Cuatro

178 30 10
                                    

El día había avanzado favorablemente, con el sol brillante en todo su esplendor y el clima, aunque caluroso, no llegaba a ser demasiado asfixiante. Era un día para disfrutar de los alrededores.

Lía dió gracias al cielo, que pese a la forma poco romántica en la que se habían despertado — por su culpa —, Janie había aceptado encantada el ir a visitar algunas tiendas.

Por eso, aunque Leo no fuera un tipo que derrochara sus demostraciones de amor, el que Janie estuviera algo distante lo había hecho preocuparse, sobre todo porque pese a que se veía como una chica, Leo conocía a Ken a la perfección, y él no era de los que se limitara a la hora de demostrarle cuando lo amaba, llegando a ser un poco empalagoso a veces, algo a lo que ya estaba acostumbrado.

— Mira, este vestido es bonito ¿No?

— ¿No es muy corto? — fue la respuesta de Lía.

Janie lo devolvió a la percha girando su rostro con molestia.

— Pero si te gusta, lo compramos — dijo Lía cambiando de parecer, al notar el ceño fruncido de la castaña.

— No, déjalo. No quiero que de nuevo te enojes conmigo por no usar lo apropiado.

— Yo no...

Quiso continuar, pero se detuvo. Después de todo Janie tenía razón, si no era porque la prenda le quedaba muy justa, el escote era demasiado pronunciado o porque era muy corto, Lía no la había dejado comprar nada. Y ahora era más que obvio que la molesta no era ella, sino Janie.

Salieron de nueva cuenta a la calle, pero mientras Lía se distraía buscando un lugar para comprar alguna bebida, Janie caminó en dirección contraria.

— Janie ¿Qué quieres...? ¿Janie?... ¡Maldición!




* * *



Caminar hacia el lado contrario le había parecido la mejor opción en su momento, hasta que se dió cuenta que con su actitud tan infantil no llegaría a nada. Lía siempre se lo decía y ella se había prometido "madurar", después de todo era una adulta casada, con otra mujer sí, pero al fin de cuentas casada.

Janie dió la vuelta intentando buscar con la mirada a Lía sin obtener éxito alguno, hasta que se topó con un escenario bastante familiar.

— Hola bonita, ¿A dónde vas tan solita? — le dijo un hombre en un idioma que ella no supo reconocer, pero que por las expresiones obscenas que hacía el sujeto con su cuerpo, bien podía darse una idea.

Por situaciones como esas a veces deseaba ser hombre, ya que no era muy común que los varones sufrieran ese tipo de acoso. Apresuró el paso tratando de alejarse del desagradable sujeto, pero entonces las repugnantes manos de aquel hombre se posaron en su no muy pequeño trasero, haciéndola detenerse.

—¡Oiga! ¡¿Qué le pasa?! — gritó totalmente indignada.

El tipo le cerró el paso intentando volverla a tocar y ella entrando en desesperación no le quedó más remedio que gritar, cosa que hubiera logrado con éxito si el tipo no le hubiera tapado la boca con una de sus manos, mientras la arrastraba a un lugar menos concurrido.

Para esos momentos, Lía ya estaba más que desesperada, habían transcurrido cerca de veinte minutos y ella aún no encontraba a Janie. El que le aplicara la ley del hielo no era habitual en ella. Siguió caminando por los alrededores hasta que un tumulto de gente llamó su atención. Pero a medida que iba acercándose al lugar, logró reconocer una larga cabellera castaña, y fue el momento en que dejó de caminar para correr.

Un policía se llevaba a un hombre bastante desaliñado y sucio cuando finalmente estuvo al lado de Janie, quien lucía alterada y con una de las tiras de su blusa rota.

— ¿Estás bien?

— ¡Lia! — gritó Janie permitiéndose derrumbar en los cálidos brazos de su esposa, llorando sin reparo.




* * *



La impotencia que sintió Leo al escuchar el relato de Janie —, cuando le contó cómo había tratado de defenderse hasta que pudo golpear al sujeto en los bajos y gritar finalmente pidiendo ayuda— no se esfumó tan rápido como hubiera querido, porque aunque la castaña se había disculpado con él por haberse alejado, Leo sabía que el verdadero culpable de nuevo, había sido él.

— ¿Me perdonas? — Janie preguntó.

— No tengo nada que perdonarte, todo lo contrario, perdóname tu a mí, últimamente he actuado...

— ¿Rara?

— Por no decir lo menos.

Janie sonrió descolocando con aquella acción a Lía, sobre todo porque apenas unos minutos atrás había estado llorando.

— Tal parece que el matrimonio si cambia a la gente — comentó para cerrar el espacio entre ellas y besar los labios de Lía.

Leo se congeló, abriendo en demasía los ojos hasta que Janie se dió cuenta que no le correspondía y dejó de besarla.

— ¿Qué te pasa?

— Nada, es solo que me sorprendiste — confesó, pero al notar la decepción en el rostro de la castaña hizo lo que creyó no haría nunca.

Los labios de Janie suaves y esponjosos — los cuales eran exactamente los de Ken —, para Leo se sintieron extraños. En parte porque jamás había besado a una mujer y por otra, porque eran dulces y cálidos al llevar una cadencia pausada, muy diferencia de como Ken solía besarlo, siempre con urgencia.

Janie interrumpió el beso e incorporándose tomó una de las manos de Lía para dirigirse hasta el baño. Quería mimos y un baño de espuma era la mejor opción, además el jacuzzi del hotel era enorme y su Lía no podía decirle que no.

Con la vergüenza — de quien se deja ver tal cual vino al mundo por primera vez — aún presente, Lía decidió darle ese momento a su chica, después de todo había sido un día duro para ella. Ambas ingresaron al jacuzzi y Janie quedó de espaldas a Lía quien fue la encargada en bañarla.

Sin embargo y pese a que Janie no se encontraba "bien", solo se besaron profundizando los besos en un par de ocasiones, hasta que el agua caliente dejó de estarlo y salieron del baño para dormir con sus cuerpos muy juntos, abrazadas.

Rosas [KEO] 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora