Capítulo XXIII

120 7 2
                                    

Siento que se acerca a mí y se pone en cuclillas para estar a mi altura. Con cara de estar preocupado me pregunta:

- ¿Estás bien? – Estoy de lujo, sólo me apeteció abrazar el suelo. Ironizo para mí misma.

Intenta levantarme del suelo, pero se lo impido empujándolo lejos de mí.

- Puedo levantarme sola. – intento hacerlo, pero me duele mucho el tobillo derecho.

Con tal de que no se hunda mmi orgullo primero me pongo a cuatro patas, para apoyarme en el pie izquierdo con la ayuda de la pared que tengo a mi lado. Él me mira atentamente, realmente preocupado o eso parece. Le tendrían que dar un Óscar por interpretación.

Consigo finalmente levantarme, pero cuando quiero dar un paso, siento que el tobillo se me rompe de un segundo a otro por el dolor.

- Ah. – me quejo agarrándome a la pared para no caer.

- ¿Estás bien? – me pregunta de nuevo.

¿No se cansa de fingir o qué? Bueno, a lo mejor, teme por perder su mejor empleada (ya sé que soy becaria, pero quiero sentirme importante por un momento).

- Estoy estupendamente. – ironizo, lanzándole una mirada fría. – Todo es por tu culpa. – Me da igual de quién es la culpa ahora mismo, pero mía no es. Estoy sufriendo por mi pobre tobillo, no quiero cargar con la culpa de que me haya torcido el tobillo.

Él no dice nada, en un abrir y cerrar de ojos se agacha y pasa un brazo por debajo de mis rodillas y apoya una mano en mi espalda y me carga.

- ¿Qué haces? ¿Estás loco o qué pasa? – grito de la sorpresa y me agarro a él pasando mis brazos por sus hombros para que no me caiga. Ya he tenido suficiente de caerme por el día de hoy - ¡Bájame ahora mismo! – le ordeno, pero pasa completamente de mí - ¿Es que ahora estás sordo o qué te pasa?

El engendro sigue andando sin hacerme caso. Pasa por la mesa de Samantha y sin importarle que ella esté allí sigue su camino cargándome.

- Samantha, por favor ayúdame. – le suplico poniendo ojos de gatito.

Ella se levanta para ayudarme o eso intenta. Pero el idiota la manda a sentarse en su lugar con una mirada.

- ¿No te cansas de este jueguecito o qué? – digo ya cansada – Bájame por favor.

En ese momento entra en su despacho y me pone suavemente en uno de sus sofás en frente de su escritorio. El a su vez, se agacha delante de mí y me mira. Estos ojos que tiene este tío son preciosos. Qué desperdicio que los lleve una persona que no se los merezca.

- ¿En qué pie te has hecho daño? – me pregunta, a lo cual no respondo – Bueno, lo tendré que saber por mí mismo. – me toca justamente el pie derecho y hago una mueca.

- No me toques. – digo apartando mi pie fuera de su alcance.

- ¿Te duele mucho? – me pregunta pasando olímpicamente de mi orden cogiendo mi tobillo masajeándolo. Me quejo porque da justamente en la parte donde más me duele. –Hoy pasarás el día aquí en mi despacho. – dice como si no quiere la cosa.

- ¿Estás loco? – creo que es la tercera vez que selo digo en todo el día – Yo voy a mi despacho A hacer mis cosas tranquilamente. Que encima de que me tuerzo el tobillo por tu culpa, tengo que aguantarte una tarde entera. No, señor.

- No puedes ir a tu despacho andando por lo que veo. – dice elevando una ceja – Además, no es mi culpa, eres tú la que estaba corriendo detrás de mí y encima con esos tacones que llevas. – contradice.

- ¿Perdón? – me está tocando los ovarios ya – Eres tú que se llevó mi móvil y encima de todo, eres tú el que me impuso que me pusiese tacones para el trabajo. – digo furiosa. ¿Qué se cree este tío?

- No soy yo el que te ha dicho que corras, eres tú la suicida aquí. –dice de vuelta.

Yo ya dejé de pensar. Siento que me echan un cubo de agua fría encima. No puedo mantener la mirada y retiro la mía mirando hacia otro lado. Siento que me falta la respiración. ¿Cómo es posible? ¿Lo sabría?

No podía controlar mis pensamientos. Me estaba dejando llevar por mis recuerdos. Una lluvia de imágenes y sentimientos me estaba inundando. Ya no sabía ni dónde estaba mirada. Me faltaba la respiración. No es mi culpa que me pasase todo eso. No podía aguantar recordar todo de golpe, las personas que me miraban con desprecio, o con pena, sus palabras y su odio. Sólo quería librarme de todo y estar en paz.

Sentía lágrimas correr por mis mejillas. No podía controlarme a mí misma. Siento que unos brazos me abrazan y el propietario me estaba diciendo algunas palabras que no conseguía entender. Lloré, sintiendo pena por mí misma por ser tonta, por haberlos hecho tardar esa tarde. Si no tardase en hacer una simple tarea como vestirme a lo mejor nada de aquello hubiese pasado.

- Tranquila. No llores, por favor. – era Jason que me estaba acariciando el pelo y abrazando - Siento si te he dicho algo hiriente. Es todo por mi culpa, lo confieso, pero calla y cálmate. – me abraza más fuerte y yo me dejaba hacer.

Su abrazo me confortaba y me iba sintiendo mejor. Su olor me embriagaba por completo. Inhalaba cada dos por tres su olor. Ahora no tenía fuerzas para discutir ni de nada. Siempre que tenía esas pesadillas durante la noche, era más susceptible a que sufriese depresión. Caer en el abismo de los recuerdos y no poder controlarme. Tengo que contactar cuanto antes con mi psicóloga. Pienso una vez que estoy más tranquila.

Me separo de Jason y me limpio las lágrimas como puedo. Este a su vez se saca un pañuelo bordado y me lo pasa. Lo cojo, me limpio las lágrimas y me sueno los mocos sin importarme ensuciar sin consideración el precioso pañuelo bordado por los lados en azul oscuro, con el nombre de Jason en una de las esquinas.

- ¿Estás mejor? – yo asiento con la cabeza lentamente – Vale, voy a llamar a mi madre, que es enfermera para que te vea el pie. Y no acepto un no por respuesta.

Yo no le respondí, la mitad de mi atención seguía cavilando en lo que me acaba de pasar. 

Si Es Contigo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora