3. Hechizado por un plato

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El chico esperaba con impaciencia a que el moreno le contestará la llamada. Sentado en el sofá, con los pies recostados en la mesa.

—Bueno, hermoso Eros —contestó aquella voz masculina al joven, dejando atrás la voz melosa con la cual le había hablado antes.

—¿Si, hola es usted señor Christopher? —le cuestionó el rubio queriendo confirmar al que le respondió.

—Hermoso, estoy en una reunión ahora. Iré a tu casa para el almuerzo, prepárame algo rico —ordenó luego de colgar, para así continuar con su trabajo dejando a Eros con la palabra en la boca.

—¡Ahora se supone que soy una sirvienta! —exclamó él con enojo, luego de colgar el teléfono con furia —¿Tu quieres probar de mi comida? Estás de suerte, te haré comer mis delicias querido, y jamás querrás comer comida de otra persona —Se motivó el chico poniendo manos a la obra.

Fue a su pequeño cubículo que cumplía la función de ser una cocina, pequeña pero acogedora, en donde él encajó perfectamente. Abrió su refrigerador y con lo poco que encontró hizo unos omelettes, un jugo con unos limones que tenía y también hizo una ensalada que contenía tomates, lechuga y pepinos; ya con todo preparado se puso a ordenar la mesita que estaba llena de papeles y los lanzó a su cama para ordenarlos cuando tuviera el tiempo, colocó el mantel de manera correcta y comenzó a poner los platillos junto con dos platos para que ambos comieran con todo listo, y como si se tratara de un plan perfectamente ejecutado sonó el timbre...

—Hermoso tengo hambre, ábreme la puerta —gritó como si de una melodía se tratara.

—Si, como todas las personas a esta hora del día —respondió con obviedad, abriendo la puerta enseñando al mayor sus delgadas piernas que lucía con unas bermudas simples, y se notó parte de su pecho a causa de la franela holgada que llevaba puesta.

—¡Además tienes sentido del humor! -exclamó chocando sus manos como si le estuviera aplaudiendo, vestido con un traje de negocios color azul marino.

—Si, bienvenido a mi humilde morada —le invitó al verlo.

—Un placer entrar tu casa hermoso —musitó —En verdad huele delicioso —Olfateó al notar la comida en la mesa y mirando de reojo al rubio.

—¿Cuál de los dos, la comida o yo —preguntó pícaro el chico, al ver que él lo penetraba con la mirada.

—Pues ambos huelen riquísimo ¿Me quieres dar el postre? —le susurró al oído el moreno.

—Bueno, vamos a comer —insistió cambiando de tema para no hacer notar sus nervios.

Los dos hombres se sentaron uno frente al otro a degustar lo que Eros había preparado, y con el apuro en que Christopher comía parece que el pequeño había logrado encantarlo con su comida, aunque era algo muy simple y fácil de digerir. Él moreno no dejaba de quitar su vista de el chico. Luego de haber comido, Eros llevo los platos a la cocina y detrás le siguió el mayor, como si de una cría se tratara.

—Disculpe señor Christopher, pero ¿puede alejarse un poco de mí? Como ya ve, la cocina no es lo suficientemente grande para que estemos los dos —replicó él con intenciones de alejarlo lo más posible.

—¿Hay algo que vayas a hacer que no necesites que este aquí presente? -interrogó el mayor con insistencia, y mirando a Eros con unas fuertes intenciones de agarrarlo, aunque su conciencia le ordenaba que se calmará.

—Pues si, necesito que te vayas. Eres molestia —afirmó firme.

—Eres muy interesante presiosura —susurró en su oído con lujuria, cayendo más y más en la tentación.

—Te aclaro que no soy gay —exclamó nervioso e incómodo el mas joven —Y si tú intención es agarrarme y follarme en mi propia casa, te agradecería que dejáramos esto y te fueras ahora —advirtió el dueño del apartamento colocándose enfrente de su verdugo, esperando respuesta de él.

—Yo tampoco lo era hasta un día, un alocado día... —contestó agarrando la barbilla del chico, teniéndolo a centimetros de su boca, para luego irse sin más a la mesa, en donde se observaba la cortina que cubría la cocina.

Eros se hincó luego de que él se fuera, era tanta la presión que ocasionaba la presencia de Christopher que él estuvo a punto de dejarlo quedar allí, pero este se resistió a la mirada penetrante que le daba. Gracias a aquello, el joven pudo hacer un café rápido junto con unas galletas que quedaban en la diminuta despensa, y fue con una bandeja hacía su captor, como si se dirigiera a un enfrentamiento épico. Similar a las guerras que suceden en los cómics.

Soy gay por tu culpaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora