Capítulo XVIII

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Ahora me dirigí a una pequeña dulcería que había a una cuadra de casa, compré unos caramelos de piña y regresé a casa. Cuando llegué ahí seguía Albert, le tapé los ojos y le dije:

-Acabo de comprar algo.-

-No me importa, deja de joderme.-

-¿De joderte? El que comenzó fuiste tú.-

-Como haya sido, vete a molestar a otro lado.-

Le destapé los ojos y me senté al lado de él, proseguí a decirle:

-Te iba a dar unos caramelos, pero al parecer no los quieres.-

-Depende de cuáles sean.-

-Son los caramelos de piña que comíamos en Nebraska ¿Recuerdas?-

-Lo recuerdo perfectamente, pero prométeme que son esos.-

-Lo prometo. ¿Acaso dudas de mí?-

-Uhm... a veces.-

-Eso me rompió el corazón hermano...-

-No seas llorón y ya dame los caramelos.-

-¿Te han dicho cuánto molestas?-

-¿Te han dicho que es lo único que hago bien?-

-¿Te han dicho que a veces quisiera matarte?-

-¿Te han dicho que te golpearé si no me das esos jodidos caramelos?-

-Tarado, por eso me comeré más de la mitad.-

-No, no, no.-

Abrí los caramelos y los compartimos. En realidad me sentí como un niño de 8 años peleando con su mejor amigo por cosas realmente estúpidas, siendo franco recordé que hace 9 años nuestros padres nos llevaron a los dos al parque de "Heartland" en Nebraska y ahí nos enojamos porque sin querer perdí una pequeña pelota que ese mismo día nos habían comprado. Albert estaba molesto por eso..., pero recuerdo perfectamente que la forma de disculparme con él fue comprando unos pequeños caramelos de piña que eran sus favoritos (Ahora utilizo ese mismo truco cuando yo estoy mal, y así hago que Albert no siga enojado). Al final me perdonó, y terminamos muy bien respecto aquel asunto de la pelota. 

Regálame un besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora