Capítulo 9

9 1 0
                                    


-Vaya, pero si sabes hablar- dije casi enfadada, a lo que él contestó sacando la lengua

-¿De verdad es tan importante el anillo?- preguntó con una mirada de lástima

-Sí- contesté desganada –pensé que había quedado claro.

El chico se acercó a la mesilla de noche que se encontraba al lado de la cama y sacó el anillo de mi rubia del primer cajón. Lo colocó en el dedo que le correspondía y se volvió a su puesto

-¿Por qué...?- empecé a preguntar.

-Me caes bien- dijo tras encogerse de hombros.

Pasado un rato en el que conversé con el soldado que resultó llamarse Alberto, la enfermera de antes regresó acompañada de otra chica algo más joven y bastante guapa.

-Hola- dijo la mayor al soldado cuando entraban por la puerta.

-Buenas tardes- dijo llevándose la mano a la gorra y saliendo del cuarto.

-¿Ya estás más calmada?- preguntó con las llaves de las esposas en la mano -¿Voy a tener que sedarte de nuevo?- dijo con tono de enfado.

-No, señora. Estoy bien ya, muchas gracias- dije con cierta molestia que pareció hacerle gracia a la más joven.

-Está bien...- dijo desconfiada –Alba, échame una mano, por favor.

-Voy, Marta- contestó risueña, la chica.

Comenzaron a quitarme la vía y sacaron mi uniforme que alguien había lavado y remendado. Por último me quitaron las esposas.

-¿Crees que puedes ducharte tú sola?- preguntó la tal Marta.

-Sí, claro... sólo me han herido en la pierna y en el brazo... no me he vuelto una inútil de repente- dije con sarcasmo. Pareció haberla molestado y estaba a punto de decirme algo cuando su busca sonó. Le preguntó a Alba si se podía encargar y se marchó. –Salvada por la campana- comenté cuando la puerta se había cerrado.

-Anda, rebelde, vamos a ponerte guapa para la vista con el juez- dijo ofreciéndome su brazo para ayudarme a levantar

-Puedo sola, pero gracias- me puse de pie con cuidado para tantear el dolor que aunque era agudo, era bastante soportable. Al llegar al cuarto de baño ella entró conmigo –emmm... puedo sola- dije algo incómoda

-Lo sé, pero no puedo dejarte sola- dijo mirándome con compasión.

-Hay que joderse- dije cerrando la puerta detrás de ella ante su atónita mirada –entra frío- aclaré.

Me empecé a quitar la bata de hospital que llevaba puesta delante del espejo con bastante incomodidad por la presencia de la chica. A pesar de que ella intentaba mantener la mirada fija en la pared y era bastante respetuosa hacía mucho tiempo que no me desnudaba delante de alguien que no fuese Sandra. Al quitarme la bata pude ver mi cuerpo lleno de moratones. Y las gasas que tapaban los orificios de las balas estaban rodeados por una horrenda gama cromática a su alrededor. Acaricié esas zonas haciendo un poco de presión tanteando el dolor. Eso dolía...

-Oye...- dije llamando su atención –¿las gasas me las puedo quitar para la ducha?- pregunté tapándome un poco con la prenda de ropa.

-Eh... sí, sí, claro- dijo nerviosa al no saber dónde mirar

-Gracias- dije entendiendo que aquella situación era tan incómoda para ella como para mí e intentando tranquilizarla.

Rápidamente me quité las gasas y la ropa interior y me metí en la ducha. No tardé mucho en lavarme el cuerpo aunque he de admitir que pasar la esponja por encima de los moratones dolió, y mucho. Los problemas llegaron con el pelo, cuando intenté llegar con el brazo herido hasta mi cabeza un latigazo de dolor me recorrió desde la punta de los dedos hasta el hombro y parte de la espalda. Un quejido salió de mi boca a la vez que apagaba el agua y me apoyaba en la pared insultando y despotricando. Alba, preocupada cogió la toalla y se acercó hasta mí, me la puso por encima y comenzó a preguntarme qué me pasaba.

La Bella y La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora