colonizar su interior, humedad, y suavidad eran de cada milímetro placer, ya no quería esperar más, pero tampoco quería acabase.
Era el último encuentro; de eso no cabía duda, por tanto no podía ser malo, yo quería fuera épico y lo estaba siendo.

Con su misma humedad y viscosidad lamí mi dedo, sus pies envolvían mi cuello con fuerza.

Su mano apretaba la mía, la otra tomaba con fuerza y calentura de mi, tanto de adentro hacia afuera, con su índice bordeaba mis lados más sensibles, robaba de su humedad el acto para que fuese suave.
Con esa misma mano me hizo entrar, no fue necesario nada más que el impulso, todo fue tan suave que sentí mi corazón otra vez latía.

Compacidad, armonía y miradas.
Mirada....., no había visto tantos detalles en su pupila, iris y en su alma.

Ya no la amaba, ni ella me quería pero ahí estuvimos, armoniosamente dándonos el poco amor que nos tuvimos y que quedó.

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