~Frank~
No recuerdo exactamente qué pasó la primera vez. En mi mente tan solo se fusionan colores y aquella sensación de ardor en los ojos.
Rojo, morado, negro.
Sé que evito pensar en el Gerard de aquellos días. Evito pensar en el bulto encorvado que tiritaba en el suelo, mirando a un punto fijo mientras su cara hacía muecas incontroladas.
Rojo. Rojo. Rojo.
El sonido de las calles, los cristales romperse y la sirena de policía junto la ambulancia.
Morado. Morado. Morado.
La luz que entraba tenue por las ventanas, alumbrando el triste y desconsolado rostro de Gee aquellas noches.
Negro. Negro. Negro.
Y yo. Yo allí, en aquel lugar.
~Gerard~
Suspiró profundamente y volvió a sentarse en la cama, a mi lado.
- Este lugar es bueno.
Apreté inconscientemente las sábanas y llevé mi vista de nuevo al cristal.
- Sácame de aquí... -- Murmuré como me fue posible.
- No, Gerard.
Le miré de reojo y dejé que me brotaran las lágrimas.
- Te lo suplico...
Le vi cerrar los ojos un momento y apartar la mirada después. Humedecí mis secos y crispados labios, incorporándome un poco.
- E-Éramos felices juntos... juntos, sí... -- Le acaricié el rostro con las manos temblorosas. -- E-Eres mi mejor amigo...
Se levantó de golpe, con los ojos llorosos.
- No voy a dejar que destroces de nuevo tu vida, Gerard.
- P-Pero éramos felices...
Abrió la boca para decir algo, pero de ella tan solo salió una risa débil y cansada.
- No, Gee. No.
Recogió su cazadora mientras sus mejillas se humedecían y caminó rápidamente hasta la puerta, cerrando tras de sí.
Me quedé totalmente callado. No sé si más por la medicación o por el hecho de haberle visto llorar.
Llevé mis dedos hasta las flores y comencé a acariciar los pétalos, en silencio.