Seis

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«¿Y ahora qué voy a hacer? Si yo nunca he tenido sexo con una mujer...»

— Lia... — Janie canturreó acercándose sigilosamente a la contraria para comenzar a depositar dulces besos en su cuello.

— Janie... — dijo, tratando de pensar en las palabras adecuadas para rechazarla — podríamos dejarlo para otra ocasión, estoy algo cansada.

— ¿Cansada? — expresó con frustración.

— Sí, te recuerdo que me arrastraste por todas las tiendas de dos centros comerciales, así que por hoy solo podríamos descansar.

— Es que yo...

— Ya habrá tiempo para eso ¿sí?

— Pero ¿Qué no se supone que, durante la luna de miel, las parejas tienen sexo hasta hartarse? — dijo Janie comenzando a levantar la voz algo fastidiada.

— Yo solo estoy cansada, hoy fue un día muy largo.

Y ahí estaba esa mirada, la mirada herida que Janie le dedicó hizo a Lía estremecer y sentir culpabilidad al instante. Janie era alguien demasiado dulce y cariñosa, siempre lo había sido, como Ken. A él no le importaba en lo más mínimo el exponerse tal cual era, dejando mostrar sus sentimientos a flor de piel; ya fueran sentimientos felices, de tristeza, enojo o como en ese momento de decepción, básicamente era un libro abierto que no podía ocultar nada. Pero aquella mirada, Leo en muy pocas ocasiones la había visto, y no precisamente dirigida a él.

— No lo entiendo ¿sabes? Dime ¿por qué te casaste conmigo entonces? Y no estoy diciendo que sea una enferma sexual, es solo que últimamente te has estado comportando más fría de lo normal, ni siquiera cuando recién nos conocimos actuabas así. Así que, si, quiero saber, que es lo que tanto te molesta de mí, para que ni siquiera me dejes acercarme — dijo ya con molestia.

— Eso no es cierto, yo no... — Lía trató de decir, pero las palabras simplemente dejaron de fluir.

La tensión que se sentía en ese momento podía ser tocada con las manos. Janie dio un par de pasos alejándose de Lía para luego acercarse con los ojos acuosos, mostrándole que finalmente se había quebrado.

— Si no quieres estar conmigo... Al menos dímelo de frente y no por medio de estúpidos pretextos de mié...

— ¡Janie! — gritó para callarla.

— ¡¿Qué?! — respondió de igual manera — Sabes que... Ya no importa.

Y diciendo aquellas palabras se encerró en el baño azotando la puerta en el momento que fue cerrada.

Leo se sentía como el monstruo más horrible del mundo, de la peor pesadilla que su mente pudo recrear. La había lastimado de una forma muy cruel, no por el hecho de no haber accedido a tener sexo con ella, sino por haberse quedado callado y no decir lo que realmente le pasaba por la cabeza, la cual para ese momento era un desastre total.

Los sollozos de Janie, aunque tenues se le fueron enterraron como espinas en el corazón atravesándolo de un lado al otro. Él jamás había hecho llorar a Ken de esa forma, y quizás era su lado femenino que lo hacía inclusive más sensible, pero descubrir esa faceta de su esposo no era algo que lo hiciera sentir orgulloso.

Dos horas pasaron hasta que Lía se decidió en tocar la puerta del baño, para intentar hablar con Janie y pedirle una disculpa, pero justo cuando estaba a punto de golpear la fina madera, la castaña salió luciendo el rostro y los ojos hinchados. Caminó hasta donde se encontraba la cama ignorándola olímpicamente, descubrió las sábanas del lado izquierdo y se acostó dándole la espalda a Lía, quien sin saber que hacer prefirió por esa noche dejarla en paz y por primera vez desde que se habían conocido, fue a dormirse en el sillón en la otra habitación.




— ¡Yah! No quiero que sigas enojado conmigo... — comentó Ken frunciendo sus labios en un puchero tan tierno que hizo a Leo reír — Y ahora te burlas de mí.

— No lo hago — dijo Leo cubriendo sus labios con una mano.

— Claro que sí... Pero... Eso solo significa que estoy perdonado ¿verdad? — preguntó Ken sujetando el agarre de sus manos en el cuello de Leo, mientras se mantenía aún sobre el regazo del contrario.

Leo desvió la mirada una vez tratando de lucir reflexivo ante el cuestionamiento del contrario, para dirigirla de regreso con una sonrisa cálida en su rostro.

— Lo estás, solo procurar dejarle claro a esa mujer que eres mío ¿entendiste?

— Si señor — dijo Ken soltando una mano para hacer un saludo tipo militar.

Volvió a rodear el cuello de Leo con ambas manos y acercando su rostro al contrario, con sus labios atrapó los de Leo para saborear su reconciliación y dar por finalizada la pelea que acababan de tener...


— Leo — Ken lo llamó justo antes de que este se quedara dormido a su lado.

— Dime — respondió con los ojos cerrados.

— Quiero que me prometas una cosa.

— ¿Cuál? — preguntó Leo abriendo sus ojos para mirar a su novio dándole a entender que le estaba escuchando con atención.

— Bueno, digamos que esto también me incluye a mí, y ya que vamos a vivir juntos desde hoy... Me gustaría que pase lo que pase y, pese a que seguramente yo tendré la culpa...

— Ken estas divagando, solo dime.

— Lo siento, es que si... — soltó un suspiro y continuó — Bueno, estaba pensando que, si alguna vez volvemos a pelear, que espero que no. Me gustaría que no nos fuéramos a dormir molestos y eso implicaría el seguir durmiendo en la misma cama... Ya sabes, es que no me gustaría ser ese tipo de parejas que a cualquier discusión se alejan, así que promete que no importa que tan enojado estés conmigo siempre vas a dormir a mí lado y yo prometo aferrarme a ti, incluso cuando quiera golpearte.

Leo lo miró fijamente por largos segundos, pero al final accedió a su petición, después de todo él no pensaba alejarse de Ken, aunque él mismo se lo pidiera.

— De acuerdo — expresó con firmeza antes de besar los abultados labios de Ken sellando de esa manera su promesa...




Las lágrimas que habían cesado volvieron a derramarse por los ojos de Janie cuando se dio cuenta de que Lía, esa noche no dormiría con ella. Se sentía tan mal por no entender qué era lo que le estaba pasando a su perfecta relación, ya que, según ella, todo había decaído desde que se habían casado.

Lo que Janie no sabía era que el problema no era ella, sino Lía, quien, sentada en un sillón de la otra habitación, recordaba una promesa que acababa de romper provocando que su corazón se estrujara en su interior. La había lastimado y tal vez de una forma irreparable. 

«Esto es ridículo... Pelear por sexo, cuando se supone que precisamente eso no debería de ser un problema...»

















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Y entramos a la recta final.

Muchas gracias por leer.


Rosas [KEO] 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora