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—O sea... ¿En serio... tu quieres...?—Meg miraba con un leve pero notable sonrojo en sus pálidas mejillas, tragando saliva sin saber que decirle.

Fred asintió sujetándola de los hombros, bajando lentamente a sus manos para poder entrelazar sus dedos, juntando sus frentes y sonriéndole de manera tranquila y suave.

—Me... gustaría dar ese paso...—Musitó el mayor, dándole besos en los labios de manera suave acariciando sus dedos—Obviamente... quiero usar la protección necesaria, aún no quiero ser papá.

Mencionó con una sonrisa mientras reía algo ruborizado y besándole la mejilla, sentándose al lado suya apoyando la cabeza en su hombro mientras suspiraba. La albina le sonrió de manera sutil, aunque claro, no dejaba de sentirse relativamente nerviosa y tímida por aquella propuesta. Dejar su... eso, para hacer sentir mejor al azabache.

—¿Eso es... lo que te molestaba?—Preguntó la de mechón rosa, queriendo saber lo que estaba molestando esos días a su pareja.

—Un poco... Si—Respondió el de cabellos oscuros, no quería arruinar el momento feliz con su pequeña damisela.

—¿En serio... quieres hacerlo, Fred?—Susurró suspirando, mirándole con cariño, sintiéndose más confiada y besándole el cabello.

—Sabes que lo último que haría sería obligarte a hacerlo cariño, sólo fue... una propuesta... No tiene porque ser hoy o algo parecido porque y-.

—Tranquilo, lo entiendo...

El anochecer comenzaba a hacerse presente en la ciudad, Fred comenzó a abrir lentamente sus ojos, bostezando. Pero no se atrevió a moverse mucho, pues entre sus brazos estaba la aún dormida albina, sonrió levemente al verla de manera tranquila, al parecer no había hecho nada mal, como para que ella quisiera quedarse aún.

Pero, aún tenía un pequeño problema, su problema de salud, el mismo que no quería decirle a su amada que tenía.

Miró nuevamente a la albina, la cual parecía seguir durmiendo, Fred sonrió suspirando, no tenía motivos para desconfiar de ella... Había sido la primera chica que le llamaba tanto la atención como ella, nadie le había hablado como ella lo hacía, y pese a la brutalidad que podía llegar a tener Meg, no dejaba de ser a su vista una chica hermosa y adorable, con sus ojos dispares, el mechón rosa de su albino cabello, su suave y blanca piel, sus mejillas rojas cada vez que hablaba.

—Mmm...

No dejaba de sentirse culpable por tener que mentirle diciéndole que todo estaba bien, pero en un tiempo más, el problema por el cual atravesaba su cuerpo se iría y podría estar tranquilo y relajado con ella, incluso quizá siendo capaz de darle una familia. Porque sí, Meg ya le había contado (y por su cuenta también lo supo) del accidente que se había llevado a su familia, el incendio que la dejó huérfana con su hermano.

Él no sabría seguir sin los cuidados de su madre y el cariño que esta misma le daba a cada instante que pasaban juntos los tres como una familia, incluso después de la muerte de su padre biológico y el abandono del que lo cuidó hasta que él y su hermano cumplieron los 12.

Suspirando la abrazó con más firmeza y cariño, ruborizándose un poco cuando esta se giró y sus pechos se pegaron aún más. La albina era suya, no quería perderla, la tenía allí con él y quería que así fuera siempre, aunque quizá fuera egoísta el deseo...

Daba igual...

Él la necesitaba más de lo que ella podría llegar a necesitar a alguien más.

Finalmente fue cerrando sus ojos, quedándose dormido junto a la menor, ambos desnudos luego de haberse entregado al otro. Fue la primera vez en mucho tiempo, en la que Meg se dormía sin ver el cielo nocturno, o quedándose hasta tarde pensando en la infinidad del espacio exterior. Tal vez ya había encontrado la respuesta a sus preguntas, estando entre los brazos de Fred.

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