Una Presencia Extraña

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Capítulo Dos: Una Presencia Extraña

Esa mañana Dean llegó casi media hora antes al colegio y al entrar en su curso, vio a Tsukiyomi dormida sobre su banco. Se quedó contemplándola, admirando lo tierna que se veía durmiendo. Se sentó a su lado y le apartó el largo cabello oscuro del rostro. Se percató de las ojeras de su amiga y lamentó no haberla acompañado a su casa.

Se había adentrado tanto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Tsukiyomi estaba despierta y lo miraba. Presionó su rostro contra la mano de él, sonriéndole con ternura.

-Buenos días, Tsu. Que raro que llegaras temprano. -la saludó amablemente.

Ella rio.

-La verdad es que no dormí, necesitaba salir de ahí-su mirada se ensombreció-. No soportaba estar en mi casa y me marché apenas amaneció.

Él la envolvió en un abrazo imponente y la acunó.

-Tonta-le recriminó Dean-, hubieras llamado o hubieras ido a casa.

La muchacha sacudió la cabeza.

-No quería molestar-se justificó-. No puedo andar dependiendo de tí siempre.

Y se desprendió de su abrazo. Dean iba a protestar, pero ella le señaló al profesor que ingresaba al curso y le dedicó una sonrisa comprensiva. Tsukiyomi volvió la vista al frente para prestar atención y el muchacho hizo lo propio.

***

Para ella el día fue una tortura ya que apenas podía mantener los ojos abiertos ni tampoco concentrarse. Apenas tocó el timbre del receso al medio día, salió practicamente corriendo del curso hacia la cantina, pues no había comido nada desde el medio dia anterior.

La noche anterior había sido espantosa. Había llorado hasta casi media noche y luego se durmió, mas no descanso, pues en sus sueños aparecían personas que la culpaban por todo, diciéndole que su vida era un fracaso. También vio a sus padres, diciéndole que no la querían y por eso la habían abandonado. Se despertó llorando y permaneció el resto de la noche despierta por temor a volver a soñar.

Como si eso fuera poco, estar en esa casa que le recordaba que no tenía familia la deprimía muchísimo y todo en conjunto le daban ganas de no seguir adelante, de rendirse.

Recordó que también había soñado otra cosa, pero casi no le había importado en comparación con el otro.

Soñó que se encontraba en un gran bosque de cerezos y veía los pétalos rosas caer a su alrededor, formando un hermoso paisaje. Pero lo que capturo su atención fue el ver a dos hombres en medio de esa lluvia. Ambos eran realmente apuestos. Sin embargo había una gran diferencia entre ellos. Uno tenía un porte elegante y contemplaba los pétalos caer con una sonrisa, como si lo disfrutara tanto como ella. El otro en cambio, tenía un aire juvenil y examinaba el bosque con impaciencia, como esperando que algo sucediera. De pronto se volvieron hacia ella, como si se hubiesen percatado de su presencia. Se sorprendieron al verla allí, mas le sonrieron y ella quedó sin aliento, pues la mirada de ambos cambió. El joven de cabellos oscuros la miró con una sonrisa juguetona y la observó con posesión, como si fuera suya, logrando que se ruborizara profundamente. El chico del porte elegante y cabellos rubios en cambio, la miró con amor y adoración en los ojos que brillaban intensamente. Esa mirada despertó cosas en su interior. Se sintió amada. Pero su sueño se tornó oscuro y vio a los jóvenes caer al suelo, y algo húmedo cayó en su rostro y comprobó horrorizada que era sangre. Gritó y luego giró para ver a los hombres. Se habían levantado y ella comenzó a acercarse a ellos, mas se detuvo. Los ojos de ambos, que antes eran grises y hermosos, ahora eran de un carmesí brillante y sus manos estaban teñidas del mismo color.

Cuando el joven de cabellos rubios iba a hablar había despertado.

Tsukiyomi volvió al presente y pensó en el sueño. Creía conocerlos. De repente comenzó a sentirse mareada y cerró los ojos. Al abrirlos, vio que la escuela ya no estaba, a su alrededor solo había un bosque... fomado por cerezos.

Escuchó risas a su alrededor y miró para todos lados, pero no había nadie. Sintió una ráfaga de viento y se volvió. A su lado, sentado en el mismo banco que ella, había un hombre de cabellos rojos mirándola.

-Buenas tardes, querida-dijo él-. Soy Seishi. Espero no haberte asustado.

-¿Quién eres?-inquirió ella-. ¿Qué quieres?

-A tí, por supuesto-le respondió-. Tu alma, eso quiero específicamente.

Tsukiyomi lo miró desafiante.

-Te equivocaste de persona. Yo no tengo alma y si la tuviera, no valdría nada.

Él rio suavemente.

-Te equivocas en las dos cosas, cariño-le corrigió-. Todos los humanos tienen alma, y son muy valiosas. Pero tu alma es la mas valiosa e importante de todas. En tu alma se encuentra mi salvación. Pero basta de charla. -dijo y posó las manos en los hombros de la niña.

Esta se desvaneció y el hombre tendió los brazos para recogerla, mas unos hilos invisibles cortaron su mano y le hicieron retroceder.

Una sombra agarró a la muchacha con delicadeza antes de que cayera al suelo. Seishi volvió la vista hacia la sombra y miró con ansia a Tsukiyomi que se encontraba en los brazos de la misma. Este atrajo los hilos hacia sí y atravesó a Seishi en el pecho, que cayó y desapareció, dejando solo humo.

La sombra contempló ese humo con desdén y desapareció envuelto en ráfagas de vientos. Antes de desaparecer, un haz de luz iluminó los ojos de la sombra, mostrando la furia que habitaba en esos ojos grises.

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