XIV

38 4 1
                                    


Annika estaba tumbada, se había comido el mendrugo de pan que le habían dado como lo habría hecho un perro. Ahora la despertaron el sonido del cerrojo. Parpadeó algo confusa y vio la puerta abrirse con un chirrido. Entraron guardias con varias personas. Reconoció al padre de Artur.

—No...— musitó para si. La vergüenza y le miedo la atenazaron y no se atrevió a moverse por temor a que aquel hombre la viera.

El conde iba cabizbajo, consciente de que ya no quedaba vida para él. Annika deseó no ser matada frente al pueblo como a un criminal, como seguramente harían con el resto. Se sintió culpable por ello. Los guardias metieron a varios, pero Artur no estaba allí. Annika vio por su ventana como montaban el lugar donde serían ejecutados, ni siquiera habría un juicio.

La plaza estaba llena de gente, esperó en silencio. Como todos. Todos esperaban a ver cual sería su destino. Había algún niño pequeño, pero la mayoría adultos que o aullaban de furia o estaban sentados a un lado. Unos eran lobos y otros hombres.

Annika contempló como los guardias entraban y sacaban al padre de Artur y a otro más. Oyó los gritos de la multitud y las trompetas. No necesitó mirar para saber que afuera ya solo había cadáveres. Los soldados siguieron sacando uno tras otro a los licántropos. Pero a ella la dejaron allí, llorando con amargura.

La noche llegó, y de nuevo la mañana. La plaza ya estaba vacía a excepción de unos carruajes que se llevaban los cadáveres. Annika suspiró mientras esperaba allí sentada. El cerrojo sonó pero ella no subió la cabeza, solo apretó los puños.

—Hija— oyó la voz de su padre y subió la mirada. La ira volvió a sus venas.

—¡Asesino! ¡Mentiroso! — soltó un grito que acabó en un aullido y saltó hacia las rejas gruñendo ferozmente, su padre no se movió.

—Hija. Nadie sabe esto, y los testigos— Miró a Sebastian.— serán ejecutados. Encontraré una cura y...

—¿Y...? te crees que me importa. Me has traicionado. Me has mentido. ¡Me has utilizado!

—Aún puedes casarte con Aland— dijo él poniéndola más furiosa, si es que eso era posible.

—Oh sí, aun puedes seguir utilizándome. Pues no, Padre. Me has abandonado, me has traicionado, y has roto mi confianza— Él suspiró resignado haciéndola dudar sobre si estaba siendo excesivamente dura.

—Adiós hija, buscaré la cura.

—Y mientras yo te esperaré aquí sentada ¿no?— gruñó con desprecio.

La Oscura Verdad de AnnikaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora