El sonido de esos papeles al golpear en el piso me hizo despertar de la absurda hipnosis en la que me vi sumida unos segundos. Sacudí mi propia cabeza, mientras rompía el contacto visual con esa extraña y me agaché rápidamente a recoger el destrozo que en un momento había ocasionado.
Mis manos se habían vuelto torpes, los papeles estaban regados por todo el piso y al querer recogerlos todos a la vez, no atinaba a alcanzar ninguno. Me sentía nerviosa y extremadamente *beep* por no poder coordinar mis movimientos. Pero cuando creí que la situación no podía empeorar, visualicé otras manos tratando de ayudarme en mi torpeza.
Alcé la vista temerosa por esta situación y me encontré de frente con unos ojos que me miraban fijamente. Unos ojos grandes, perfectamente resaltados y poseedores del azul más intenso que jamás había visto. Me miraban de una forma que parecían atravesarme.
Pasaron segundos… Y yo seguía sin poder apartar la mirada, era como un imán, un imán que me impedía cambiar de posición y me atraían magnéticamente.
─¡Dulce! ─Interrumpió una conocida voz, haciendo que aquella mujer se levantara rápidamente, mientras mi cuerpo decidió responder de la misma forma al cortar el contacto visual ─¡Me dijo Andrea que ya habías llegado! Veo que ya conociste a la Srta. Puente.
La mencionada, se volteó dirigiendo su mirada nuevamente a mí, que aún no era capaz de pronunciar una palabra.
─Siento el desastre ─Se disculpó ─No pretendía asustarte.
Su voz me resultó aún más dulce que su rostro y para este momento, creía que eso era completamente imposible… ¡Vamos Dulce! ¡Despierta!
─Fue culpa mía… ─Pude pronunciar por fin ─Simplemente estaba distraída.
Me ofreció una sonrisa, ocasionando automáticamente un extraño hormigueo en mi pecho. Ni siquiera en el estomago, no. En el pecho, en la parte izquierda para ser exactos. ¿Qué significa esto?
─Anahí Puente ─Se presentó estrechando su mano.
─Dulce María Espinoza.
Cedí al estrechamiento de nuestras manos, sintiendo como algo extraño le sucedía a mi cuerpo cuando nuestra piel entró en contacto y… otra vez sus ojos. Por mucho que quería y mi cerebro me gritaba que apartara la mirada de esa mujer, mi cuerpo había entrado en un estado de absurdéz total y no pretendía hacerme caso.
─¿Dulce, que estabas buscando, antes de regar por el piso todos mis papeles? ─Volvió a interrumpir la voz de un Marcos ya olvidado.
Solté rápidamente la mano de aquella chica, al escuchar la voz de mi compañero y le ofrecí una mirada acusadora al mismo.
─Maite me pidió los informes de los últimos donativos recibidos y las fichas de los posibles voluntarios de este año para ir echándoles un vistazo. Pero no encuentro nada en este lugar.
─Si hubieras encendido la computadora, quizás hubieras tenido más posibilidades Dul, que seamos una ONG comunitaria, no quiere decir que no estemos informatizados.