Capítulo 12 Él lo sabe.

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Su vida como la conocía ahora era una completa mierda. Ni siquiera había conseguido dormir durante la noche, no después de recibir ese maldito mensaje oculto entre sus zapatos. Lo leyó una y otra vez, como si el papel fuese a cobrar vida y gritarle el nombre de la persona que lo había manchado con la tinta indeleble de un bolígrafo. Era inútil, ni siquiera podía reconocer la caligrafía. Ni siquiera reconocía el olor que tenía impregnado. Era un mal detective, le había fallado al gran maestro Sherlock. Su vergüenza sería heredada a las futuras generaciones. En ese momento, donde él se encontraba tumbado sobre su cama, había decidido que no tendría hijos bajo ningún concepto. Moriría solo y gay. Así sería.

Pero para eso faltaba mucho, debía pensar en qué haría ahora. Cómo salvaría la vida de Hiroto y la suya propia. Tenía una gran responsabilidad en sus pequeñas y huesudas manos. ¿Podría lograrlo? ¿Qué haría Jesús? Convertir el agua en vino... ¡¿Eso cómo podría ayudarlo?! Qué mierda de vida.

Él había deseado unos mejores años de secundaria. Quería que fueran como High School Musical y por los aires que soplaba, todo anunciaba a que terminaría con algo más parecido a 13 Reason (claro, sin el suicidio). No tenía más opción, sería valiente y asistiría a esa reunión. Llevaría algo de dinero para sobornar al mirón y un pay de manzana porque todos lo aman. Sí.

Estaba por no salir de su casa cuando se percató de que el tostador estaba dañado y le había pulverizado el desayuno. La leche estaba caduca. El jugo de naranja, amargo. Se conformó con un pan duro y una taza de café. Así se marchó al instituto, tendría que comprar algo en el cafetín o se desmayaría a mitad de la clase.

–Te ves horrible.– Gouenji, siempre tan amable y sutil.

–Gracias, me esfuerzo cada día para que imbéciles como tú no se fijen en mí.– respondió con sorna, dejándose caer sobre el comedor. Estaba demasiado cansado. Demasiado irritado. Quería estrangular a alguien.

–¿Aún sigues teniendo el mismo sueño?– preguntó, esta vez, con una sincera preocupación.

La respuesta era sí, pero eso en realidad no le robaba tanto la calma como el horrible hecho de que cada vez faltaba menos para conocer a esa persona que le había arrebatado su secreto. Lo golpearía, definitivamente lo haría.

–¿Qué te hace pensar eso? Estoy bien.– respondió sonriendo.

–Estás comiendo un sándwich de atún y una vaso de leche. Desde mi punto de vista, te quieres matar.– señaló. 

Él tenía razón, se estaba haciendo daño y no era justo. No se lo merecía. Todos estos años cuidando su amado y hermoso cuerpo y ahora, sin importarle absolutamente nada porque la preocupación lo estaba agobiando. Apoyó su cabeza en la mesa y suspiró, qué suerte que tenía una manzana de respaldo.

–Estoy bien, en serio.– insistió. Debía usar el Comodín para salir de esa incómoda conversación. –¿Dónde está Kazemaru?

–Junta con el equipo de atletismo.– respondió.

–Vamos a clases.

Sólo deseaba que el día transcurriera rápido para que toda esa tortura se terminara. La lenta espera era una agonía, podía saber cómo se sentían los prisioneros antes de ser decapitados. Necesitaba descansar. Escuchó a su compañero quejarse sobre que la clase de historia era realmente un coñazo y le dio la razón, el profesor no podía ser más aburrido hablaba lento y vestía pantalones de tela a la altura del ombligo. Olía como a asilo y no se reía, bajo ningún concepto. No podía ser peor.

–De hecho, sí podría.– señaló. –Podría ser un amargado que gusta reprobar a sus alumnos.

–ES un amargado que gusta reprobar a sus alumnos.– dijo, con una sonrisa torcida y ese brillo en sus ojos cafés. Los ojos castaños eran mágicos, pensaba Fubuki, al menos los de ese chico lo eran.

Nuestro secreto en verano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora