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Se llamaba Casiopea y era su sueño vivir en el firmamento, junto a las estrellas, pues era una de ellas: Casiopea era una estrella... de mar.

Sin embargo, ella nunca sintió que ese fuera su hogar. No encajaba allí: era tan distinta a sus amigos, las algas y los peces, bailarines de colores; era tan diferente, tan gris. Por el día, jugaba con ellos e intentaba parecer feliz pero, cada noche, desde lo profundo del océano, Casiopea miraba al cielo y soñaba con alejarse de esa cárcel de coral y sal. Ella no podía nadar pero fantaseaba con volar para abandonar aquellas aguas y el nocturno firmamento poder acariciar.

Rogaba a las estrellas para que la ayudaran pero éstas estaban tan lejos -alto, muy alto en el cielo- que no la escuchaban; no podían oír su súplica, su lamento.

~☆~

Una noche, el ruego de Casiopea fue escuchado por alguien más aparte del agua y la arena. Posidonia, una planta acuática muy empática -ella también sufría, cuando alguien la confundía con un alga-, vio a la estrella acongojada y decidió ayudarla. Llamó con sus hojas en forma de cintas a todas las criaturas que en aquel pedazo de mar había y, en menos de lo que tarda una ola en llegar a la playa más cercana, todas acudieron a su llamada.

-¿Qué es lo que sucede? -preguntaron al unísono dos peces, al verla preocupada.

-Casiopea nos necesita, se siente triste aquí -respondió la planta-. A todos los seres del mar nos une una gran amistad, por eso tenemos que ayudarla.

-¿Cómo? -preguntó una pequeña medusa que revoloteaba inquieta, de aquí para allá, como un paraguas en manos de una furiosa tormenta.

Posidonia miró hacia arriba, al cielo estrellado con el que tanto soñaba su amiga.

-Quiere volar -dijo, contemplando la Luna que, desde allí abajo, se veía pequeña y difusa- y estar con otras estrellas como ella.

-¡Nosotras podemos ayudarla! -exclamaron dos delfines, risueñas y la mar de entusiasmadas.

-Conocemos a algunas estrellas, de todas las veces que salimos a la superficie a saltar y tomar aire -explicó una de ellas, Nidae.

-Podemos llamarlas y pedirles que ayuden a Casiopea a volar con ellas -concluyó Delphi.

Todas las criaturas marinas estuvieron de acuerdo:

-¡Sí, haremos eso!

~☆~

-¡Casiopea, Casiopea! -Posidonia llamó su atención y la pequeña estrella se sobresaltó-. Tenemos una sorpresa para ti: ¡vas a volar junto a las estrellas!

-¿De verdad? -preguntó, sorprendida e ilusionada, sin poder creer su suerte.

-¡Sí! -exclamaron la inquieta medusa y la pareja de peces.

-Ven con nosotras, ven -dijeron Delphi y Nidae a la vez.

La luz de la Luna llena guio su camino mientras las dos delfines ascendían hacia la superficie con Casiopea entre sus aletas. Estando arriba, llamaron a las estrellas con su risa cantarina. Polaris, la Estrella del Norte, se desprendió del manto de la noche y acudió al encuentro de sus amigas marinas.

-Oh, Polaris -dijeron ellas-, ¿ayudarías a nuestra amiga Casiopea a volar con vosotras, las estrellas?

El brillante astro miró a la pequeña estrella de mar y vio en ella un gran anhelo imposible de igualar. La Estrella del Norte se propuso hacer su sueño realidad y le dijo, solemne:

-Casiopea, esta noche vendrás conmigo, serás una estrella más de la bóveda celeste y brillarás tanto o más que nosotras. Sin embargo, cuando llegue la aurora, tendrás que volver al mar. No, no estés triste, Casiopea -añadió-, podrás volver cuantas noches quieras, mas al alba deberás regresar. Si lo deseas, el cielo será tu hogar nocturno así como las aguas marinas y sus criaturas lo serán durante el día.

El sueño de una estrella de marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora