1. La propuesta

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Un hombre que portaba dorada cabellera, caminaba por las calles de Devlin para llegar a su residencia. Ya eran más de las nueve de la noche, hora en que asechaban los ladrones y acosadores locales; él simplemente ignoró todo y camino lo más rápido que pudo con sus largas y delgadas piernas; como consecuencia de aquel trayecto, se tomó unos minutos para descansar, antes de retomar su viaje, y se sentó en una banca que se encontraba en el pequeño parque que se divisaba.

«Tengo que intentar de nuevo, no pude conseguir el trabajo hoy, pero de seguro lo logró mañana» —divagaba él sumergido en sus pensamientos.

—Oye chico, no deberías de ir a tu casa —preguntó un hombre que se posó enfrente del pequeño, recibiendo una mirada de confusión por parte de Eros, ya que no había visto al individuo por esas calles.

—Llégare algún día—respondió cortante evitando tener algún conflicto con aquel señor, que se notaba que era más fuerte que él y mucho más alto en comparación al metro setenta que poseía Eros.

—Pero, espera no te haré nada —insistió agarrandolo por el hombro —Pequeño vamos a un lugar más privado para poder conversar... —enunció con esa voz grave y áspera en el oído del chico.

—¡No! —negó apresurado antes de que acabará él con la frase —Esta bien, vivo a unas cuantas calles de aquí señor —respondió exaltado apartándose del mayor.

Éste luego de haber respondido, se fue lo más rápido que pudo hacía su apartamento, en donde cerró la puerta con el seguro, y lentamente llegó al suelo recostandose en la entrada de su casa por culpa del cansancio, el sudor que recorría su piel blanquecina también fue cómplice de su agotamiento y el único remedio era un buen baño.

«Que suerte que no me siguió, sino estaría en serios problemas» —pensaba Eros mientras se duchaba dando suspiros al aire aliviado.

Siempre fue así, era demasiado lindo, una belleza hermafrodita. En la secundaria era mirado por chicas pero, también por chicos; al igual que en la universidad y por esa razón fue el objetivo de muchos acosadores, sin embargo él también tuvo la suerte de ser llamado por muchas personas del mundo de la farándula, aunque nunca le gustó en lo más mínimo aquello.

Después de una relajante ducha caliente y un combo de palomitas y películas en casa, el chico quedó rendido en su cama hasta el amanecer del otro día, el cual iba nuevamente en busca de trabajo pero, sin ningún buen resultado.

Él siempre era rechazado de todas las empresas las cuales visitaba, y este día, al parecer no era la excepción. El joven caminaba por las calles de Devlin desanimado por su nuevo fracaso, ya que no tenía ni siquiera para el transporte público.

—¿Oye pequeñín, tienes tiempo? —preguntó un señor desde su auto.

—Disculpe, pero no lo conozco, así que seguiré mi camino —respondió él tajante.

—Pero, si nos conocemos de anoche ¿no te acuerdas? —le cuestionó el señor que al verlo más de cerca, Eros notó su cabellera ennergrecida.

— Es...usted, el acosador —afirmó al hacer una breve pausa —Con más razón me voy de aquí, tenga buen día —avisó sarcástico Eros preparándose para la huída.

—Así que...me rechazas tan rápido cariño —habló pícaro como todo un don juan.

Aquel señor estacionó su auto que estaba siguiendo al joven e interrogándolo mientras caminaba, hasta que se fue en busca de él. El más alto lo seguía y le hablaba ocasionalmente tratando de que se detuviera para seguirle el paso, hasta que Eros llegó a una cuadra de su casa y se alarmó ya que no quería que un pervertido (según él) averiguara su paradero.

—¿Vas a seguir siguiéndome? —bufó molesto él quedando enfrente del señor.

—Pues, me has rechazado desde ayer y ni siquiera sabes para que te quiero —contestó galante.

—Mira querido —enunció copiandole el mismo tono —Solo tengo para decirte que no quiero ser un artista, ni pienso serlo, y tampoco soy una puta con la puedas que pasar la noche —explicó dejando al otro sorprendido —Ahora, si me disculpas iré a mi hogar —se despidió Eros con cortesía.

—No pensé que fueras un lobo vestido de oveja —musitó acercándose más de la distancia normal de un desconocido hacia una persona, unos pocos centímetros cerca de él —¿Oye, y si te pago por ser mi amante? —propusó al chico que quedó sin habla al oír tal cosa —Solo en apariencia, no es nada del otro mundo. Aunque no tendremos sexo, estás dispuesto —insistió enroscando el cabello del chico, que cada vez más no entendía nada de lo que ese extraño le decía.

La situación se había tornado algo incómoda y extraña de creer, de un desconocido con aptitudes de acosador, a convertirse en una propuesta que pareció más una estafa para hipnotizar a los jóvenes por la calle.

Soy gay por tu culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora