Prólogo.

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Me encantaban los atardeceres, desde mi punto de vista era la mejor parte
de el día.
Ver el sol y la luna en un
mismo cielo, era algo digno de observar.
Era el momento en el que más tranquilidad sentía, la gran montaña a cada segundo que pasaba iba quitándole más luz al Sol, y otorgandole el puesto a la luna, pero antes de que este desapareciera por completo, éramos sólo nosotros tres, el Sol, la Luna y yo.

Ojalá pudiera ser así siempre, sin emociones contradictorias, sin mi madre gritandole todo el día a mi padre por no conseguir un trabajo, sin los insultos constantes del instituto.

Pero tampoco quería pensar en ello ahora, quería disfrutar de los pocos minutos que le quedaban a mi parte del día favorito.

La oscuridad de la noche no me hacía sentir miedo, me hacía sentir segura de cierta forma. Mucha gente pensaría que estoy loca por mi forma de pensar, pero realmente me daba igual.
Miré al cielo, para ver si era una de sus noches de soledad, o estaba acompañado de las estrellas.
Sonreí al ver la cantidad de estrellas que rodeaban la luna, unas brillando con más intensidad que otras.

Mi padre solía decirme, que había tantas estrellas como humanos en el mundo, que ellas con su pequeña luz, intentaban iluminar nuestros corazones rotos.

Seguí el camino en dirección a mi casa, para así irme a dormir de una vez, y acabar con otro fatídico día, deseando que el siguiente fuera un poquito mejor.

Conforme iba llegando al hogar donde me había criado, un fuerte nudo en mi estómago iba creciendo, el dolor de mi pecho volvia a hacer estragos dentro de mí, una rebelde lágrima descendió por el contorno de mi mejilla, al sentir esta, me di asco a mí misma, asco por ser tan frágil y no poder solucionar mis problemas de una vez por todas.

Respiré hondo en varias ocasiones intentando disminuir las ganas de llorar que tenía acumuladas desde hacía varias semanas, para así poder entrar a mi casa, sonreír como siempre lo hacía y fingir que mi día había vuelto a ser fantástico como todos los demás y eso, me dolía aún más. El no poder contar con nadie para hablar de cómo me había sentido en los últimos meses era horrible.
Pero no quería causarle daño a ninguno de mis padres, ellos ya sufrían bastante por el tema económico, y las gamberradas de mi hermano mayor como para echarles otra carga sobre su ya molida espalda.

Ya en mi vieja y decolorida casa, llamé al timbre, e intente sacar fuerzas de dónde ya no quedaban para dedicarle una bonita sonrisa a mis padres.

Los sonoros pasos de mi padre se acercaron a esta para abrir y regalarme una de sus forzadas sonrisas.

—¿Cómo estás, papá?—Pregunté pocos segundos después de ingresar a la casa.
Un olor procedente de la cocina que podía distinguír como sopa de pollo inundó mis fosas nasales.

—Tu hermano ha vuelto a irse —era la tercera vez este mes.

Mi hermano cuando no conseguía el dinero que necesitaba para sus apuestas, cogía y se iba sin decir nada a nadie, para hacer Dios sabe que, siempre volvía en una o dos semanas, con grandes cantidades de dinero, que nadie sabía cómo conseguía, a pesar de que mis padres le reprimieran por aquello, necesitábamos este, y finalmente acababan aceptando el dinero.
Un enorme y sonoro resoplido huyó desde mis adentros. Volví a mirar al hombre que había estado conmigo a lo largo de estos diecisiete años. Sus ojos castaños se encontraban apagados, sin ilusión, la ropa cada vez le quedaba más grande, puesto que comía muy pocas veces al día, su canoso pelo se encontraba sucio y despeinado, dándole a aparentar más años de los que el tenía.

Le dediqué la mejor sonrisa que pude y sin contestarle me encaminé al salón para dejar la pesada mochila que llevaba cargando desde que salí de clases, las luces de este estaban encendidas, dejando a la vista, la suciedad que se escondía entre los rincones, el polvo que descansaba felizmente en nuestras oscuras estanterías repletas de libros.
El nudo poco a poco volvía a hacerse presente en mi interior, respiré de nuevo varias veces, pero en esta ocasión no me servía de nada, sabía que este pequeño truco que conseguí en Internet, pronto dejaría de funcionar. Intentando hacer el menor caso a este, me quite la mochila de encima de mis hombros para dejarla en una de las antiguas sillas.
Sin pararme más a ver los puntos desagradables de mi casa fui a la cocina para ver si mi madre necesitaba ayuda.







Esa noche por alguna razón no podía dormir, nunca me había costado, normalmente a los cinco minutos de entrar en la cama estaba completamente dormida, pero en esta ocasión no podía, y no sabía por qué.

Me giré para el otro lado de la cama para ver si así caía antes en los brazos de Morfeo, un bostezo involuntario salió de mis labios consiguiendo que uno de mis ojos cayera una diminuta lágrima consiguiendo a su paso dejar una pequeña mancha en mi almohada.

Y fue esa noche, esa noche igual y distinta a otras, donde le conocí, al chico de mis sueños.








My dream is you. (#PGP2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora