Oí el ruido de la puerta al abrirse. No me giré al escucharlo, continué con la vista clavada en la ventana, como si mi vida dependiese de ello. Un suave aroma a flores inundó la habitación y alguien se sentó en el borde de la cama en la que yo pasaba cada día tumbado.
- Gerard.
Me aferré a las sábanas como si no hubiese mañana al escuchar la voz de Frank y abrí más los ojos, mirando hacia el exterior. Siempre al exterior.
- Gerard, he traído flores.
Sus palabras quedaban apagadas en mi mente bajo el murmullo de las hojas de los árboles chocándose entre ellas. Ansiaba correr por aquel campo. Ansiaba salir de aquel lugar.
- Gerard, ¿me oyes? Gerard, mírame.
Mis pupilas continuaban fijas en un lugar más alla del cristal. Más allá de aquellas cuatro paredes.
Oí a Frank suspirar y levantarse. Se puso delante de mí, tapando mi campo de visión y colocó sus manos en mis hombros, girándome para quedar boca arriba. Sus manos cogieron las mías con cuidado y me hicieron soltar las sábanas.
- Hoy estás más tenso de lo habitual... ¿qué ocurre?
Tragué saliva y abrí mucho los ojos, mirándole. Ladeó la cabeza e hizo una ligera mueca con los labios.
- ¿Otra pesadilla?
Dirigí la vista por la habitación y giré un poco la cabeza para ver como un enfermero entraba con la medicación diaria.
Frank se incorporó y esperó pacientemente a que me la tomara. Intenté resistirme, pero siempre lo consiguen. Siempre.
El enfermero salió, dejándonos de nuevo a solas.
- Te veo mejor que la semana pasada.
Parpadeé un par de veces y humedecí mis labios lentamente.
- S-sácame de aquí... -- Murmuré con la voz rota.