Capítulo 08. Té de menta y besos que no sacian.

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"Deseo que el mundo en el que vivas sólo reine la paz y no existan las guerras. Mantente a salvo. Nos volveremos a ver pronto. Lo prometo. Con amor..."

Había leído aquellas palabras una y otra vez desde que abrió los ojos esa mañana de domingo. El sol encandescente se coló entre las cortinas, creando pedazos de luz en el suelo y las paredes de su habitación. Sus pies colgaban desde un extremo de la cama y él los mecía con parsimonia; con flojera. Sosteniendo aquella roída carta en sus manos, le tomó una fotografía y se la envió a Hiroto Kira por mensajería. No esperó siquiera a que viera el mensaje, dejó el móvil a un lado y se quedó mirando el techo, manchado de luces que venían de afuera y se colaban descarados.

Su madre le había llevado el desayuno, con la condición de que se levantara a las diez y la ayudara a tender las sábanas en las cuerdas del jardín. Eran las 10:05 así que debía levantarse. Saltó de la cama cayendo sobre su pie y perdiendo el equilibrio, se precipitó de bruces al suelo. Pero no cayó, más sólo se golpeó con el filo de la madera y un cardenal adornó su pálido muslo. Después de que el dolor punzante se fue, él no le tomó más importancia. Se cambió de ropas, y bajó a la sala.

Como lo había anticipado, las sabanas lo esperaban con paciencia dentro de una cesta sobre el sofá el jardín. Decidió no procrastinar más y cumplir su tarea. No le quitó más de cinco minutos, pero el calor implacable de un sol chorreante convertía los minutos en horas. Cuando terminó (de malhumor) estaba sudando. Echó una mirada a la casa de al lado y su corazón le llamaba para hacerle una visita a los vecinos. Se calzó las zapatillas rojas y salió de su propia casa. Las calles del vecindario estaban vacías, el timbre de la residencia Kira, de pronto se encontraba a kilómetros inalcanzables. El calor deformaba todo.

Tocó una vez y esperó. Nada. Tocó dos veces y esperó un rato más. Nada. ¿Estarían durmiendo? Ya era demasiado tarde pero, como se trataba de un domingo podía comprenderlo. Lo intentó una vez más.

Nada.

El pequeño Fubuki se resignó, ellos habían salido y lo habían olvidado allí, como una mascota insignificante. Ahora, a él sólo le quedaba esperar paciente su regreso, pero había anhelado tanto pasar el día con su amante que no pudo evitar sentirse frustrando y malhumorado. Se alejó entonces y comenzó a caminar por las calles del vecindario sin un destino fijo. Aún no conocía el lugar donde vivía, siempre estaba en auto cuando salía y, por supuesto que la experiencia no era la misma que caminar. Todos los niños y chicos de su edad se encontraban en los parques y canchas disfrutando del día y él no podía comprender cómo estaba tan tranquilos. Shirou Fubuki estaba a punto de desmayarse. Se dirigió apresurado a una maquina expendedora y se compró un té helado de menta. Observó el lugar, divisó la banca más cercana y emprendió el viaje hacia ella. No quedaba demasiado lejos, lo que estaba bien porque no contaba con demasiadas energías para caminar. Los gritos eufóricos de los chicos que jugaban fútbol en la cancha de tierra. Ellos estaban acostumbrados al inclemente verano de Inazuma. No podía soportarlo.

–¡Cuidado!

De no ser porque tenía buenos reflejos, el balón le hubiese golpeado de lleno en el  rostro. Interpuso sus manos y quien se llevó todo el impacto fue su bebida fría que terminó en el suelo del parque. Ya no habían gritos eufóricos, todos los presentes se habían sumido en un silencio, mirándolo expectantes, a que él hiciera algo. Pero Fubuki Shirou se encontraba demasiado confundido. Un muchacho moreno, al parecer, el responsable de su infortunado accidente, se acercaba corriendo hacía él. Notoriamente preocupado.

–¿Estás bien?– preguntó, una vez que se encontraban frente a frente.

Fubuki lo estudió. Su piel morena estaba bañada con una fina capa de sudor. Sus ojos cafés eran dos puertas hacia un mundo desconocido y ajeno, donde no cualquiera parecía ingresar con facilidad. Tenía una sonrisa altiva y un porte arrogante que obligaba a Shirou Fubuki erguirse en todo su tamaño para no sentirse intimidado.

Nuestro secreto en verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora