IV

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Tenía tantas cosas en mente, era un nuevo amanecer en el que todo se complicaba con cada segundo de mi respirar, ella estaba más cerca de mí, estuve sentada en la orilla de mi cama viendo el paisaje urbano por la ventana, era un bello apartamento para que lo habitara una persona como yo, con tantos cargos de conciencia encima, nunca he matado a nadie, mis pecados no son mortales pero los veniales aun así dolían y carcomían el alma, cuantas veces he leído el Corán, buscando el perdón, sé que dios me lo ha dado pero yo no puedo dármelo, y por ello, debía alejar a Lena, ¿por qué tuvo que conocerme?, ¿por qué tuve qué conocer a Lex?, nada de mi vida ha tenido sentido.

Me saltaría unas clases para ir al centro comercial y comprarme la bicicleta que tanto he querido, mi cuerpo dolía por el sobre esfuerzo de la noche anterior, correr por mi vida una vez más, ¿quién lo diría?, como si no fuese suficiente haber dejado mi país con problemas, he venido a hacer más aquí, aunque en este punto no sabía quién estaba peor si ella o yo, me levanté de la cama caminando como si trajera cadenas en los tobillos, ducharme no fue precisamente placentero para las heridas en mi espalda, saltar bardas con púas fue necesario pero en extremo doloroso.

Ella vendría por mí, sin embargo no me contraría, era mejor comportarme así, está tan acostumbrada a que hagan lo que ordena que terminará olvidándose de la judía necia, hoy iría de blanco, que no sería tan malo, así solo tomé mi mochila y efectivo, lo necesario, no me gustaba usar elevador así que baje las escaleras entre saltos, encendí un cigarrillo que había guardado en mi mochila. Iba tranquila caminando por la calle, viendo las nubes juntarse en el cielo, llovería, que clima más inestable, aunque no era tan distinto al de New York. Al parecer traer el cabello suelto no era buena idea, ¿por qué siempre cuándo me baño bien llamo la atención?, termino sujetándolo en una cola por lo bajo de mi nuca, ahora si era yo, creo.

Si claro Kara, nunca has sido tú, es verdad jamás he sabido quién soy en realidad, como las galletas oreo, ¿son chocolate o glaseado?, no lo sé, solo sé que son absolutamente geniales, ¿cómo?... no, no, nada de eso no más recuerdos. Al llegar al centro comercial me dirijo a las bicicletas, el encargado me saluda amable, ya me conocía, y por fin me llevaría la hermosa bicicleta de color negro con líneas plateadas, él estaba más feliz que yo, sería su primer venta del día, una buena comisión por supuesto, la ajustó para mí y así feliz me monte a ella.

Me coloqué los auriculares, una buena canción de Queen era perfecta para las rutas de ciclismo, el caso me quedaba apretado, siempre he sido una cabeza dura, nadie niega eso Kara, sí gracias ya lo sabía. Cuando le vibrar de una llamada entró tuve la fortuna de detenerme en un alto, así pude dar en contestar sin manejar con una sola mano, aquí estaba prohibido, era Lena, estallaría, ya la imaginaba roja como el animal de las marionetas que acompañaban a la rana René, que divertido.

-Yo aquí, ¿quién allá?—contesté.

<¿Dónde estás Kara?—si, estaba enfadada>

-Voy camino a la universidad con mi nueva bicicleta, creí que era prudente, no quería que te aprovecharas de mí-

<Ja, Ja—risa falsa—me has dejado plantada Kara, que poco educada eres>

-Mi mamá opina todo lo contrario, lo siento debo seguir, nos vemos después-

Pese a sus impedimentos, colgué y continúe, me gustaba andar en bicicleta, mis piernas también necesitaban ejercitarse de esta manera, iba tarareando la canción y cuando llegué al campus un auto se cruzó en mi camino casi provocando que me estampara con el árbol más cercano, por fortuna frené a tiempo, aliviada baje de la bicicleta para ver quien había sido el culpable, dios, creo que a veces el no existe cuando lo necesitas, ya me di cuenta.

Dos Sombras en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora