Capítulo 09. Tus promesas. Tus pesadillas.

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Con mucha frecuencia solía olvidar los sueños que tenía. Por desgracia, no tenía la misma suerte cuando se trataba de pesadillas. No eran frecuentes, pero cuando atacaban lo hacían con fuerza. Lograban sacarlo de la cama de un salto, sudado y jadeando. Completamente aterrado. Él sólo debía estirar su brazo y tocar a un lado de la cama, donde siempre se encontraba su novio durmiendo. Con Midorikawa a su lado, sabía que todo estaba bien. Pero esa noche, el filo de la cama estaba vacío y la ansiedad hizo meya en su corazón.

Intentó respirar. Se concentró en cada inhalación y en cada exhalación. En cómo su pecho se movía a un ritmo constante y lento. No estaba funcionando. Su corazón se encontraba demasiado inquieto. Se estiró, alcanzó su móvil y se fue a la carpeta de canciones. La música consolaba a todos los corazones. Ellas servían para arrullar a los solitarios y tristes. No le colocó demasiado volumen. Lo dejó a un lado y cerró los ojos. Esperando.

Esperando.

La puerta se abrió. Él se sobresalto, incorporándose de golpe y sintiéndose como un niño asustado. Sólo era Shirou Fubuki. Tenía puesta la camiseta y el cabello despeinado. No podía dejar de mirarlo. Incluso sus pequeños pies descalzos. El flequillo que se había movido de su lugar. Los ojos cansados. El porte inocente e infantil. No podía dejar de mirarlo.

–Me despertaste.– Se quejó, frotándose los ojos.

–Lo siento.– balbuceó, saliendo de su letargo y apagando la música.

Esperó a que Shirou se diera media vuelta y volviera a su habitación pero eso nunca pasó. Él seguía allí, de pie, esperando algo también.

–¿No puedes dormir? ¿Tienes miedo?– preguntó, cruzando la linea que delimitaba la habitación y el pasillo.

–Sí.– Qué vergüenza tener que aceptarlo.

–Te acompañaré. – dijo, decidido.

Se trepó en la cama y rectó hasta donde se encontraba el adulto. Apoyó su cabeza en la almohada, sus ojos clavados en el techo blanco. Afuera llovía y la tenue luz dibujada formas en el techo y las paredes.

–¿Tienes malos sueños?– preguntó, mirando de reojo al pelirrojo.

–Sí.– Parecía que eso era lo único que podía decir.

–¿Cómo son?– preguntó, bajando la voz. Como si los monstruos que asechaban a Hiroto estuviesen escondidos en algún lugar de la habitación.

El miedo se había ido, podía hablar de ello sin cohibirse. Su compañero le brindaba una confianza cálida y reconfortante que lo hizo sentir seguro. Se reincorporó y el albino lo imitó, sentados uno al lado del otro Hiroto recargó su cabeza en el hombro de él. Buscando protección y consuelo. Se sentía más pequeño y vulnerable. Como un niño. El sonido de la lluvia era como un abrazo, y la brisa fría, un beso en la mejilla.

–Estoy solo, en medio de la oscuridad. Creo que estoy cayendo por un precipicio, pero no puedo ver nada hasta que me impacto con el agua fría y oscura. No puedo nadar y sólo me hundo, y todo está oscuro. A veces veo a mi padre.– relató, en voz baja.

–¿Dónde está tu padre?– preguntó, interesado. De pronto había crecido.

–Murió.

–¿No pudiste decirle adiós? – preguntó, su pequeña mano había viajado hacia Hiroto Kira, acariciando sus cabellos escarlata. Recibió una negación con la cabeza. –¿Qué pasó?

–Ese día, habíamos tenido un discusión. Es que,en realidad odio hacerme cargo de la empresa.– relató. –Dejé de visitarlo y él dejó de venir. No hablamos. Ni nos veíamos. Hasta que un día, lo atacó un ACV y quedó en coma por tres meses. Nunca despertó. No pude decirle que lo sentía y que lo quería.

Nuestro secreto en verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora