Capítulo 11

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-¿Era?- preguntó Yaky.

La puerta sonó y la voz grave de un hombre invadió toda la casa, el perro ladraba y corría de un lado a otro. Yo me puse de pie sin saber por qué estaba nerviosa.

-Ya estamos aquí- anunció la voz grave.

Un hombre alto y con barriga apareció por la puerta y detrás de él la cabellera rubia tapaba la cabeza del mastín al que besuqueaba y decía ñoñerías. Mi corazón palpitaba a mil por hora y lloraba en silencio viendo aquella escena.

-Sandra, ¿no crees que hay gente que merece más tu atención que el perro?- dijo su madre mirándola severamente

-No, contigo he hablado por cartas todas las semanas y hemos hecho videollamadas- dijo mirando aún al perro. Empezaba a odiar a ese perro –La única que podría merecer mi atención antes que Drako sería...- dijo mientras levantaba la mirada hacia su madre -Kate- susurró. Empezó a llorar y yo me lancé a abrazarla. Acabamos las dos el suelo abrazadas, llorando y con el perro pasando por encima de nosotras y ladrando.

-Te quiero- susurré en su oído una vez hube controlado el llanto

-Yo te amo- dijo separándose de mi cuello donde se había refugiado y plantando un beso en mis labios.

-Ejem- una voz grave nos increpó –chicas, si vais a seguir así hay una habitación al final del pasillo- comentó su padre desde al lado de Yaky.

-Perdón- dijo mi rubia más roja que un tomate mientras se levantaba del suelo. Fue a abrazar a su madre, su padre se unió al abrazo. Siempre había soñado con tener una familia así. Y de repente me encontraba a las puertas de una.

-Así que esta es la famosa Cacerin- dijo el señor Montenegro con su característica voz grave.

-Así es, señor- contesté desde la puerta de la cocina desde donde observaba aquella preciosa escena –usted debe ser el famoso Roberto con el que, por lo visto, tengo muchas cosas en común- comenté mientras Sandra volvía a donde yo me encontraba para refugiarse en mis brazos, la abracé fuerte, como si quisiera fusionarla con mi cuerpo para nunca separarme de ella.

-¿Muchas cosas en común?- preguntó con un tono de enfado a su hija.

-Sí... yo...- comenzó a decir ella

-En realidad- la corté a la par que le dirigía una mirada de consuelo –yo pensé lo mismo, señor. Yo creo que en realidad sólo tenemos una cosa en común- dije repitiendo mis palabras de aquella noche.

-¿Sí? ¿Cuál?- inquirió curioso el buen hombre.

-Ella es a quién más amamos en este mundo- dije mirando a la sonrojada rubia que había entre mis brazos y me pegaba un manotazo en el hombro.

-Pero bueno- dijo el señor Montenegro riéndose a carcajadas ante la infantil reacción de su hija –veo que si con alguien va a ser feliz es contigo- dijo con una sonrisa amigable.

-Gracias, Roberto- dije riéndome también. Pero de pronto me di cuenta de las caras de Sandra y de su madre -¿Qué pasa?- pregunté algo preocupada

La madre de Sandra se limitó a señalarnos a Roberto y a mí con el dedo y a abrir la boca.

-Es la primera vez en toda mi vida que he oído a mi padre un comentario... no negativo sobre cualquiera de mis parejas- comenzó a decir Sandra –y ya no te cuento de reírse con ellas o permitir que le llamen Roberto- dijo con los ojos desorbitados.

-Bueno, eso es que he hecho algo bien- dije yo con orgullo.

-Sí, pero cuando tienes que hacerlo bien es en el juicio- comentó mi abogado desde la silla en la que estaba observándolo todo.

-¿Cuánto tiempo tenemos?- le pregunté ilusionada.

-Tres horas- contestó mirando su reloj en la muñeca

-Yaky... Roberto, ¿Puedo llevármela un rato?- pregunté cordialmente

-¿Y la comida?- preguntó Roberto, a lo que Yaky contestó con un codazo.

-Sí, claro, pasadlo bien- dijo ella –pero tened cuidado- añadió con una mirada amenazadora.

-Tranquila, mamá, yo la cuido- dijo Sandra divertida sacándome la lengua y tirando de mí hacia la puerta de casa.

Salimos por la puerta principal y no tardé en estar aplastada entre mi preciosa rubia y la puerta.

-Cariño- dije rompiendo el beso –me estoy clavando el picaporte en el pompis

-Perdon- dijo riendo y separándose de mi –¿Mejor?- preguntó tirando de mí para volver a extinguir el espacio entre nosotras.

-Mejor- afirmé llevando mis manos a su trasero... esto se estaba subiendo mucho de temperatura –cariño- dije separándome un poco de ella –espera un segundo, por favor

-¿Qué ocurre?- preguntó preocupada

-Hace mucho que...- comencé a decir avergonzada y ella empezó a reírse.

-Ven- dijo dándose la vuelta y echando a andar hacia un costado de la casa –deja de mirarme el culo tan descaradamente o mi padre se va a enfadar- dijo mirando hacia atrás

-Yo...- no sabía qué decir, tragué saliva y la alcancé con un trote vago –Te he echado mucho de menos- dije entrelazando nuestras manos.

-¿A mí o a mi culo?- preguntó descarada.

-Pero bueno- dije riéndome –no conocía la faceta descarada de mi futura esposa.

-Cállate- se puso roja. Esta faceta sí que la conocía –a veces está bien probar cosas nuevas- se encogió de hombros.

En frente nuestro había una pequeña casita de invitados. Era de madera oscura y muy bonita. Sandra sacó una llave de la moldura de la puerta y abrió.

-Voilá- exclamó abriendo la puerta y entrando con los brazos abiertos –bienvenida a mi pequeña morada.

-Vaya, es preciosa- dije contemplando un precioso piano de cola negro que estaba en medio del salón.

-Fue un regalo para mi primera novia- dijo abrazándome por detrás y metiendo la nariz en mi cuello –¿Quieres comer algo decente?- dijo llevándome hacia la cocina.

Se puso a mirar en la nevera y a revolotear por la cocina mientras hablaba de cosas. Me apoyé en una encimera mientras la admiraba. Intenté grabar su voz en mi memoria y sus gestos... y sus pecas... Quería que eso fuese mi vida.

-Oye- dijo dando una palmada delante de mi cara -¿en qué piensas?- preguntó

-En ti- contesté sonriendo -¿Qué me habías dicho?

-Que qué querías comer- repitió

-A ti-    

La Bella y La BestiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora