Prólogo

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No recuerdo mucho de mi infancia, sólo fragmentos sin sentido. Recuerdos fugases de mis cumpleaños, mi primer día de la primaria, las primeras palabras de Ruby, la primera vez que mamá me llevó a clases de karate. Supuse que era normal, pues era tan sólo una niña y olvidar las cosas, según mamá, era común a esa edad. Lo que no era normal eran mis dolores de cabeza, cada vez más fuertes y constantes.

Solía no recordar nada con exactitud hasta ese día, el día que comencé a escucharla.

Fue una pequeña voz en mi cabeza, era muy parecida a la mía sólo que sonaba un poco más lúgubre y no parecía ser un pensamiento, aunque tenía sólo trece años me di cuenta de que era una especie de voz adicional en mi cabeza, una que me decía cosas como si de otra persona se tratara, que a veces me decía qué hacer o cuestionaba lo que hacía de una forma poco... natural. No quise hablarle a mi madre de ello, supongo que en el fondo se debía al hecho que para ella cualquier mínima actitud extraña en mí era motivo de estudio y de una "sesión psicológica familiar" y la verdad lo que sea que fuera aquella voz no parecía ser más importante que mis exámenes escolares. Desde hace ya un tiempo mamá solía hablarme de cosas que hacía y yo simplemente no podía recordar, eran cosas inusuales como olor de cigarrillo en mi ropa, contestarle con un tono de voz alto, no venir directamente a casa luego de la escuela... yo sólo podía disculparme por todo eso sin entender de qué hablaba pues siempre he sido la hija ejemplar, al menos es lo poco que recuerdo desde mis doce años.

Pero entonces todo se escapó de mis manos una simple tarde de verano. Acababa de terminar con éxito mi segundo año de secundaria y ya habían iniciado las vacaciones, yo desperté en el suelo de mi habitación, tenía varios cortes pequeños en mis manos y un bastante fuerte dolor de cabeza además de un ardor en mi mejilla. Podía escuchar la voz de mamá hablando por teléfono en el piso de abajo así que me levanté del suelo y me dirigí escaleras abajo masajeando un poco mi frente, dónde observé que mamá estaba en la cocina con Ruby, quién estaba sollozando. Me extrañé al ver trozos de vidrio en el suelo, eran de aquel jarrón en el que mamá colocaba flores ocasionalmente. Cuando llegué hasta la cocina y los ojos de Ruby se fijaron en mí ella comenzó a llorar con fuerza, abrazándose a mamá y diciéndole que no me dejara hacerle daño. Mamá se giró para mirarme y sus mejillas tenían rastros de lágrimas.

—¿Qué haces aquí Samantha? ¡Te dije que estás castigada y que permanecieras en tu habitación!

Aún hoy en día, y cuando mamá me lo ha contado una y otra vez, no puedo recordar qué sucedió ese día.

—¿Qué? —yo las miré a ambas confundida, masajeando mi cabeza al sentir aquella punzada en mi cabeza y de nuevo la voz susurrándome que acabara con el trabajo —, ¿de qué hablas? Me acabo de levantar y me duele la cabeza, bajé por unas pastillas. Además, tengo cortes en mis manos.

—¡A tu cuarto, ahora! —la persona en el teléfono pareció hablar y ella le pidió unos segundos —¡Sube ahora mismo o me veré a obligada a encerrarte con llave!

—Pero mamá, yo no-

—¡Ahora, Samantha!

Mamá nunca me había hablado así antes... si lo hubiera hecho estoy segura de que podría recordarlo, sin embargo, nunca lo ha hecho, ella no ha sido más que amable y compresiva, siempre ha estado para mí y para Ruby. Yo decidí obedecerla, tomando unas pastillas de la lacena antes de marcharme escaleras arriba, encerrándome en mi habitación y tratando de pensar en qué había hecho para recibir aquel castigo o por qué de la reacción que tuvo Ruby al verme, pues ella y yo siempre hemos sido bastante unidas, nunca la lastimaría. Al menos yo no lo haría.

Mi madre había decidido buscar ayuda profesional para mi problema, el cual para mí no era más que pérdida de memoria y dolores de cabeza. Que equivocada estaba. Pasamos primeramente con un psicólogo infantil; pues aunque mamá lo era, ella necesitaba la opinión de otro al respecto además de su recomendación para el caso; con sólo hablarle de mi pérdida de memoria y dolores de cabeza frecuentes aquel psicólogo nos recomendó con un psicoterapeuta. No entendía muy bien lo que trataba de hacer aquel hombre de estatura alta, medianamente corpulento y piel oscura, él primeramente nos preguntó a mí y a mamá si había algún tipo de evento traumático que yo hubiera experimentado y el cómo se dieron los hechos del mismo, yo no sabía de algún trauma, sin embargo mi mamá me pidió salir del consultorio del hombre y permanecer en la sala de espera, cosa que hice sin queja. Ella estuvo susurrándome cosas mientras permanecí allí, diciendo que mamá sabía cosas, cosas que no quería decir, cosas que mamá guardaba como un secreto como si fuera dueña de mí y de Ruby, pero que si yo le daba el completo control a ella entonces ella me haría recordar. Yo sólo la ignoré, es una voz en mi cabeza, más nada.

Dulce y AgriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora