Cap 1:¿Quién eres, chico extrañamente guapo?

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Nada más salir de la ducha me envuelvo en mi albornoz azul oscuro. Seco mi cuerpo y cuando acabo, me pongo el pijama, que más que un pijama es un disfraz de oso. ¿Que? Lo compré para carnavales, y resulta muy cómodo y calentito... incluso tiene capucha, con dos orejitas de oso sobresaliendo.

Limpio el espejo impregnado de vapor y me miro. Veo a una chica rubia, pero un rubio más bien ceniza. Tengo mechas californianas naturales, pero en ningún momento mi rubio se pudo confundir con un moreno claro. Siempre fui rubia y siempre lo seré.

Mi melena larga y ligeramente ondulada me llega hasta la mitad de la espalda, pero ahora está recogida en un bonito moño desordenado. Adoro mi pelo, por si no lo habíais notado.

Mis ojos son grises, bastante sosos para mi gusto. No es un gris llamativo, como parece ser, sino más bien un gris apagado y sin gracia.

Mi estatura es de 1'60. No me quejo, estoy bastante bien. Si aún fuera una gorda enana pues no, pero mi peso está en perfectas condiciones.

No me puedo quejar.

Salgo del baño y me dirijo hacia las preciosas escaleras de madera para bajar a cenar. Apoyo mi mano en la barandilla también de madera, con algunos pequeños detalles tallados, y bajo dando pequeños saltitos.

Al llegar abajo, giro a la derecha y voy a la cocina, muy moderna, exactamente igual que el resto de nuestro precioso chalet. Me encuentro con un hombre alto y delgado, de mediana edad, con el pelo negro y un poco largo por la frente, y unos ojos azules concentrados en la sartén que contiene pollo con pimientos y salsa mexicana.

Justo antes de que entre, noto como un beso que rasca se deposita en mi mejilla. Me giro y me encuentro con otro hombre de más o menos la misma edad, con el pelo castaño corto, y una suave barba del mismo color. Sus ojos color miel me miran cariñosos.

-Hola papi Walter.-Le digo y le devuelvo el beso.

-Hola, pequeña Nim.-Me sonríe y entramos juntos en la cocina.

-Hola papi Ted.-Me acerco al cocinero y le doy otro beso.

Si, como habeis oído; papi Walter y papi Ted. Me adoptaron cuando yo tenía apenas tres meses. Desde entonces me han criado y cuidado de la mejor manera posible, y no los cambio por nada. Son los mejores padres que existen, aunque también me llevo muy bien con ellos, por lo que saben practicamente todo de mi.

-¿Que hay, Nim?-Papi Ted me sonríe y levanta la cuchara con un poco del contenido de la sartén.-¿Le apetecería catar nuestra suculenta cena?-Me pregunta con tono refinado.

-Estaría encantada de probar sus deliciosos burritos.-Me inclino hacia la cuchara y me la meto en la boca.-Mmm... está delicioso, pero le falta un toque picante.

-No entiendo como te puede gustar tanto el picante.-Papi Ted niega con la cabeza y sonríe.

-Yo lo odio desde aquella vez que habíamos comido enchiladas en aquel restaurante...-Papi Walter se acerca a nosotros y frunce el ceño.

Suelto una risa.

-Ya me acuerdo. ¡Oh, vamos, papi, si estaban buenísimas!

-Nos pasamos cada uno media hora en el baño.-Me replica.

-Bueno, todo sufrimiento vale la pena.-Cierro los ojos al recordar el sabor de aquellas enchiladas.

De un saltito, me siento en la encimera, y con una cuchara cojo un poco más de pollo.

-Deja de comer, gorda.-Papi Ted me da un suave golpe en la mano y suelta una risa.-Venga, a la mesa. Esto ya casi está.

Obedeciendo, me bajo de la encimera y me dirijo rápidamente a mi asiento, que es el que ese encuentra enfrente de ellos dos. Cojo los cubiertos y empiezo a golpear la mesa con ellos.

Una irresistible casualidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora